Martes, 25 de septiembre de 2012 | Hoy
PLASTICA › ANTOLOGíA DE LEOPOLDO TORRES AGüERO (1924-1995) EN EL PALACIO DUHAU
El artista riojano –que vivió muchos años en Francia– elaboró su propio discurso plástico en diálogo con los desarrollos de la tendencia abstracta y óptico-cinética, pero también fue buscando un método acorde con su propia sensibilidad.
Por Cristina Rossi *
Las pinturas de Leopoldo Torres Agüero (1924-1995) que se pueden visitar en estos días en el Palacio Duhau muestran una geometría particular. Si a primera vista observamos círculos, rombos o cuadrados pintados con un sistema de líneas rectas, al acercarnos descubrimos una línea con accidentes e irregularidades. Ocurre que este artista riojano –que vivió muchos años en Francia– elaboró su propio discurso plástico en diálogo con los desarrollos de la tendencia abstracta y óptico-cinética pero, al mismo tiempo, fue buscando un método de trabajo acorde con su propia sensibilidad.
Tempranamente se había interesado por la poesía, la pintura y la música, hasta que el manejo del dibujo y el color le permitieron destacarse y, en 1948, logró ganar uno de los premios estímulo del Salón Nacional. Privilegió, entonces, la obra pictórica y en 1950 viajó a París para perfeccionarse. Además del aprendizaje de las técnicas tradicionales, la estancia parisiense despertó su interés por experimentar con distintos materiales como mármol, acrílico, acero inoxidable, tela y yute.
Al regresar, no sólo sus composiciones fueron sumando escenas festivas y motivos con instrumentos musicales, sino que también buscó participar en proyectos colectivos, como los murales pintados en las Galerías Santa Fe y el mosaico realizado en la Iglesia parroquial de Olivos.
Eximio dibujante y profesor en la escuela de bellas artes porteña, hasta aquí Torres Agüero era un importante artista figurativo; sin embargo, a finales de los ’50 asumió el desafío de una nueva etapa. En abril de 1960 ya se encontraba en Kioto experimentando con las técnicas sumi-e y la meditación zen. En contacto con las disciplinas orientales, su pensamiento y su técnica pictórica se fueron abriendo hacia el juego libre de la espontaneidad.
Si en la Argentina su obra se había guiado por la línea ascendente de las montañas riojanas y el interminable horizonte de la llanura pampeana, tras la experiencia en Japón se potenciaron esas fuerzas verticales y horizontales presentes en la simbología del yin-yang, identificadas allí con el principio femenino-masculino, la tierra y el cielo, la pasividad y la acción. Después de un período en el que exploró el valor del signo libre y espontáneo, Torres Agüero comenzó a realizar tramas abstractas en las que capitalizó el manejo de la materia líquida.
Las obras de esta época están surcadas por hilos serpenteantes realizados mediante el chorreado de la pintura muy diluida. Esos delgados hilos de color van tejiendo mallas tan delgadas que transparentan los fondos previamente trabajados con formas monocromas o multicolores. Con este procedimiento obtuvo una textura densa que genera vibraciones ópticas y provoca sensaciones táctiles.
El dominio sobre esta modalidad de trabajo por chorreado vertical fue dando lugar, hacia finales de los ‘60, a un tipo de composición estructurada en esquemas geométricos sobre los que comenzó a prevalecer la traza rectilínea. Desde ese momento, entonces, su línea recta –pintada por deslizamiento de una materia pictórica líquida– exploró la riqueza expresiva de un universo de formas acotado.
La aparente exactitud del sistema de rectas resultante hace pensar en el trazado con regla; sin embargo, se trata de un método basado en la concentración, en el que controlaba hasta el ritmo de la respiración para dominar la caída de la pintura por gravedad. En las antípodas de los chorreados sobre la tela horizontal del agitado dripping expresionista, la acción de Torres Agüero era espontánea y, al mismo tiempo, controlada; era un gesto que ponía en obra la serenidad de la meditación.
A comienzos de 1971 fundó en París el Groupe Position, junto a los artistas cinéticos argentinos Antonio Asís, Hugo Demarco, Armando Durante y Horacio García Rossi. Este grupo heredó la tradición del trabajo colectivo del GRAV (Groupe de Recherche d’Art Visuel, que se había formado en 1960 tras la llegada a París de Julio Le Parc, García Rossi, Demarco, Francisco Sobrino y Sergio Moyano, junto a algunos artistas europeos que también estaban interesados en incluir experiencias ópticas y movimiento en sus obras).
En el Groupe Position cada uno trabajó desde su poética: García Rossi, Durante y Demarco tendieron a incorporar mecanismos eléctricos –según estaban habituados en el GRAV– mientras Asís prefirió la línea de las vibraciones ópticas, en algunos casos provocadas por la mediación de una malla metálica y, en otros, a través de superficies monocromas animadas por espirales. En este período Torres Agüero exploró la vibración de la superficie pictórica, a partir de las gradaciones del color colocado en finas tramas lineales.
Su caso resulta particular para una tendencia como la óptico-cinética derivada de la línea constructiva, que siempre valoró las relaciones formales, el cálculo, el color plano y la objetividad. Si bien el cinetismo incorporó la intervención de la máquina e, incluso, los movimientos y reflejos aleatorios, no contempló la incidencia de las manifestaciones de la subjetividad del autor que, en este caso, generan una trama de ritmo levemente irregular y líneas de diferentes espesores.
A esta agrupación la animaba el propósito de difundir las obras de carácter óptico-cinético tras la disolución del GRAV y, en este sentido, a comienzos de los ’70 el Groupe Position logró exponer en Bruselas, en la parisiense Galería Gueregaud, en Barcelona, Sevilla y Bilbao y en la Galería Sincron de la ciudad italiana de Brescia. Posiblemente la muestra más importante fue la organizada en la Galería Les Ambassadeurs, de Zurich, presentada por Jacques La-ssaigne, donde Torres Agüero mostró diez pinturas de grandes dimensiones, como las que pueden verse en la muestra que, bajo el título Silencio Lineal, hoy se exhibe en el Paseo de las Artes del Palacio Duhau, con impecable montaje del arquitecto Enrique Diéguez e impulsada por la Fundación Torres Agüero-Rozanés.
El conjunto de obras que se exhibe corresponde a su etapa madura y permite apreciar las infinitas gradaciones del color y las sutiles valoraciones de luces y sombras que conseguía. Maestro en el arte de dosificar los efectos cromáticos, Torres Agüero analizaba la forma, ajustaba en los bocetos y escribía las escalas cromáticas en “partituras” que, luego, llevaba a la tela.
En este sentido, las gradaciones de color de sus obras muestran a un buen conocedor de la rigurosa ejercitación que, paradójicamente, exige cualquier improvisación. Es que aunque había privilegiado a la pintura, Torres Agüero nunca abandonó la ejecución musical, y sabía muy bien cuánta preparación requiere hasta una breve improvisación de jazz.
En París fue amigo de Jesús Rafael Soto, Carlos Cruz Diez, Le Parc y todos los cinéticos latinoamericanos, pero su obra se diferenció porque buscó ajustar el lenguaje plástico a la clave espontánea que su sensibilidad había incorporado a través de la meditación. Su línea sensible, entonces, respondía a la concentración, al equilibrio y a la gravitación.
(En el Palacio Duhau, Avenida Alvear 1661, hasta el 19 de octubre.)
* Doctora en Historia y Teoría del Arte, profesora de Arte Latinoamericano (UBA-Untref) y curadora independiente.
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