Miércoles, 16 de abril de 2014 | Hoy
PLASTICA › MIGUEL REP, LA MUESTRA EN BELLAS ARTES Y SU LIBRO
La reedición ampliada de Bellas Artes habilita a que Rep revise el modo en que fue cambiando su relación con un mundillo, en el que, dice, “nos sentíamos acomplejados”. Y se entusiasma con la posibilidad de modificar “una historia del arte muy solemnizada”.
Por Andrés Valenzuela
“¿De qué se ríen las esculturas funerarias zapotecas en el Museo de Bellas Artes?”, pregunta Miguel Rep en una de sus viñetas. Voltereta sutil, esa humorada, publicada originalmente en su libro Bellas Artes, se expone ahora en un museo: el Nacional de Bellas Artes (Av. Figueroa Alcorta 1473). La muestra se llama Atlas de las Bellas Artes y presenta originales de ese trabajo del humorista gráfico e ilustrador de Página/12. Recorridos, planteos, reflexiones y acercamientos a hitos de la historia del arte conforman una obra clave en el derrotero autoral de Rep. Además, este viernes, a las 18, el artista (re) presentará el libro, en su nueva y aumentada edición, en el Encuentro Federal de la Palabra (Tecnópolis), en compañía del semiólogo Oscar Steimberg, la directora del Congreso Internacional de Historietas Viñetas Serias, Laura Vázquez Hutnik, y los periodistas especializados Hernán Martignone y este cronista. Esta presentación acompañará las actividades del Encuentro relacionadas con el noveno arte.
Página/12 encuentra a Rep de pie, en medio de la sala donde hace poco “cuidó” la muestra dedicada a Oski. Ahora un equipo de técnicos trabaja colgando sus originales enmarcados, ya distribuidos por la curadora Andrea Giunta, quien se inclina sobre los que falta terminar. Fuera de la sala, Rep explica que el del Museo Nacional es “un trabajo curatorial distinto a lo del libro” y agrega que “la marca de Andrea es reagrupar los dibujos en climas y situaciones que ella anudó”. Un acercamiento distinto a la misma obra, con el plus de dos novedades: un collage grande dedicado a Juanito Laguna y una película.
“Para la película se filmó una obra que hice en la muestra del libro en Madrid, de 13 metros de longitud, que acá no entraba –cuenta–, con lo cual lo que es un mural enorme lo transformamos casi en un comic filmado, porque tiene narración.” El mural cuenta el incendio del museo y su salvación por parte de los primeros hombres. La obra, explica su autor, está inspirada en la revuelta de los inmigrantes en Francia, cuando los musulmanes, aun los nacidos en ese país, eran tratados como ciudadanos de segunda. “Cuando llegué no tenía ni idea de qué iba a hacer, excepto que era sobre arte y que tenía ganas de dibujar vegetación”, recuerda, “y cuando me enteré de lo de Francia me planteé ‘es el incendio de la civilización’; entonces el incendio ocupa la mitad del mural y luego estos hombres y mujeres primeros, artistas de las cavernas, salvando la obra del museo de todas las épocas”.
–Y quien aún no leyó su libro, ¿qué encontrará en él?
–Básicamente es la historia del arte con humor. Cuando comencé, quería hacer los momentos de la historia del arte que más me interesaban, que cuando lo empecé a hacer era anárquico. Hacía una de Velázquez y después una de Picasso, otra de las cavernas, algo de Giotto...
–Seguía el camino de sus reflexiones.
–Sí, exactamente. O lo que mi ojo me dictaba: “Quiero dibujar esto”. Y cuando tuve que hacer el libro, hace diez años, decidimos ordenarlo en línea de tiempo. Ahora se meten los dibujos nuevos. A mí en estos diez años me pasó de todo en el mundo del arte.
–¿Qué cambió en este tiempo?
–Cuando hice eso era para meterme en ese mundo, que siempre a los de este género nos fue adverso. Siempre íbamos como acomplejados. Sin embargo, inmediatamente presenté el libro con los originales en el Malba y empecé a meterme en el mundillo y a desmitificarlo y des-solemnizarlo. Yo creo que hay que des-solemnizar una historia que está muy solemnizada, que es la del arte, las artes mayores, y toda esa pelotudez. Cuando en realidad, en un museo, ¿sabés cómo calza Krazy Kat?
–¿Pero en esta década no tuvo un vuelco personal hacia la plástica?
–No, más bien hacia los murales. Yo no soy un plástico, soy un gráfico que hace dibujos grandes. Dicen que hago murales porque no saben qué decir. ¿Qué hace Miguel? Ah, hace murales. Entonces es muralista, ja. Pero la verdad es que soy un dibujante que dibuja grande. Soy dibujante de línea, no de mancha. Ese es un rasgo distintivo que tenemos los que nos formamos en la gráfica. No me voy a escapar de donde vine. Yo creo que sé hablar más del Conventillo de Don Nicola que de (Roy) Lichtenstein. Puedo dar mis teorías acerca del pop art, pero la verdad es que yo lo que más conozco es la historia del Patoruzú semanal. Es el elemento con el cual me formé.
