PLASTICA › LA MUESTRA SUITE, DE TAMARA STUBY, EN EL CENTRO CULTURAL RECOLETA
La artista, que nació y se formó en Estados Unidos y vive en la Argentina desde hace veinte años, propone en su nueva exposición una serie de ajustes y desajustes poéticos y lingüísticos entre fotografías y textos.
› Por Fabián Lebenglik
En estos días Tamara Stuby (nacida en Poughkeepsie, New York, EE.UU, en 1963; vive y trabaja en Buenos Aires desde 1995) presenta su muestra Suite en el Centro Cultural Recoleta, como resultado de un proyecto en el que viene trabajando desde hace unos años y que en 2013 recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes.
La artista reflexiona sobre las tensiones entre imagen y texto. Así, la muestra, que se divide en tres partes (compuestas en conjunto por instalaciones de fotografías proyectadas e impresas, una serie de textos y estructuras y displays de exhibición), incita al espectador a pensar si toda imagen precisa de un texto; si el texto complementa, explica u oscurece el sentido de la imagen; si las palabras descubren, distorsionan, iluminan u ocultan.
La exposición se pregunta también por la construcción de sentido, la “traducción” de la imagen a través de palabras; sobre la neutralidad de la palabra; o la naturaleza interpretativa de la cultura; sobre la relación entre los hechos y su descripción; sobre la construcción de la realidad, etc.
A Stuby le interesa, según escribe, “el poder del texto y/o la imagen para domar y callar la incertidumbre tanto como para realzarla y acentuarla; para construir sentido o socavarlo”.
En el primer capítulo de la muestra, Narciso, al fondo de la sala, impreso sobre un panel que funciona como entrada a un sector oscurecido del espacio expositivo, podemos leer el siguiente texto:
“Es un mito que Narciso quedó mirándose. Explicaron su muerte así porque resultaba más simple. La autocontemplación no representa peligro alguno, ni para las ninfas más impresionables. El pecado verdadero era otro, el de Adán y Eva, el de siempre, el más irresistible de todos: querer entender. A Narciso le sedujo lo que promete tan engañosamente la transparencia; capituló. Quiso penetrar en la superficie sin perderla de vista, quiso entender con el ojo y no con el intelecto. ¿Quién contó la historia, quién lo difamó así? Estuvo solo al final. No había nadie para escuchar que las últimas palabras que murmuró no fueron ni ‘espejito, espejito’, ni ‘ser o no ser’, sino ‘saber... o no saber’.”
Sobre una pantalla, apoyada sobre un plano inclinado en el piso, se proyecta una serie de imágenes que tienen en común la imagen o la evocación del medio acuoso y oscilan entre lo reconocible y lo ambiguo.
En el medio de la sala, la segunda parte de la exposición, titulada “Vida o muerte”, se despliega sobre paneles que en conjunto conforman un octógono en el que se presenta, sobre cada cara, una imagen acompañada de una palabra que oficia de título. Una secuencia que podría resumir un ciclo vital, un relato ficticio o real, o un trazado de palabras al azar: “edén”, “nacer”, “crecer”, “sobrevivir”, “homicidio”, “suicidio”, “pena” y “perdón”.
La tercera parte de la muestra, “Luna llena”, está compuesta por ocho fotografías numeradas. Frente a esas fotos hay un mueble octogonal como los que había en los bancos o como los que hoy se encuentran, restaurados, en el gran hall de entrada del Centro Cultural Kirchner. Sobre cada uno de los ocho compartimientos, hay un texto, numerado, que, supuestamente, se corresponde con cada una de las imágenes.
La pimera imagen está compuesta por la foto de una esquina de una habitación. Un interruptor está atravesado y rodeado de una serie de accidentes, rayaduras, telarañas, manchas, pintura descascarada, grietas y otra serie de improntas y huellas, a veces identificables, otras veces, no. En el mueble octogonal, el texto correspondiente dice lo siguiente: “La primera palabra. Empieza como un castillo de naipes, cada palabra precariamente apoyada contra unas pocas más, sin forma de mantener o recordar el lugar de cada una. El entender cae como el rocío y empieza a pegar cosa con verbo y allí mismo comienza lo que no parará jamás. Ese primer castillo de naipes toma miles de formas distintas, pero casi sin excepción hay una carta que viene primero; no es luz (aunque tendría su lógica), ni calor, ni piel, ni madre ni padre, ni noche, ni leche, sino: ‘no’. Y nos volvemos adictos”.
A lo largo de la exposición, junto con tensiones posibles que se generan entre las imágenes y los textos, hay líneas por donde la tensión se fuga, tanto en el plano de las fotografías como en el de las palabras, y aparece, otra vez, el sentido poético, que aquí funciona como un arco voltaico que produce, más que tensiones, chisporroteos, por los que la imagen y la palabra conviven creativamente. Entonces los relatos visuales y verbales, que por momentos convergen, por momento se eluden, por momentos se contraponen, pero siempre se relacionan de algún modo entre sí, saltean lo prosaico. Allí donde lo rutinario desaparece y las cosas son vistas de otro modo, aparece la excepción. (Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 3 de abril).
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux