Martes, 24 de junio de 2014 | Hoy
PLASTICA › PLASTICA > RECUERDO DEL HISTORIADOR Y ARQUEóLOGO JOSé ANTONIO PéREZ GOLLáN
Hace unos días murió el reconocido arqueólogo, investigador, historiador y docente que renovó y dirigió el Museo Etnográfico de Filosofía y Letras de la UBA. El recuerdo de una colega e investigadora.
Por Marta Dujovne *
Hace pocos días murió José Antonio Pérez Gollán, Pepe Pérez, reconocido historiador, arqueólogo, investigador, docente y hombre de museos. Era un cordobés conversador, apasionado por la literatura y el arte, que había sido discípulo de Rex González y realizado destacadas investigaciones sobre la cultura de La Aguada en el valle del Ambato.
En 1987, poco después de regresado de su exilio en México, fue nombrado director del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Por entonces la mayoría de los museos argentinos eran acartonados y poco atrayentes. El Museo Etnográfico prácticamente había dejado de funcionar como tal, la dictadura había prohibido el acceso a toda persona ajena a la facultad y su actividad se había confinado a la docencia y la investigación. Excepto para los arqueólogos y algunos maestros de primaria, que debían cubrir el tema de las poblaciones indígenas en el país, su existencia era desconocida. Presentaba unas salas descascaradas, mal iluminadas, con vitrinas tristes que mostraban objetos clasificados por discursos ya obsoletos en las ciencias sociales.
Salvo en tanto instituto de investigación, había que cambiarlo todo. Y las condiciones eran muy difíciles: escasez de recursos, de espacio, de personal especializado. Pepe Pérez conformó un pequeño equipo de trabajo y acometió con entusiasmo la tarea de lograr un moderno museo universitario en democracia. Un museo que cuidara sus colecciones, que continuara sosteniendo la investigación y, sobre todo, que se abriera a toda la sociedad. Un museo que fuera estimulante y atractivo pero no superficial, que reflejara el estado actual del conocimiento, enfocado sobre los procesos sociales, presentados de una manera clara, desprovista de jerga científica, que no evitara sino estimulara la polémica. Y todo ello atendiendo a una dimensión estética.
Pérez Gollán estableció fértiles contactos con instituciones estatales y privadas, nacionales y extranjeras. En el Etnográfico se dictaron cursos nacionales e internacionales de especialización museográfica y se estableció un nutrido intercambio con instituciones y colegas. Fomentó la formación de los jóvenes, interesó a arqueólogos y antropólogos en la problemática del museo, facilitó la obtención de becas y el aprovechamiento de cuanto recurso apareciera. Así se fue formando, en todos los sentidos del término, el equipo del Etnográfico.
Las exhibiciones comenzaron a montarse según un guión conceptual, resultante de una investigación rigurosa, con participación del área de extensión educativa desde el inicio. Y se dio especial cuidado a la presentación visual: de la mano de un joven diseñador, por primera vez las paredes de un museo se llenaron de colores, algo que ya es habitual. Por otra parte se recuperó cuantiosa documentación y se formó el archivo, hoy esencial para los investigadores.
Sobre todo se tomó en cuenta el lugar de sujeto que debían asumir los pueblos originarios –no sólo de nuestro territorio– cuyas culturas están representadas en el Etnográfico.
El trabajo fue lento y al principio desesperante, porque ni se notaba. Pero se fueron consolidando los equipos y el museo fue definiendo cada vez más su carácter renovador. El director sabía que el conocimiento y el placer no estaban reñidos. Se movía con soltura entre la ciencia y el arte, al punto de que la Asociación de Críticos de Arte premió una de las exhibiciones.
José Antonio Pérez Gollán no inventó ni hizo él solo todo lo que se realizó en el Etnográfico. Pero estableció objetivos, formó gente, creó equipos, y estimuló y avaló sus acciones. Dirigió el Museo Etnográfico durante 18 años, hasta 2005, cuando pasó a dirigir el Museo Histórico Nacional. Dejaba una institución consolidada y con rumbo, que siguió trabajando con sus áreas técnicas encabezadas por la gente que él había convocado o ayudado a formar.
Lo recordamos creativo, estimulante, arbitrario, polémico y socarrón, paseándose por los pasillos diciendo que los museos tenían que ser divertidos. Por encima de dificultades y sinsabores, disfrutaba del trabajo, que en definitiva era una causa, con un entusiasmo que compartía con quienes lo acompañábamos. El que se nos fue era un verdadero militante de la cultura. Gracias, Pepe.
* Museo Etnográfico, Filosofía y Letras, UBA. Asesora de proyectos.
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