PLASTICA › CIRCUITO ALTERNATIVO DE ARTE EN BUENOS AIRES
Bien lejos de la sensación de acartonamiento y elitismo de las galerías tradicionales, existen numerosos espacios que invierten su energía en promover la experimentación. Y puede ser dentro de un antiguo shopping, en el fondo de un bar o en un PH cualquiera.
› Por María Zentner
El camino que debe recorrer un artista joven para exhibir su obra en una galería de arte parecería inexorable: una combinación de contactos, clínicas con artistas consagrados, participación en concursos y becas, buena suerte, oportunidad y –por supuesto– talento le garantizarán la llegada a la órbita de ese reducido círculo de entendidos, críticos y coleccionistas que maneja los avatares del arte contemporáneo en la Argentina. Afortunadamente, existe un circuito alternativo de galerías que se propusieron, cada una a su manera, alejarse de la imagen almidonada, mezcla de joyería y museo, que tienen las tradicionales. Lugares donde lo más importante es acercar el artista al público y el público a la obra. Fotos, ilustraciones, pinturas y esculturas sorprenden en el fondo de un bar, una librería, un PH palermitano o un local en una galería comercial. Existe en Buenos Aires una multitud de espacios que invierten su energía en fomentar la difusión de la obra de artistas de las más diversas características y el encuentro de éstos con un público más cercano, en el que la venta es el resultado de un trabajo de búsqueda y experimentación. Aquí se da cuenta de algunos ejemplos que dan por tierra con el concepto de que el arte sólo puede ser apreciado y consumido por unos pocos.
Tomás Fox y Rodolfo Schmidt se arremangan y, cerveza en mano, dedican una tarde a blanquear las paredes de la galería Fiebre, de la cual son “dueños, galeristas, curadores y empleados”. El local 10 de la Galería Patio del Liceo (Santa Fe 2729, ver aparte) es regenteado desde hace poco más de un año por este par de ex publicitarios, socios y amigos. Schmidt define la filosofía de Fiebre como “un lugar nuevo para artistas nuevos”. “Cualquiera puede acercarse y presentar sus cosas, siempre que sean emergentes. Así como somos nuevos galeristas, queremos divulgar la obra de nuevos artistas para un público nuevo: los nuevos consumidores del arte”, y destaca como objetivo principal el artístico: “Tiene que gustarnos lo que esté colgado en la pared. Si se vende, que sea una consecuencia del buen trabajo y del amor que le ponemos a la galería”.
“Tratamos de abrir el abanico del mundo del arte. Veíamos que había mucha gente que consumía arte y cultura que no estaba metida en ese mundillo elitista, y dijimos ‘¿Cómo hacemos para invitarlos y que se animen a comprar?’. Desmitificar el ambiente”, insiste Fox. Como política de la galería, les piden a los artistas que exponen que tengan una serie de obras que vayan de los 50 a los 400 pesos. “La exigencia de los chicos de Fiebre de la serie accesible me parece una idea buenísima por el hecho de generar el ingreso del público a algo que, finalmente, es cultura”, apoya Maximiliano Campos Salinas, quien, luego de haber fatigado los caminos protocolares del arte (estudios en el IUNA, participación en clínicas de obra, mención en el Salón Nacional de Artes Visuales), inauguró su primera muestra individual, Juego, en Fiebre. “Queremos que adentro de nuestra galería haya gente como nosotros. Que nadie se asuste de ver a otro tomando cerveza del pico o a un punk con cresta. La pensamos como un lugar al que a nosotros nos gustaría ir”, resume Schmidt.
Helena Ferronato, Florencia Lamadrid, Vanesa Gemelli y Diana Rose son Pétalos Gloster, un grupo de artistas que, desde 2007, se dedica a la difusión del arte joven en Buenos Aires. Se definen como un “proyecto colectivo curatorial de gestión” y conforman lo que podría llamarse una galería itinerante. Comenzaron en un sótano que ellas mismas reciclaron en el Palacio El Victorial, en San Telmo, y de ahí en más su espíritu nómade se fortaleció conforme se les iban presentando nuevas ocasiones. La charla tiene lugar en Territorio Bar (Estados Unidos 500), lugar que eligieron para poner en práctica la última idea de las Pétalos: las “Baratas de Arte”, una modalidad de galería en la que los artistas exponen obra para la venta con la condición de que su precio no supere los 400 pesos.
“Con las baratas intentamos pensar un poco en el ahora, volver alcanzable eso que parecía inalcanzable que es vender obra. Dejar de lado la frustración de no poder exponer y vender”, explica Gemelli. Y Lamadrid agrega: “Organizarlas en un ambiente que no es el más reconocible para una exposición de arte tiene mucho que ver con la personalidad de Pétalos: ir adecuándose a los espacios y lo que va apareciéndonos enfrente para crear alrededor de eso”. Un puente entre el artista y el público. Pasar a través de la mampara. Romper el cristal. Humanizar la obra.
