PLASTICA › EL FALLECIMIENTO DE RóMULO MACCIó
El viernes murió el pintor Rómulo Macció. En este texto, Yuyo Noé despide a su compañero de ruta de la Otra Figuración.
› Por Luis Felipe Noé *
“Existe en su obra un drama entre la abstracción y el hombre, sujeto que hace la abstracción, y por lo tanto, lo más difícil de abstraer, pues significaría una auto-abstracción.” Esto lo escribí sobre la exposición que Rómulo Macció estaba haciendo en la galería Galatea en 1956, cuando tenía la audacia, a mis 23 años, de hacer crítica de arte en el diario El Mundo. Lo curioso es que ya predecía lo que iba a ser su camino y lo que nos iba a unir cuatro años después. Mi comentario terminaba diciendo: “de este artista muy joven que expone sus temples en Galatea, puede esperarse aun... una vida”. Ahora cuando esta vida ya está completamente definida siento el orgullo de haber tenido de entrada la intuición de que estaba frente a un gran artista. Años después, en 1959, realicé mi primera exposición y mi amistad con él, Alberto Greco y Jorge de la Vega, nació en la inauguración de ella. Al poco tiempo mi padre que estaba liquidando la fábrica de sombreros que había fundado mi abuelo, me ofreció trabajar allí dada la amplitud de los talleres. Al poco tiempo ellos tres también estaban ahí. Esta fue la cuna de todo lo que pasó después. Cinco años de una intensa relación entre nosotros y más aun, entre nosotros y la pintura. Así nació la idea de superar los límites entre abstracción y figuración que eran en ese momento, dos bandos irreconciliables, y también la necesidad de constituir un movimiento nuestro que bajo ese principio tomase conciencia de nuestro entorno. Convocamos a varias personas que nos parecían propensos a esto pero algunos, unos por figurativos y otros por abstractos nos dijeron que no, entre estos últimos, Alberto Greco, aunque tiempo después hizo una esplendida aventura también en ese sentido. Así nació la exposición Otra Figuración –título sugerido por Rómulo–, que incluía también a Sameer Makarius y Carolina Muchnik y Ernesto Deira. Pero luego tomamos conciencia de que los que habíamos organizado la muestra: Rómulo, Jorge, Ernesto y yo, éramos realmente el grupo. De tal modo que ese mismo año viajamos los cuatro a Europa y a nuestro regreso compartimos otro taller en la calle Carlos Pellegrini que era el original taller de Deira. Todas las exposiciones que hicimos a partir del año 1962, llevaban como único nombre los nuestros. El término Nueva Figuración –que nunca nos convenció– nos lo adjudicaron los críticos después que el año 1962 Michel Ragon lo puso de moda.
1963 fue un año muy particular porque expusimos en el Museo Nacional de Bellas Artes por invitación de su director en ese entonces, Jorge Romero Brest, y además porque expusimos en Montevideo y en Río de Janeiro, teniendo en esta última ciudad un eco en los artistas jóvenes de allí. También ese año Rómulo ganó el premio internacional y yo el nacional del Instituto Di Tella. A partir de allí el grupo empezó a dispersarse pero continuamos haciendo muestras hasta 1965.
Esos cinco primeros años de la década del 60 fueron vertiginosos y una de gran alegría contagiosa. Rómulo ha escrito al respecto: “Teníamos menos años y el corazón imprudente, queríamos incendiar, desarticular, contaminar el espacio chato en el ancho y alto del cuadro. Para eso, todo valía, yo tenía la experiencia del diseño gráfico (hablo de 1959-60). Vale todo, era juntar distintas tendencias del arte moderno, distintos y contradictorios procedimientos, figuras colgadas, anatomías y lógicas, espacios virtuales, plano, volumen, perspectivas, etc. Retratos del hombre, pero ¿de cuál? O sea, de su rastro, de su incógnita, de su horror, de su alegría, saliendo del fondo de su alma o de la noche del tiempo, imagen que partiría de un oscuro núcleo (como el mismo arte) que sólo la pintura puede iluminar. La pintura como acción irracional buscando... la belleza (esa especie bárbara). Vida y muerte de los estilos, o posiciones visuales. Había un interrogante flotando: hubo que responderlo. Queríamos armar lío, estábamos cabreros contra la cultura de “ver y saborear”, vibrábamos con el comentario polémico de lo que hacíamos, nos sentíamos protagonistas, espontáneos, tremendistas, rebeldes como causa de una ética de la estética, preferimos un misterio del despilfarro a uno de economía. “Cuando el grupo se disuelve, en parte era porque ese enunciado ya lo habíamos formulado. Rómulo al menos así lo sintió. Ernesto, Jorge y yo, por el contrario, pensábamos que recién comenzaba a dar fruto nuestro trabajo conjunto. Cada uno siguió su propio camino pero esa aventura nos hermanó para siempre aun cuando a veces tuvimos con él, algún distanciamiento.
Creo que lo más particular de la obra de Rómulo, pintor incesante, es haber tenido la ventaja como él mismo decía, de haberse formado en el diseño gráfico, que lo llevó a una simplificación y una concentración de lo que él quería transmitir. En esa época hubo una agencia que se llamaba “Pum en el ojo”, y creo que esa fue la gran característica de él. Pero también fue desarrollando con el tiempo una visión muy pictórica en paisajes muy particulares. Su obra total es un amplio abanico que corresponde también a su inquietud viajera, vivió en París, Londres, Nueva York y en España. Pero siempre de una manera u otra, estaba en Buenos Aires. Pero creo que la residencia fundamental de Rómulo no era un lugar determinado, sino la propia pintura, su gran pasión.
* Pintor y dibujante.
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