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Miércoles, 4 de febrero de 2015

PLASTICA › LA NUEVA MUESTRA DE JORGE ABOT Y NATALIA ABOT GLENZ

De tal palo, tal astilla

Mientras preparan su nueva exposición conjunta, titulada Huellas de un diálogo, padre e hija discuten sobre pintura y escultura, discrepan en sus respectivos abordajes, pero coinciden en señalar el valor del pensamiento aplicado a la praxis.

 Por María Daniela Yaccar

“Hasta que no esté todo perfecto, mi papá no se queda tranquilo”, dice Natalia Abot Glenz, escultora, hija del artista plástico Jorge Abot, con el típico tono que utiliza alguien cuando conoce mucho a la persona a la que se refiere. En la sala J del Centro Cultural Recoleta está tomando forma la muestra que comparten, llamada Huellas de un diálogo. Abot Glenz, en zapatillas, con la ropa sucia de pintura, trabaja en conjunto con otra mujer para disponer sus obras en el espacio. Se apresura para comenzar la entrevista con Página/12, mientras su padre aún debate con los asistentes el lugar de sus cuadros. No hace falta mirar con demasiada atención para notar características en común entre ellos: colores apagados, grandes volúmenes y una preocupación por las texturas son sólo algunos de los aspectos que cruzan las obras de los Abot; o que las hacen “rimar”, como ellos dicen.

Ella es una escultora que una vez se enamoró del hierro y que, más acá en el tiempo, empezó a probar otros materiales para explorar. Hay persistencias: sus obras por lo general son de grandes dimensiones y tienen mucho movimiento, formas curvas, seguramente por su pasado de bailarina. Es arquitecta, además. Se formó en España con Elena Colmeiro y Martín Chirino, y en la Argentina con Jorge Gamarra, Julián Agosta y Aurelio Macchi. En esta oportunidad presenta unas esculturas negras de metal y malla galvanizada. Hay una muy grande en el centro de la sala, una especie de tubo, que a lo lejos parece de mimbre. Lo novedoso de estos trabajos es que se puede espiar la escultura por dentro, cosa que no sucede con los volúmenes macizos. “El trabajo del pintor es más fácil”, compara, entre risas, sin que su padre la escuche. “El escultor no tiene tantas obras, entonces tiene que recombinar, explorar las posibilidades de lo que ya hizo”, explica, mientras muestra criaturas de años anteriores, que también forman parte de Huellas..., como las que mostró en la exposición Espacios dinámicos, en 2013.

Ya en el patio del Centro Cultural Recoleta, Abot y Abot Glenz se acomodan para hablar cada uno de sí mismo y de su relación, entre otros tópicos. “Mi enamoramiento fue con el hierro”, arranca la escultora. “Antes trabajaba hierro y madera básicamente. Ahora hay resinas y tejidos, estoy en la búsqueda de la transparencia. Me interesa el movimiento, armar equilibrios y desequilibrios. Esa es la búsqueda de la escultura. Quiero frenar la mirada en el volumen, el interior y la transparencia”, se explaya. Su padre cuenta que las obras que está exponiendo no fueron hechas específicamente para esta muestra, que las hay de cinco, cuatro, dos años atrás: “Cada vez me doy más cuenta de que no hay ‘últimas obras’. Antes uno se desesperaba por hacer un conjunto de obras y exponer. Hoy pienso más en cómo armonizar. Encuentro que soy siempre el mismo, pero que también cambié. Indudablemente uno es lo que es, más a esta edad, entonces rescato de acá y de allá. Tuve una época en la que gesticulaba demasiado sobre la tela, ahora gesticulo menos y pienso más. Trato de que ese pensamiento no detenga mi mano, porque el peligro es ése. Que piense demasiado hace que mi gesto tenga más sabiduría, y por otro lado perdí cosas: a cierta edad no corrés como antes. Trato de ir más adentro. La pintura sigue siendo un material maravilloso, a pesar de que está en discusión”.

Dice Abot padre que la pintura está en discusión porque hay quienes afirman “que ya no se pinta”. De varias cosas hablará durante la charla: arte y mercado, necesidad de intervención estatal en la actividad plástica, de una jubilación para los que se dedican a esto, de nuevos centros culturales públicos y de que haya cifras que digan cuántos son los hombres y mujeres que han elegido este oficio. Se enoja con los que establecen categorías como “contemporáneo” y “moderno”, según las cuales él sería un moderno, y su hija, una contemporánea. “El arte está en manos del mercado. Mientras eso ocurra, le pasará lo que dictamine el mercado”, sentencia. Y agrega, para contextualizar, que éste no es un fenómeno argentino: en España, donde vivió por trece años, pasa lo mismo. Y en Estados Unidos, también.

Su hija marca sus diferencias, otros pareceres. “Hay que pensar nuevas maneras. Los artistas vamos dejando huellas de un pensamiento, de nuestro patrimonio cultural. Es mucho el trabajo, hay muchas horas, mucha humanidad puesta ahí, mucho amor. Todo eso es lo que sucede en el quehacer del arte, en el interior de los talleres. Hay que pensar el después, no sólo mirar lo que no funciona. Yo necesito saber que hay opciones, que hay puertas. Si no me pongo a llorar. Todo el rato tenemos con mi papá discusiones de este calibre. El me dice que es realista y tiene una mirada crítica, yo le digo que está al borde del pesimismo. Se enoja conmigo y no me habla. Yo le rescato que siempre propone cosas”, dice la escultora. El artista plástico le enumera proyectos en los que está metido, como la jubilación para los artistas plásticos y la realización de una exposición colectiva llamada Arte al Sur, que sería la reedición de la que, veinte años atrás, unió a más de 100 artistas justamente en el CCR. En ese entonces él fue uno de los promotores.

No es la primera vez que los Abot se unen en una muestra. En 2011 ofrecieron la primera, en el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano de La Plata, y luego otra en la Universidad de Lanús. “Esas fueron buenas experiencias. Compartimos, nos peleamos. Cada uno tiene lo suyo. Armar la sala es como construir otra obra, porque elegís lo tuyo en función de lo que el compañero propone”, dice Abot.

¿En qué aspectos creen que dialogan sus obras? Según Natalia, “hay un tema de ritmos, espacios y temperatura. Yo propongo en el espacio, armo trazos, pongo una estructura, una tensión o un desequilibrio. Esos trazos dialogan con los que él maneja en dos dimensiones. Los climas de cada obra pueden, por más que tengan distinta longitud de onda, resonar con la del otro. Hay texturas y tramas similares, en la huella del hacer”.

Para su padre, en cambio, “el rasgo común que encuentro es que, haciendo cada uno lo que se le canta, tenemos estructura. Pero no una cosa rígida. Jugamos en el borde del límite. Siempre hay una estructura, que ayuda a ver al otro, pero después cada uno pone lo que quiere”.

* Huellas de un diálogo se inaugura el jueves, a las 18. Se la puede visitar durante todo febrero, de martes a viernes, de 13.30 a 20.30, y sábados domingos y feriados, de 11.30 a 20.30.

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Imagen: Rafael Yohai
 
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