“Las baratas nos sorprendieron por la concurrencia y por la aceptación que tuvieron. Logramos superar el umbral de compra de amigos, conocidos y familiares”, reconoce Rip Tamara, dibujante, escultora y una de las artistas amadrinadas por Pétalos. “Además, en las muestras colectivas que organizan las chicas, el ambiente es menos acartonado y nos encontramos de otra manera con artistas que están a la par. Siempre fui reticente a participar de clínicas, que es donde habitualmente se hacen contactos. Entonces, la única manera que tenía de conocerlos y darme a conocer era en este tipo de eventos.” En ese sentido, Vanesa confirma: “El hecho de elegir participar de muestras como las baratas habla mucho del artista que está dispuesto a tomar un camino diferente del establecido tradicionalmente”.
Un PH cualquiera del barrio de Palermo. Un pasillo oscuro. Una puerta roja que se abre y ahí, de repente, la galería. Tres ambientes bien iluminados: en el primero, un tablón cubierto por un mantel, botellas de vino, copas y un destapador. Más allá, dividida en dos habitaciones, la muestra de cuadros de uno de los jóvenes artistas que forma parte de la “familia” Honeycomb, una “productora de proyectos artísticos y culturales” con sedes en Buenos Aires y Nueva York. Su director, Trystan Bates, es un artista neoyorquino que vive en la Argentina desde hace diez años. Junto a Camille Cousin, crearon este “espacio experimental” en el que conectan gente del arte, del diseño gráfico y de indumentaria, y de la ilustración.
“El showroom es un lugar que les brindamos a los artistas para experimentar. Lo que tratamos de hacer es de desafiarlos un poco”, explica Cousin, una parisina radicada en la ciudad hace seis años, y aclara que la del showroom es sólo una faceta del proyecto que nació en 2009: entre sus planes futuros incluye la edición de un libro de ilustraciones y dibujos y la confección de una línea de ropa de alta costura. “La única norma que ponemos a los artistas para exponer acá es que las obras que traigan deben diferenciarse de su trabajo habitual. Queremos fomentar en ellos el descubrimiento”, advierte Bates. Las reglas de Honeycomb son la total libertad, el respeto y el vuelo. Para ellos, lo más importante es que todos (público y artista) se sientan como en su casa. Aunque su fin último no son las ventas, el showroom expone obras que pueden ser adquiridas. Para mantener el espíritu familiar e intimista del proyecto, sus directores prefieren un trato personalizado con quienes quieran acercarse, por eso no publican la dirección física, y se manejan por citas concertadas a través de su página web o por mail (ver aparte).
“Siempre tuve entrenado el mecanismo de dibujar cosas que después iban a estar impresas. Aunque el concepto del original es medio ajeno, verlo colgado ahí hace bien porque descontractura ese engranaje medio automático que uno tiene armado.” Juan Sáenz Valiente tiene editados dos libros de historietas con guiones de Carlos Trillo y Pablo de Santis. Sentado en una mesa montada especialmente para la ocasión, interviene zapatillas junto a otros nueve ilustradores en un evento organizado por una importante marca de calzado deportivo en Moebius Liceo (local 13, también en la Galería Patio del Liceo), una librería y galería especializada en diseño e ilustraciones donde recientemente expuso la serie de dibujos “Más allá de la Riccheri”.
Rodrigo Díaz, responsable del espacio junto a Martín Ramón, resalta que la idea de la galería es darle visibilidad al género: “Queremos que la gente entre en contacto con la obra original y que vean otras facetas artísticas de autores que quizá conoce solamente por trabajos en novelas gráficas”. Díaz cuenta que el objetivo es exhibir las historietas y las ilustraciones como obras de arte, pero también generar un lugar en el que puedan mezclarse artistas consagrados con otros que recién están empezando. Aparte de las exposiciones tienen planeados cursos, talleres y workshops. “Nuestras pretensiones son cero. Tenemos la parte de la librería que es la que nos mantiene, pero queremos generar el hábito en la gente de venir cada tanto a ver una muestra, ver obra.”
La fachada, el frente, las paredes interiores, las mesas y sillas, inclusive los baños de Post Street Bar (Thames 1885): toda la estructura de este singular reducto palermitano está intervenida por artistas de street art. Stencils y graffitis se superponen y hace falta un momento para acostumbrar el ojo y empezar a identificar los dibujos estampados en cada rincón. Los encargados de tan particular decoración fueron un grupo de artistas callejeros que a cambio de su trabajo obtuvieron el usufructo del patio y las habitaciones posteriores del local. Así, hace cinco años, nació Hollywood in Cambodia, una galería dedicada exclusivamente al street art. Stencil Land, Random Walk, Malatesta y Buenos Aires Stencil son quienes están a cargo de este proyecto en el que el único requisito para exponer es ser un artista activo en la calle. “Todos los que estamos acá lo hacemos porque es nuestra pasión. Podemos dedicarnos a lo que nos gusta y eso es increíble. Lo que se exhibe acá es en representación del arte urbano”, asegura Stencil Land (quien prefiere no divulgar su nombre) e insiste en que el objetivo no es la venta, más bien la difusión: “Si se vende algo, cobramos un porcentaje que luego se utiliza para comprar materiales para poder seguir pintando en la calle”.
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