Martes, 29 de enero de 2008 | Hoy
PLASTICA › “Y TU TAMBIEN TE VAS”, EL LIBRO DE LA ARTISTA PLASTICA E INVESTIGADORA PATRICIA AVILA
Acaba de publicarse un ensayo muy original que analiza la historia del papel moneda argentino desde la perspectiva de los estudios culturales y de la gráfica. E incluye lo que la gente ha escrito en los billetes.
Por Hector Schmucler *
He aquí un libro sorprendente. Nos viene a mostrar que el dinero, más precisamente el papel moneda, atesora, también, la memoria de la Nación. Y, como toda memoria, adquiere sucesivamente diversos rostros. Tantos como la Nación misma o, mejor dicho, tantos como las interpretaciones que prevalecieron, en cada época, sobre el destino anhelado para la Nación.
Manera singular y penetrante de observar el billete-moneda, tal vez el objeto más utilizado simultáneamente por los habitantes del país y cuya presencia material y simbólica nos acompaña sin interrupción. Tanto, que no lo conocemos. “Le propongo que ahora mismo recuerde las imágenes de los billetes que manipula actualmente –desafía la autora al ocasional lector, como si le ofreciera hundirse en la contemplación de un cuadro–. Seguramente sólo si es un profesional como un cajero, quiosquero, especialista en numismática, falsificador o a lo mejor un obsesivo por los detalles, usted recordará las imágenes inscriptas en ellos de ambos lados. Sin embargo, como la mayoría de nosotros, sólo podrá recordar las tendencias cromáticas de cada uno y los rasgos generales que le permiten, al tenerlo cerca, reconocerlo perfectamente.” Es posible que esta paradójica relación que impone el dinero, enigmática como cualquier paradoja, haya estimulado la mirada creadora de Patricia Avila. Estudiosa consecuente, pero sobre todo artista, al enfrentarse a la necesidad de escribir, la autora registra que su espacio más familiar es el ámbito de las artes visuales y no disimula el delicado conflicto al que tuvo que someterse. De allí, justamente de esa lucha, surge su ars poetica: “La escritura como forma de pensamiento tuvo que finalmente sustituir mi capacidad de elaborar imágenes, para a su vez transferir imágenes a escritura”. Este libro se ocupa de esos detalles gráficos no recordados del papel moneda que ha circulado en la Argentina desde que una primera ley, la 1130, estableció el peso moneda macional hacia 1891. En los años que siguieron hasta nuestros días en 2007, la unidad monetaria cambió cinco veces de nombre y perdió trece ceros: un peso actual equivale a diez billones del signo monetario primigenio (10.000.000.000.000). La cifra es estrafalaria y por eso vale la pena señalarla. Cada bautismo alentó la esperanza de soluciones permanentes para la resquebrajada trama económica que promovía la ilusión de que el nuevo nacimiento sería definitivo. Si los historiadores y economistas han ofrecido, con mayor o menor éxito, explicaciones de por qué ocurrieron los hechos de la inconstante suerte de nuestra riqueza, la observación de los números, como los que señalamos más arriba, nos instala en un mundo inabarcable, ajeno a cualquier sentido común. Normalmente nadie puede tener la vivencia de que el peso que hoy entregamos es comparable a una montaña extravagante de billetes que ostentaran el nombre de “pesos moneda nacional”. Es que, efectivamente, fuera de su tiempo, el papel moneda sólo interesa al historiador y al coleccionista. Los números, cuando se alejan de nuestro presente, tienden a convertirse en abstracciones ficcionales. Tan abstracto como el valor mismo del papel moneda, necesariamente despegado de su apariencia física. Vivimos, probablemente, los tiempos de la definitiva declinación del soporte material de la unidad monetaria, pero ésta, como tal, está lejos de acompañar el ocaso. La numismática moderna, por sorprendente que parezca, incluye el estudio del secreto dinero que potencialmente existe en las tarjetas de crédito.
La historia del país también es la historia de su moneda. Presencia incesante y testigo de todos sus altibajos, aun en el orden de las virtudes. La mejor o peor distribución del dinero, por ejemplo, parece marcar los niveles de justicia alcanzados: el dinero ha sabido erigirse en la medida de casi todas las cosas. La fuerza que lo sostiene parece depender de la intensidad con que su abstracción se hace presente y, en la comprensión más generalizada, es el paradigma de la ilusión fetichista. Mercancía absoluta. Puro valor de cambio que bien podría defenderse como valor de uso sin más. Aun el marxismo, que mostró rigurosamente cómo los objetos en el mercado se transformaban en fetiches, no pudo eludir esa misma fuerza primitiva que denunciaba. Implacable, percibió en el dinero el rostro visible del orden económico sobre el que se asentaba la crueldad de un mundo al que pretendía rehacer desde su raíz. Sin embargo, al mostrarlo como prenda de todas las iniquidades derivadas de la propiedad privada, repetía la vieja tradición de los relatos utópicos en los que la sociedad perfecta tenía como clave la desaparición del dinero. La historia fue aún más implacable que las buenas razones de la teoría y la abolición de la propiedad privada no trajo como consecuencia ningún mundo sustancialmente nuevo.
