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Martes, 3 de mayo de 2011

PLASTICA › SE INAUGURA UNA NUEVA SALA CON UNA MUESTRA DE EDUARDO COSTA

De las pinturas esdrújulas

Auspiciada por Página/12, la muestra inaugural de una nueva sala de exposiciones presenta la obra reciente de un artista que formó parte de la vanguardia de los años sesenta y propone pinturas volumétricas.

 Por Fabián Lebenglik

Eduardo Costa es un argentino del mundo que nació en 1940. Y luego de formar parte activa de la vanguardia de los años sesenta siguió durante todos estos años, desde los distintos lugares en que eligió o le tocó vivir, tensando ideas y materiales con el mismo ímpetu (ímpetu a su vez cargado de un lúcido refinamiento) de hace más de cuarenta años.

Desde hace algunos años el artista realiza pinturas volumétricas: de ahí el título esdrújulo de esta nota.

La exposición de Costa es la muestra inaugural de un nuevo espacio, la galería GC Arte, en Esmeralda 978, dirigida por Luisa Pedrouzo y Gianni Campochiaro. Entre las próximas muestras de la galería se cuentan las de Leo Batistelli, Martín Bonadeo, artistas históricos y cinco dibujantes (argentino, uruguayo, brasileño, español y francés).

Todo gran artista construye un relato fundacional, que podría pensarse como una ficción de origen. Dado que la ficción no es verdad ni mentira porque supone otra lógica distinta de la que convalida los enunciados como ciertos o falsos, su función sería explicar un comienzo. Porque a veces la avidez de los lectores, oyentes o espectadores no queda satisfecha con la explicación de que una idea surgió así; o que es el resultado de una teoría, sino que hay que darle un contexto cotidiano, fácilmente asimilable, naturalmente verosímil, con un nacimiento práctico, algo así como una justificación pragmática. Por ejemplo: para el Borges poeta, el Borges cuentista nace a fines de 1938, luego de un fuerte golpe en la cabeza que el poeta se dio contra una ventana. Ese golpe sería la causa inaugural de una nueva estética en el modo de narrar. Si los descubrimientos artísticos surgen de situaciones accidentales, todo resulta más tranquilizador.

Para Eduardo Costa su ficción de origen (gracias a la cual vio la luz su “objeto genitivo”), el momento fundacional, su descubrimiento (la pintura volumétrica) sucede en un momento de 1994, en el instante en que el artista quedó extasiado mirando un frasco lleno de pintura amarilla seca. Entonces sacó del envase el contenido de pintura sólida –un volumen amarillo con forma de frasco– y allí habría quedado inaugurada, espontáneamente, la continuidad lógica, conceptual y técnica entre la escultura y la pintura.

Y después del nacimiento llega la paternidad: “Creo que cuando vi el pedazo de pintura seca –dice Costa en el catálogo, en diálogo con su curador, Leonardo Martínez– vi toda la pintura que Lucio Fontana y otros habían rechazado en algún momento y decidí adoptarla, como a una niña que hubieran rechazado sus padres”.

En el breve diccionario Eduardo Costa incluido en el prólogo de María José Herrera que se reproduce en el catálogo de la muestra, la investigadora y crítica redacta con precisión tres de los formatos que toma la obra de Costa, e incluye una hilarante descripción del propio artista respecto de los monocromos que pueden encontrarse en la naturaleza:

“Pinturas volumétricas: con la técnica de moldeado tradicional de la escultura, Costa aplica capa sobre capa de pintura acrílica hasta lograr la forma tridimensional. En el caso de obras que representan frutos, el artista reproduce el interior de los mismos (carne, semillas) que sólo son visibles cuando se los abre.”

“Monocromos y bicromos expandidos: los monocromos y bicromos expandidos comparten con el perceptismo, la tendencia dentro del arte concreto creada por Raúl Lozza, la idea de desbordar el marco, traspasarlo, se diría que con cierto tono irónico parece citar al expresionismo y sus míticos desbordes emocionales que la crítica calificó de ‘visceralidad’ en la puesta de la pintura.”

“Monocromos: los monocromos volumétricos de Eduardo Costa son una homenaje a la materia constituida en forma. Realizados íntegramente con pintura acrílica, otorgan a la pintura una condición de la que históricamente carecía: la tridimensionalidad. Esta práctica lo llevó a pensar en cómo se presentan los monocromos en la naturaleza. Al respecto señaló: ‘Por un lado tenemos las garzas, las palomas, los cisnes blancos, por mencionar algunos ejemplos del reino animal. En estos ejemplos el exterior es blanco mientras que en su interior existen los colores de los huesos, la carne y los órganos, así como en un monocromo de la pintura bidimensional existen las maderas del bastidor y el color de la tela, y también las posibles capas de otros colores que pueda haber cubierto aquello que vemos, la capa final de pintura. El monocromo afecta en estos casos la superficie del objeto. Sin embargo, otros ejemplos de monocromos naturales, como el mármol, las nubes, la leche o el semen, parecen haber sido la inspiración inconsciente de mis volúmenes totalmente entregados a un color, tanto en la superficie como en su masa total’.”

La solidez, volumen, tridimensionalidad, por supuesto el color, de las obras de Eduardo Costa ofrecen no sólo objetos bellos de una materialidad rigurosamente coherente (entre superficie y profundidad), sino además una reflexión aguda acerca de la forma, el lenguaje, la función, el sentido y los límites del arte, en estado de continua expansión. Y de allí pasa a una concepción amplia, abarcadora, poéticamente imperial de la pintura. Gracias a la acumulación de (sentido y de) material pictórico, Costa consiguió nombrar el todo por la parte.

Hay artistas que pueden desarrollar todo su trabajo siguiendo las reglas y otros a quienes las reglas les quedan un poco ajustadas y entonces deciden –un poco en serio y otro poco en broma– generar otras reglas. En los términos que lo dice María José Herrera, Eduardo Costa es un artista para quien “los límites del arte los establece aquel que lo realiza”.

* En la galería GC, Esmeralda 978, hasta el 24 de junio.

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3 modelos para dibujar (2010-11), de Eduardo Costa; acrílico macizo, 30 x 65 x 22 cm.
 
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