Martes, 4 de septiembre de 2007 | Hoy
PLASTICA › EXPOSICION RETROSPECTIVA DE DUILIO PIERRI EN EL MUSEO SIVORI
El sábado al mediodía se inaugura la retrospectiva de un pintor sumamente audaz, que siempre sorprende con el uso del color y con formas inestables, a puro riesgo.
Por Fabián Lebenglik
El sábado al mediodía se inaugura en el Museo Sívori una gran exposición retrospectiva de Duilio Pierri (Buenos Aires, 1954). Más de treinta y cinco años en setenta obras que impactan fuertemente en el ojo del que mira. Hay de todo: desde cuadros de 2,50 por 5,60 metros, pasando por pinturas de 3 por 4 metros, hasta dibujos de formato más pequeño. Se trata de una retrospectiva en la que el artista incluye mucha obra que había sido poco o nada exhibida, y que en conjunto recorre todo su itinerario artístico.
El tuteo, el voseo de Pierri con la pintura, esa familiaridad sanguínea con el acto de pintar le vienen al artista por genealogía: hijo y nieto de pintores, su contacto con el mundo del arte es de toda la vida. Con sus padres –Orlando y Minerva Pierri– comenzó su formación. A través de los ojos de su infancia Duilio vio pasar por aquella casa-taller a Emilio Pettoruti, Raquel Forner, Raúl Russo, Leopoldo Presas, Luis Barragán..., a toda una genealogía del arte argentino que se suma a la propia consanguinidad pictórica. Esto marcó la obra futura de Duilio. Pero lo suyo no es una continuidad sino una ruptura: la pintura de Duilio Pierri supone un salto al vacío, un riesgo gracias a su modo de transformación radical del arte que le sirvió de modelo, de los paisajes recorridos o soñados y de las imágenes –de la cultura de masas, del entorno urbano, o de las más variadas fuentes– que él evoca de una manera absolutamente heterodoxa.
Los colores chirriantes, esas combinaciones combustibles, que estallan ahí, en la tela y ante los ojos, proponen una reinterpretación de sus saberes de artista: desde las naturalezas muertas e interiores iniciales –donde el pintor aporta un punto de vista propio acerca de lo que le transmitieron sus padres– hasta los paisajes actuales –en donde repasa a su modo, absolutamente personal, tanto la historia del paisajismo canónico de la historia del arte como algunos aspectos de las vanguardias históricas, así como también sus propias evocaciones de la vivencia del paisaje–, toda esa pintura a lo largo de treinta y cinco años presenta una personalidad y una energía apasionadas y obsesivas, alrededor del color, la composición, la forma, la temática.
Tanto el tema puede encauzarse dentro de la tradición pictórica como ir hacia caminos fantásticos –al estilo de la ciencia ficción de serie “B”– o mitológicos, recorriendo sagas y mitologías. El artista propone también una épica del pintor y la pintura, al punto de que se mete con la historia y con los mitos, con las grandes superficies, donde puede ampliar el gesto hasta el límite, y trabajar sobre la materialidad de la pintura hasta darles volumen a esas enormes superficies.
En la obra siempre aparece un componente desaforado, desbordante y caótico. Parte de la radicalidad y el riesgo de su mirada pictórica consiste en la puesta en escena de una tensión y una fuerza que aparecen o pugnan por aparecer de un modo desaforado, en la superficie de cada cuadro. De manera palmaria o quizá latente, larvada, cada serie del artista conduce hacia ese desborde de potencia y tensión, a ese modo de jugarse completo en toda la serie, sí; pero también en cada uno de los eslabones que articulan el conjunto: cada cuadro es un desafío en alguno de sus niveles de realización.
El gesto, la paleta, la combinación cromática, la composición, el tamaño, el tratamiento de los materiales, el punto de vista, los objetos, ambientes, paisajes, la épica..., cada componente y la suma de todos construyen siempre caminos de audacia. Incluso las citas, la manera de evocar a los clásicos, los modernos, los fauvistas o las vanguardias, todo en Pierri se mueve en el borde de la cornisa, en esa tensión que sostiene a cada paso el interés y la sorpresa de la mirada.
