Martes, 18 de agosto de 2009 | Hoy
PLASTICA › LAS EXPOSICIONES DE SILVANA LACARRA Y MARIANO VILELA
Dos artistas que tienen puntos de contacto en sus trayectorias, aunque no en sus obras, exhiben en la misma galería cada uno de sus nuevos trabajos, en los que se perciben notables transformaciones de imagen. Razones y aproximaciones.
Por Fabián Lebenglik
Ambos tienen en común dos experiencias de formación que los marcaron. Entre los talleres que frecuentaron, pasaron por el de Ahuva Slimowicz y unos años después ganaron –en distintos períodos– sendas becas para participar del taller dirigido por Guillermo Kuitca. Ahora la galería Dabbah-Torrejón les ofreció a Silvana Lacarra y Mariano Vilela una sala a cada uno para hacer exposiciones individuales simultáneas, durante agosto y septiembre. Así surgieron las muestras Retorno, de Lacarra, y Materia gris, de Vilela, donde los dos, tras varios años de imágenes relacionadas con la abstracción, se vuelcan a una cierta figuración.
Luego de largos años de realizar obras en fórmica –con las que obtuvo reconocimientos como el primer premio nacional de Pintura en el Salón de Artes Visuales 2006 de la Fundación Osde y el Primer Premio de Pintura en salón de Pintura del Banco Central, en 2008–, Silvana Lacarra (1962) presenta ahora una instalación de pequeñas piezas en marquetería (placas de madera y laminado plástico) en las que, a través de un cambio de imagen, desata memoria y emocionalidad, combinadas con un rigor formal y artesanal, común a toda su carrera.
Luego de dedicarse inicialmente a la pintura, Lacarra siguió haciendo una obra plenamente pictórica, pero a través de otros medios: adoptó la fórmica como material y construyó una larga serie de obras con gran rigor formal. Se trataba de piezas de una notable economía estética y formal. La economía de cada obra suponía la minuciosa y voluntaria selección de cada color, cada forma, cada corte.
El secreto de las piezas que construyó con tanto rigor es la sensualidad contenida, el ritmo insinuado, la cadencia sugerida. En la contención expresiva, donde todo luce como objetividad, objetualidad y precisión constructiva, sin embargo están presentes los componentes que generan calidez, lejos de cualquier énfasis.
En el desarrollo volumétrico de su trabajo, la artista pasó en los últimos años a trabajar sobre objetos más reconocibles (como las mesas) para volver ahora a la utilización del torno.
En relación con la utilización del torno para hacer piezas con la técnica de la marquetería, Natalia Brizuela, en el texto escrito para la exposición, dice que Lacarra “vuelve al instrumento con el que había, hasta ahora, labrado y tallado ese material tan perfectamente abstracto –la fórmica–, pero ésta no es una vuelta al punto de partida principal, aunque no estrictamente porque ya sabemos que nunca se vuelve del todo, que todo movimiento instaura un fuera de eje que no se podrá revertir ni siquiera con el más obsesivo y cuidadoso deseo o con el más sistemático trabajo y, además, porque ha entrado en la escena la madera con su tramado como nuevo material. No es una vuelta al punto de partida porque, en todo caso, las vueltas y los retornos son, siempre, repetición con diferencia. En ese sentido es un retorno a donde nunca antes se estuvo”.
Ante la pregunta por los motivos del cambio de imagen, la artista contesta: “Bueno, todo comenzó en el año dos mil seis. Estaba en la casa de mis padres, en el campo, en mi pueblo Carlos María Naón. Decidí hacer un video de un recorrido que hago hace catorce años, cada vez que voy y es ir a llevarle flores a mi mamá. Ella falleció cuando yo tenía treinta y tres años. Es un recorrido que hago siempre sola en el más absoluto silencio, y ése es el recorrido que se ve en el video exhibido en la exposición. A partir de ahí empecé a ver las formas que mi papá les da a los árboles en casa, y decidí hacerlos en marquetería. Es decir: trabajo con placas de madera como, por ejemplo, el laurel y tomo de la marquetería cierta figuración. Hacer estos trabajos es volver a casa, retornar, por eso la muestra se llama Retorno. En marquetería trabajo con un torno que me permite trabajar de otra manera la fórmica: come más el material y entonces se ven todas las capas del trabajo, se percibe una sensación de tridimensionalidad. Son un homenaje a todo lo que mis padres me dieron y al lugar donde nací”.
Desde una realización también muy rigurosa en lo formal, la obra de Mariano Vilela (1970) siempre toma como punto de partida cuestiones lingüísticas y conceptuales. En exposiciones anteriores su trabajo se remitía tanto a lo pictórico como a lo verbal. Esa materialidad suponía el uso de las herramientas más simples que ambas prácticas (escritura y pintura/dibujo) tienen en común: el lápiz, el grafito. Otra característica de su trabajo es la inmediata relación con la historia del arte y la distancia crítica con los componentes expresivo y lo emocional que se suponen constitutivos de lo artístico. En Vilela lo poético se vuelve analítico, al borde de lo teórico. En su obra es recomendable no perder de vista la cualidad de las obras, su factura, porque el sustento conceptual y reflexivo que las motiva a su vez otorga un plus de belleza siempre perturbador. En este caso, lo que aparece de inmediato es el anacronismo, la intencionalidad de retrodecer varios siglos para presentar imágenes que citan la historia del arte (en grafito borroneado, rayado y luego barnizado) para hablar de la percepción presente. Las obras pequeñas y medianas que conforman la muestra están todas enmarcadas de un modo marcadamente minimalista, lo que vuelve aún más anacrónico el gesto. Citas, apropiaciones, modos de ver, todo se pone en juego.
Cuando se le pregunta por este vuelco en la obra, Vilela contesta: “Este grupo de obras, a propósito de citas y reescrituras tan propias de mi forma de trabajar, me hicieron zambullir en el siglo XVIII. De todos modos pienso que siempre he desarrollado mi obra a partir de la pregunta sobre el ‘arte’ y re-contextualización mediante, a una nueva época, a una nueva sensibilidad o a una otra factura material. Ahora bien... por un lado: el material, este grafito generoso que me permite siempre ir un poco más allá y, entre sus límites y sus posibilidades, me ofrece siempre nuevas alternativas. Hace tiempo comencé a trabajar con goma, engrafitando el fondo y trayendo la ‘imagen’ a la luz al borrar... luego apareció el barniz y luego las roturas... Y de pronto recordé los cuadros en casa de mi Tía Celia, esos retratos de vaya a saber uno quién, esos senderos flanqueados de árboles con una espesa capa de barniz, que iluminaba todo el cuadro si uno se paraba en ángulo con la luz de la ventana, y la incomprensión absoluta del sentido de esas obras a mis dieciséis años, cuando la música rock, la ciencia ficción, la historieta y demás reclamaban mi atención. ¿Cuál era el paradigma que justificaba la representación de un motivo como aquél? Con el tiempo también aprendí a ver una obra minimalista, incluso las más herméticas y cerradas, como un ‘umbral’ al que atravesar para ir en busca de lo que uno tuviera el valor de ver o revelarse. Pero una marina del diecinueve, una dama cualquiera de la pintura galante o un jarrón con flores, siempre terminaban resultando muros contra los que me estrellaba. Y también algo de Proust empezó a colarse en este retruécano... Quizás el blanco y negro de mis obras es también testimonio de algo imposible de ‘recobrar’, un tiempo, una época, una ética perdidas irremediablemente”.
* Ambas muestras siguen hasta el 20 de septiembre, en la galería Dabbah-Torrejón; El Salvador 5176.
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