Miércoles, 1 de septiembre de 2010 | Hoy
PLASTICA › POLéMICA MUESTRA DE ARTE NORCOREANO EN AUSTRIA
La exhibición Flowers for Kim II Sung en el Museo Austríaco de Artes Aplicadas y Arte Contemporáneo divide las opiniones entre quienes la acusan de ser mera publicidad estatal y quienes resaltan su valor artístico.
Por Facundo García
Desde Viena
“Venga a verla antes de que la vuelen en pedazos”: bien podría ser ése el eslogan perfecto para la muestra de arte norcoreano que se está presentando por estos días en la capital de Austria. Y es que lo que más se sabe de aquel rincón de Oriente es que está amenazado por la guerra. Sobre la vida de sus habitantes, en cambio, sólo se acumulan capas de silencio. Se entiende, entonces, que una colección de obras que atraviesa por primera vez las fronteras de la pequeña nación asiática esté causando tanto revuelo. Para los detractores, se trata de una vil jugada en favor del llamado “Eje del Mal”. Pero a poco de ingresar al Museo Austríaco de Artes Aplicadas y Arte Contemporáneo –MAK, por sus siglas en alemán– se vuelve innegable que la exhibición Flowers for Kim Il Sung (“Flores para Kim Il Sung”) tiene zonas de gran belleza, aun cuando el espectro del autoritarismo se haga sentir en casi todo el recorrido.
Lo primero que se oye es una vocecita como de dibujos animados, que canta taladrando los oídos. Proviene de una pantalla LCD ubicada entre paredes blanquísimas y es la música de un documental en el que algunos especialistas occidentales hacen malabares para explicar por qué haber traído esas creaciones no significa salirse de la corrección política. El traslado, por otra parte, no fue nada sencillo. Hubo que insistir nada menos que siete años para vencer la proverbial desconfianza de las autoridades norcoreanas. De hecho, algunas de las piezas cedidas no habían salido nunca al extranjero. Es el caso de los dieciséis retratos de Kim Il Sung y de su hijo y sucesor Kim Jong Il, ejemplos bizarros de realismo estalinista 2.0, personalismo y mala praxis en la peluquería. Sea por casualidad u oportunismo, el acuerdo se logró cuando la movida “communist chic” –la recuperación fashion de la estética soviética– se confirma como tendencia en el centro y este europeos.
Así que la ultraoficial Galería de Arte Coreana accedió a prestar decenas de carteles, a lo que se sumaron más de un centenar de óleos, acuarelas, diseños en tinta, xilografías y caligrafías. Las pinturas son tan atractivas como siniestras: en su puntillismo, buscan expresar la cohesión social con un énfasis que recuerda a esos folletos que enarbolan algunos religiosos al tocar el timbre los domingos a la mañana. No hay, eso sí, leones dormitando con cabritos. Hay paisajes y escenas laborales, y los gobernantes aparecen rodeados de fans, con cara de estar contando chistes después de un asado. Excepción hecha de los militares, nadie puede mostrarse serio dentro de los bordes que marcan los cuadros.
En efecto –al menos por lo que puede comprobarse en Viena–, al arte estatal norcoreano no le basta con referirse al supuesto bienestar del pueblo. Los chicos no son simplemente felices; son, como se titula uno de los óleos, “los niños más felices del planeta”. Aparecen generalmente cerca de las autoridades, con ametralladoras de juguete en la mano y riéndose a carcajadas. Cuando lo que se representa son adultos, lo que hay es un cruce entre el individuo y su trabajo. El campesino conserva su rostro particular, pero el gesto calculado lo convierte en carne publicitaria y, por lo tanto, en estereotipo. Otro tanto ocurre con las mujeres, los jóvenes y los soldados. “Todos pum para arriba”, para resumir con un giro acorde con los temores nucleares que despierta Pyongyang.
La gracia es que aunque las ilustraciones carguen con el optimismo de la propaganda, Corea del Norte es una incógnita lo suficientemente grande como para que el observador termine preguntándose si no habrá algo de real en esas idealizaciones. ¿Vivirán esos veinticuatro millones de hombres y mujeres en la feliz sencillez que reflejan las postales? Después de todo, acaso sea más fácil retratarlos contentos a ellos que a los austríacos que andan aquí por la vereda. Sin embargo, la ilusión se difumina si se tienen en cuenta las condiciones al norte del Paralelo 38: es verdad que Corea ha sido víctima de presiones externas, pero también es cierto que desde que en 1948 abrazó su particular camino al socialismo, ha tenido sólo dos conductores –que encima son padre e hijo–, y ha hecho de los artistas un gremio controlado en los contenidos y en la forma. Los creadores, por lo tanto, deben ceñirse a las directivas de “especialistas en estética” como el propio Kim Jong Il, para quien “un cuadro debe estar pintado de tal manera que el observador entienda su sentido”. “Si la gente que ve la imagen no puede interpretarla, no importa cuánto talento tenga el artista, no se podrá decir que ha hecho bien su tarea.”
Corea del Norte es además un interesante polo arquitectónico. Durante la guerra con el Sur (1950-1953), muchas ciudades fueron arrasadas, y eso dio pie a una reconstrucción con monumentos que sorprenden al espectador común. Flowers... incluye maquetas de varias realizaciones faraónicas; incluyendo una de la Torre Juche, que con sus 160 metros de altura reclama ser la construcción de piedra más grande que existe.
De todo lo anterior deriva el hecho de que varios críticos se hayan resistido a incluir la serie dentro de la esfera del arte, bajo la convicción de que es mera publicidad estatal. El director del MAK, Peter Noever, esquivó las estocadas declarando que frente a las múltiples barreras para la comunicación, el ejercicio artístico –aun con las restricciones de la ocasión– emerge como “la única fuerza social capaz de superar las distancias”. Por otro lado, Rüdiger Frank, profesor de Economía y Sociedad de Asia del Este en la Universidad de Viena, ha defendido la iniciativa contrastándola con la monotonía de los grandes medios, que “se limitan a mencionar las hambrunas, las violaciones a los derechos humanos y el Estado militarizado” en la región, impidiendo un entendimiento más profundo. El intercambio de palazos va a seguir, porque el cronograma autorizado por la curadora Bettina Busse incluye un simposio internacional que se realizará los días 3 y 4 de septiembre, con participación de especialistas de distintas orientaciones. Finalmente, el 5 los cuadros continuarán su gira hacia otros rumbos. O volverán a guardarse, vaya a saber hasta cuándo.
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