El carácter de la búsqueda de Pierri, cuando se desata, no tiene vuelta atrás, porque es una búsqueda hasta las últimas consecuencias. En sus pinturas siempre hay huellas de exasperación, de una locura que atrapa, porque intenta expandir los límites. Cada obra luce como obsedida por una manía que a su vez marca un doble funcionamiento. Por un lado señala un corte abrupto entre la realidad exterior y el mundo propio (donde se verifica esa transformación radical de la que hablábamos al comienzo). Por el otro genera resultados observables en sus pinturas, porque al lanzarse así el riesgo se abstiene de dar explicaciones: Pierri no da cuentas a nadie respecto de sus cuadros. El acento en esta hipótesis extrema, la del desborde, supone la automarginación de las poéticas dominantes, lo mantiene fuera del sistema de la moda, más allá de la “corrección” y de lo que “debería ser”. El desborde salta de un componente a otro de la tela: puede comenzar por el color, pasar al tamaño, correrse al tema, luego al tratamiento, al gesto, a una figura, a la aplicación del material.... Queda en la mirada del espectador descubrir por dónde se tensa el planteo del cuadro, en qué zona se hace máxima esa tensión, en qué lugar del cuadro está a punto de estallar todo lo demás. Pareciera que Pierri busca en la pintura un modo de manifestar la certeza y la lucidez absolutas, que allí, en un punto de la superficie de la tela, centellean, agazapadas, detrás de un color o una forma.
Esta muestra conforma una especial retrospectiva de la pintura de Pierri, porque recorre lo menos conocido y menos exhibido de su obra. Es una colección de rarezas, dentro de la extraña e hipnótica pintura de este artista. Desde sus primeros atisbos de pintor independiente, a mediados de los años setenta, con obras que oscilan entre la intimidad y la épica –donde pueden verse interiores de los años setenta en que por momentos aparecen espacios que van de lo más simple a lo más complejo–, hasta sus paisajes más recientes.
También hay obras raras del fantasioso y por momentos truculento período neoyorquino, en el que pululan seres mutantes, cuerpos reconvertidos, personajes extraños, mutilaciones, anatomías y toda una cotidianidad transmutada, disfrazada, reconvertida. El artista usa un lenguaje que supone de lleno la entrada de los medios masivos a su pintura: cine, comic, televisión, sumados al impacto de ver el funcionamiento de otra sociedad, desde el corazón mismo de los cambios. El clima –que va de lo divertido a lo agobiante y de lo conspirativo a lo ominoso– es el de una invasión de un mundo en otro, de un desembarco de personajes, situaciones, colores, temas que toman el control de la obra.
Por la muestra también desfilan dibujos –minuciosos, obsesivos–, autónomos en muchos casos, mientras que en otros se anticipan o bocetan pinturas por venir.
También se muestran algunas de las pinturas en las que brillan esas figuras hipnóticas de círculos concéntricos (y rectángulos incluidos, uno dentro de otro) como soles anómalos. Son geometrías que, una en otra, recursivas, se destacan como objetos refulgentes que suponen la ordenación del caos, la fijación de un orden absoluto que busca subsumir todo desajuste en un interior centrífugo. Estas geometrías invasoras se imponen como símbolos que expresan una racionalidad al mismo tiempo extraviada y perfecta: como si fueran la metáfora del pasaje de la locura a la cordura, ida y vuelta.
Una constante en la obra de Pierri son los paisajes, que en casi todas sus series aparecen en segundo plano, como escenario de un personaje o una situación, como red de contención y como mundo dado. Hace más de una década el artista incorporó de lleno el paisaje como motivo excluyente.
Los paisajes le permiten seguir experimentando pero a partir de un tema dado, fuera de la ansiedad de la búsqueda. Con ese punto de partida resuelto, todo lo demás es posible. El paisaje será el tema dominante de estos años, el tema que permite profundizar en la pintura, desde ese lugar supuestamente “menor”. Aquí el artista toma el riesgo de plantarse en una tradición supuestamente devaluada, en la que se mueve con absoluta maestría: la aventura ahora es realizar una pintura de género, como motor de búsquedas más sutiles.
La exposición incluye un libro-catálogo que forma parte de la colección de libros de arte editados por Gabriel Levinas. (En el Sívori, Av. Infanta Isabel 555 –Rosedal–, desde el sábado 8 a las 12 hasta el domingo 7 de octubre.)
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