Patricia Avila deja que su texto sea atravesado por severas consideraciones conceptuales y por las formas más habituales de estudiar la moneda. Pero su mirada se pega a la imagen: ve los billetes y se detiene en ellos, los interroga y encuentra en la materialidad de la forma papel del dinero, un lugar donde la Nación busca retratarse, donde guarda su memoria y pretende hacerse evidente para todos. Ni ojos de economista, ni de coleccionista para investigar la moneda. El billete es estudiado como tal, en su sustancial presencia material que no puede desprenderse de una inevitable carga simbólico-emotiva. El billete bancario aparece como lugar de reconocimiento y decepción, de orgullo y extrañeza. Y sin embargo, verifica la autora, se trata de “un material poco trabajado desde los estudios sobre la cultura contemporánea”. Con original enfoque, Y tú también te vas intenta adentrarse en este intransitado camino para descubrir que la Nación no ha cesado de ser representada en el papel moneda argentino. Rigurosamente se trata de observar la larga disputa entre memorias que pretenden consagrar un relato de lo que fuimos, para que el presente (el de la inscripción monetaria) sea observado como el necesario tránsito hacia un porvenir anhelado colectivamente. Mitos civilizatorios y circunstancias epocales se aglutinan en grabados y textos que se dejan expresar en formas icónicas respetuosas de las tendencias pictográficas de cada época. El billete bancario pone en circulación (es el elemento “circulante” por antonomasia) una verdad que pretende ser indiscutible. El billete vincula, es mensajero de consignas a veces oscuras o ignoradas, pero que no dejan de establecer deberes y obligaciones. Como no hay héroes permanentes en el panteón argentino, las imágenes que ilustran el papel moneda dan cuenta de los prestigios ocasionales, de los subrayados que efectúan los poderes en el libro de la historia. Los próceres aparecen o se eclipsan. No siempre ocupan el mismo espacio, aunque se trate de las mismas figuras. La aparición en un billete de mayor valor puede señalar el lugar que se le quiere asignar como ejemplo, como inspirador del presente. Pero no siempre la magnitud de la titulación o el tamaño del papel-moneda designa el prestigio que se pretende publicitar, multiplicarlo para la formación de la conciencia colectiva. Los billetes de mayor circulación coinciden con los de menor valor: la figura representada puede ser elegida para que la insistencia adquiera función pedagógica. Algunos rostros nunca dejaron de aparecer. Nadie ha osado todavía aminorar la presencia paternal y edificante de San Martín o de Belgrano. No ocurre lo mismo con Sarmiento y Urquiza. Rosas aparece recientemente, cuando la emisión de una nueva línea monetaria coincidió con el afán de refundar la Nación, reconciliando los contrarios. Durante décadas fue infaltable la presencia alegórica del progreso. Sólo cambiaron los instrumentos de su realización: la generosa presencia de la agricultura, la irrupción transformadora de la industria, el aporte eugenésico-civilizatorio de los inmigrantes. El gaucho, destinado a desaparecer junto con el indio, fue exaltado como esencialidad de la patria cuando se percibió que los inmigrantes no eran sólo portadores de enérgicos músculos sino también de ideas revolucionarias.
Bajo el subtítulo “Marcas de la circulación”, la autora de este libro eligió aproximarse a los gestos imprevisibles de usuarios del papel moneda que optaron por dejar su propia marca, su mensaje entregado a la suerte de una marcha azarosa. Mensajes escritos en los billetes que establecen una nueva memoria, sin proyecto como los que propician las instituciones del poder, y que instalan el drama, la vida cotidiana, en la fría existencia de lo computable. La inscripción en el billete presupone cierta intimidad y esperanza. Protesta política o reclamo amoroso, siempre es un acto de confianza en que alguien lo leerá y reconocerá la huella de otro exactamente allí, en un papel imperativamente sin destinatario. “Y tú también te vas” es una de esas inscripciones recogidas. Cualquiera sea el sentido que haya querido otorgarle quien la escribió, la expresión se carga de triste reclamo. Podría haber escrito “me dejas”, y entenderíamos “como ya me dejaron otros objetos o personas”. Hay algo de ineludible, de inexorable destino, en esa exclamación que alguien dejó registrada, olvidado de la función meramente instrumental del papel sobre el que escribía. Tan olvidado como las memorias construidas de la Nación que intentan consagrar los elementos gráficos que hacen a la naturaleza del papel moneda.
* Ensayista e investigador. Prólogo del libro Y tú también te vas. Argentina y el dinero, de Patricia Avila, que acaba de publicarse.
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