–¿Cómo se acerca a las bellas artes, entonces?
–No tenía nada conceptualizado, lo tenía todo disperso. Cursé para ordenármelo y luego sí me metí en los dibujos. Pero en esto me metí por placer. Quería ver cómo dibujaba un (Paul) Cezanne, cómo transformaba la mancha en línea. Era un material más, como trabajar con (el juez de la Corte Suprema, Eugenio Raúl) Zaffaroni, con (José Pablo) Feinmann o hacer los barrios, un material. Lo que pasa que este material tiene un plus, que es que aprendés dibujo de la historia del arte. La historia del arte es muy hermosa. El arte es muy hermoso y cuanto el mundo más se oscurece, más uno se apoya en la belleza, ¿no?
–Atravesada esta década, ¿cómo cambió su mirada del circuito del arte?
–Lo desmitifiqué. Pude ver que es un mundillo más, que no es sagrado, que hay un montón de intereses. Que hay mucho canuto de la historia del arte, de aristócratas que no quieren que se difunda para conservar un saber. Eso no corresponde, es una oligarquía. Ellos tienen ese saber y dicen me muevo por acá, voy a exponer allá, ¡y nadie sabe dónde es! Que el negocio no lo maneja el artista, lo maneja todo el aparataje, y que también hay que desmontarlo. No para hacer una revolución y que se caigan, que se vayan todos. No, saber que hay manejos, que hay curadores buenos y malos, que hay museos que no son buenos, que el museo Amalita Fortabat juntó cuadros pero no existe como museo. Que alguien posea una colección no significa que sea un hombre superior, sólo tuvo poder y guita. Que tampoco es un sabio, simplemente tuvo el dinero y el buen gusto o alguien que eligió por él para hacer una colección piola.
–Persiste la idea de que no es para cualquiera.
–Pero no es difícil: es saber un poco de historia y ver cómo se encadenan los movimientos. Es fácil, empezó por las cavernas. Es necesario saber que el hombre y la mujer ya entonces se expresaban. Comían, cagaban, cazaban y también dibujaban. Algo de importante debe tener, ¿no? A partir de eso se te empieza a ordenar la cosa. Es como aprender “m-a-m-á”. No es tan difícil. Si aprendemos que estuvieron los egipcios, los fenicios, la Edad Media, ¿cómo no vamos a aprender historia del arte? Es bellísima y además te abre la cabeza, te da mucho airbag para la época de la imagen, que es horrible, porque te meten imágenes y no sabés cómo reaccionar. Y la imagen es peligrosa.
–¿Peligrosa cómo?
–La imagen dirigida por los publicistas y los psicópatas del poder es peligrosa. Ellos nos hacen ver cosas. Son imágenes cerradas para venderte algo. Si vos vas a un museo, no te quieren vender cosas. El artista hace una tarea más inconsciente, de suma de saberes de su tiempo, de conocimiento, pero no para venderte algo. Saber eso no es tan difícil. Y luego de saberlo vamos a entrar mejor a los museos, a la era de la imagen, a los centros culturales. Vamos a ver fotografía mejor, todo eso que ya convive con nosotros. Antes tenías que ir a buscarlo, ahora está acá (señala una tableta digital), te invade en los celulares, está en todas partes la imagen. Es un abuso ya.
–¿Qué está cambiando para que hoy el Museo Nacional de Bellas Artes abra sus puertas a muestras como ésta o la de Oski? ¿O que la Biblioteca Nacional dedique una a Calé? ¿O que la Ciudad tenga un Museo del Humor?
–Son distintas lecturas según los espacios. Yo sé qué pasa acá, que es un espacio que tengo más cerca porque la muestra de Oski la propuse y la cuidé: no la curé, la cuidé. Acá hay una apertura hacia las artes populares. Reventaron los géneros. Ya no hay mayores y menores. Vas al Pompidou y tenés una muestra de Sempé. Lo que hay es autores mayores y autores menores. Me parece que ése es el criterio. Lo de Calé en la Biblioteca es más de una lectura antropológica, me parece. Acá con Oski sí era artístico: estamos ante un gran artista. Calé antropológicamente es maravilloso, es un humor insoslayable en la cultura porteña. Es, quizá, quien mejor ha mostrado la porteñidad. Entonces hay una cosa literaria o antropológica. En lo que tiene que ver con el circuito Macri no sé, aparte del marketing; para hacer en un barrio un paseo de la historieta, que es la vaciedad absoluta de contenido. Me parece que en los otros hay una cosa de valorizar.
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