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Martes, 26 de noviembre de 2013

PLASTICA › EXPOSICIóN DE MóNICA MILLáN EN LA GALERíA ZAVALETA LAB

Sobre ciertas evocaciones naturales

La artista acaba de inaugurar una muestra de bordados, dibujos y pinturas en los que evoca una naturaleza desbordante y poética, mediante un trabajo de un detallismo hipnótico, sobre el cual habla en esta entrevista.

 Por Fabián Lebenglik

Mónica Millán dibuja, pinta y borda una obra que resulta inagotable para la mirada; de una exuberancia desbordante y un detallismo hipnótico. En esta entrevista ofrece una descripción cuya microscópica delicadeza es tan coherente con su obra que permite asomarse e introducirse en sus trabajos.

“Su obra –dice Gonzalo Aguilar en el catálogo de la exposición– no habla del arte y de la naturaleza, más bien los teje, crea una urdimbre, una tensión de filamentos (hilos, plumas y lianas) que revelan un más allá de ambos, un lugar en el que se vuelve absurdo hablar de arte o de naturaleza. Por ejemplo, pájaros que cantan en la selva, ¿a qué mundo pertenecen?”

–¿Cómo fue el hallazgo de estos manteles que utiliza como materia prima para sus obras?

–Yo tenía la muestra completamente pensada y armada. Estaba lista... cuando sucedió este hallazgo: en un negocio que vende ropas usadas y muebles viejos encontré tres antiguos manteles bordados, sin terminar, que compré inmediatamente. Y entonces cambió la muestra que tenía pensada. Me puse a trabajar con estos manteles. Y todo el tiempo pensaba y sentía que hubo una señora que los bordó y no los había podido terminar. Ella se enfermó y murió; la familia los encontró, no les dio valor y se deshizo de ellos... Pero es una idea mía: lo vi.

–¿Qué le atrajo de estas piezas encontradas como para convertirlas en el punto de partida de la exposición?

–Eran hermosos en su simplicidad, no había lujo en ellos, y no pude parar las imágenes a las que los sentía asociados desde que los descubrí, toqué y acaricié. Pasé esa noche en estado febril y empecé a buscar todos los tejidos, hilos, cintas, retazos que entraban en mi órbita. También había una caja en el suelo; con unos ñandutíes muy antiguos, enrollados, de hilitos finitos, y luego también había unas servilletas, del mismo modo enrolladas y atadas delicadamente, con una cinta.

–¿Cómo fue que estos hallazgos pasaron a integrar su obra?

–El comienzo del trabajo con los manteles fue la obra que después titulé Un vuelo de pájaro. Es un bordado con flores en su base, telas teñidas de colores y luego bordadas con pájaros: en sus bordes hay cintas de colores y cosidas al mantel. Después comenzaron a aparecer las ramas dibujadas en carbonilla, donde están apoyados los pájaros, en el medio vuelan colibríes, y hay un fondo suave de vegetación en sutil trama, todo en un movimiento incesante, como un zumbar de insectos. Pistilos cosidos marcan otro ritmo, dan una profundidad. En la obra llueve suavemente. Enmarcado con telas y cintas. Para el segundo mantel, Esa soledad de agua, usé los ñandutíes que inmediatamente almidoné y los armé con volumen y cosí. Se transformaron en un extraño fondo de un paisaje de agua, con una vegetación rara, creciente. Ahí hay otra lluvia, en este caso de hilos azules, blancos y plata, que cae incansablemente. Rulos en tirabuzón caen hacia el suelo. El tercer mantel lleva el título Respirado encima.

–¿De dónde viene esta evocación de la naturaleza?

–Para explicar esto tengo que hablar sobre Marianne North, que fue una naturalista y pintora inglesa que nació en Hastings en 1830 y murió en Gloucestershire en 1890. Se formó de muy joven para ser cantante, pero no tenía las aptitudes vocales adecuadas para desarrollarse en el canto y se vio obligada a renunciar a cantar profesionalmente. Fue entonces cuando empezó a pintar; a pintar flores: una labor que la acompañaría toda la vida. Cuando tenía veintinco años murió su madre y Marianne comenzó a viajar con su padre, un terrateniente que era diputado del Parlamento por Hastings. Pero el sueño de ella era viajar por todo el mundo, dibujando especies vegetales, cosa que pudo hacer luego de la muerte del padre. Entonces fue una temporada a Brasil. Durante ese tiempo vivió en una cabaña en la selva, donde realizó alrededor de cien pinturas. Los archivos del Kew Garden fueron copiados e impresos: con eso hice unos dibujos de la flora de Marianne North y los pasé al tercer mantel: Nepenthes northiana es una de ellas; todas bordadas en colores, y luego, desde el fondo, los colibríes vuelan enlazando las diferentes ramas en carbonilla. Lianas, rosas verdes y doradas. Una tormenta se desata en hilos de cobre, plata y azul turquesa. En el centro, una pintura en pastel de un paisaje con sol y cielo que podría haber acompañado a North.

–¿Y la geometría?

–Cuando a mis veintidós años estudiaba en la academia en Misiones, pintaba unas geometrías con témpera. Eran una trama formada por un núcleo de tres por tres centímetros, con unas líneas en diagonal, completando los sesenta y seis por sesenta y seis centímetros. No me cansaba de hacerlo: preparaba y mezclaba colores en pequeños tubitos. Por aquí, todos los azules mezclados con naranjas, blancos y negros, formando diferentes grises coloreados. Por allá, violetas enfrentados a los amarillos. Eran estudios de color muy rigurosos y pausados. Cuando me encontré con la obra de Lidy Pratti, sus dibujos en color azul de birome, sentí que me hablaban a mí, con esa línea delicada, en donde en una superficie uniforme bidimensional aparecían cabecitas, entre otras formas. Era algo que venía estudiando, pero llevado al paisaje. Para mí eran abstractos, a pesar de que se veían ramas, flores, insectos. Aquí los llevé a las servilletas, con hilos de colores, una geometría, superficie bidimensional, ortogonal. Tenía que mantener cierta sequedad, y por eso son hilos sin lujo ni opulencia, son simples hilos de coser que ya casi no sirven de tan viejos.... Los compro en mi barrio, en una antigua mercería... El punto es el más simple, un hilván... el abecé de la costura, que sirve para unir y sostener una futura costura. Y el centro y el sostén de todo es un pequeño trabajo: un hombre pájaro de tela negra, relleno de samuhú (palo borracho), con cabeza y alas de pájaro. Está atento sobre un fondo de tela roja, bordado con hilos, y luego se levanta un viento huracanado de hilos azules, ante su presencia. Allí hay una frase oculta, bordada, que quizá alguien descubra cuando vaya a visitar la muestra.

“Mónica Millán practica el embrujo –escribe Aguilar en el prólogo–. Con sus antecesoras pero sobre todo consigo misma. Sabemos que la experiencia una vez que se desplaza o traduce en una forma pierde algo de su expresión primera. Pero sabemos también que un buen artista es aquel que logra inventar una forma que dota a la experiencia de una densidad mayor.”

La muestra sigue durante todo el verano, excepto los días de febrero en que las obras estarán exhibidas en la Feria Arco de Madrid. (En Zavaleta Lab, Defensa 269, piso 2, Loft 12.)

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