Jueves, 9 de junio de 2011 | Hoy
PLASTICA › EL LIBRO DE LUIS FELIPE NOé EN LA COLECCIóN ARTE PARA CHICOS
En una jugosa charla en el Malba, el artista plástico, Lalo Mir y la autora Vali Guidalevich dejaron volar su entusiasmo por un libro que invita a los niños a subirse al tren del arte y tomarse todo el tiempo que quieran en sus estaciones.
Por Karina Micheletto
“¿Quieren subirse conmigo a mi tren?” La invitación se presenta, cuanto menos, intrigante. ¿De qué se tratará ese tren, cuando el que lo presenta, y propone compartirlo, es Luis Felipe Noé, uno de los más destacados artistas argentinos contemporáneos? El libro de la doctoranda en Arte y Educación Vali Guidalevich abre la invitación a niñas y niños desde la colección Arte para chicos, de editorial Albatros: descubrir a Noé en “su libertad para ver las cosas, su manera de jugarse por sus ideas, su forma de crear, su pasión por la vida y por el arte”. El desafío no es menor: que el arte contemporáneo, territorio mal entendido como “de especialistas”, entre naturalmente a las casas, las escuelas y los jardines. El lunes, el libro se presentó en el Malba, frente a un público compuesto por grandes y chicos, y con Lalo Mir como presentador. Allí, Noé sumó una cantidad de anécdotas a las que ya cuenta el libro y se entusiasmó sacando fotos a los chicos que jugaron entre gigantescas telas de colores y las caprichosas formas de algunas de sus obras.
“Puedo decir que dentro de esta colección tengo un privilegio: soy el primer autor que puede agradecer personalmente y decir que está muy contento con el libro”, comenzó Noé, en guiño sonriente. Es que en esta colección ya se publicaron otros tres volúmenes, enfocados en Antonio Berni, Xul Solar y Emilio Pettoruti, respectivamente. El de Noé es el primer libro de la colección dedicado a un artista vivo, y también el que enfrenta el doble desafío de abrir el arte plástico a los chicos, en este caso contemporáneo. Guidalevich detalló la forma en que buscó cumplir con la propuesta de acercar el arte a chicos y chicas: confiando en una mirada crítica, lúdica, atenta, que sea capaz de desarrollar la imaginación. Y también proponiendo desde el mismo texto actividades interactivas para que los chicos completen el proceso acompañados por los padres y los maestros. “Fue muy hermoso poder compartir el proceso de escritura con Yuyo –así le dicen a Noé, y así es nombrado en el libro–, ver los textos juntos, y también seleccionar las imágenes que mejor representaban cada etapa de su obra”, contó. La autora se dedica desde hace años a diseñar y coordinar programas educativos y culturales como Pintando con los chicos, del que ya participaron más de ciento cincuenta destacados artistas contemporáneos, incentivados por la posibilidad de compartir las artes visuales con los más chicos.
“Hola, soy Luis Felipe Noé. ¿Quieren subirse conmigo a mi tren? Los invito a un viaje muy especial. Un viaje de ida y también de vuelta. Un viaje donde podemos bajar en muchas estaciones y quedarnos todo el tiempo que tengamos ganas... Este es el viaje a través de mi historia, de mis obras y de mi propia vida... Con valijas cargadas de pinceles y brochas, zambullidas, manchas y personajes escondidos. Un viaje de exploradores con lupas y largavistas. ¡Saquen los boletos que ya llega el tren!” El viaje que Guidalevich y Noé proponen comienza de este modo, en base a una idea que, según contaron en el Malba, propuso el mismo artista. “Es que yo siento que un artista en un momento se sube a un tren, esto lo charlamos con Vali cuando estaba haciendo el libro –contó Noé–. Es decir, el artista está siempre en lo mismo. Pero en ese tren va cambiando de paisaje, va avanzando, evolucionando. Y pienso que en el libro está bien contado cómo me fui subiendo a ese tren de ser pintor.”
“Los niños aprenden a cantar y a pintar antes que a leer y a escribir. Todos los niños son pintores, pero sólo algunos, como Yuyo, se suben al tren de la pintura”, reflexionó Lalo Mir al preguntar sobre la relación entre infancia y arte. Noé trajo algunas anécdotas sobre el modo en que apareció en su infancia ese tren, en la simpleza de lo cotidiano: “Cuando era chico vivía en un departamento de los años ’30, de esos con mármol en los palieres –contó–. Todos los días, mientras esperaba el ascensor para ir al colegio, me la pasaba mirando las manchas que se formaban en el mármol. Veía caritas, me imaginaba una cantidad de formas. Mucho después, en mi pintura, yo busqué esas formas y esas caritas. Y cuando bajaba al hall, había dos espejos que se enfrentaban. Me fascinaba lo que veía reflejado allí, esa infinitud. Y más adelante en mi obra también trabajé con espejos. También había un tipo en el barrio al que le decían ‘el loquito’, era uno que iba a su trabajo caminando al revés. Me encantaba verlo pasar, y con el tiempo evidentemente el loquito tuvo un discípulo. Porque para encontrar mi trabajo, también yo empecé a caminar al revés”.
Hubo más en la presentación, que fue tan poco convencional como la propuesta del libro: las herramientas que Noé inventó para lograr “tantas rayitas”, como las que encontraron en sus obras los chicos que fueron a la presentación. Las referencias al espacio y a artistas que trabajaron con el espacio de diferentes maneras en la obra El espacio pictórico. O la ironía de la no–forma que sustenta a El estricto orden de las cosas, con la que los chicos terminaron armando una gran instalación anudada en la sala del Malba. “Esta es una buena interpretación”, valoró Noé, al verla terminada, y la bautizó enseguida: El estricto desorden de las cosas.
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