Miércoles, 9 de julio de 2008 | Hoy
DISCOS › SILVIO RODRíGUEZ Y PABLO MILANéS, REEDITADOS
El legendario concierto en vivo en Obras, que los reunió con León Gieco, Cuarteto Zupay, Víctor Heredia, Piero, Antonio Tarragó Ros y César Isella, cuenta ahora con una edición de lujo, que incluye tres inéditos.
Por Cristian Vitale
Hay recitales que debido a múltiples especificidades, conexas o no, alcanzan estatura de míticos. Puede obedecer a cuestiones temporales, ideológicas, sentimentales, estéticas, puramente nostálgicas, o a todas ellas juntas. Sería el caso, por ahí excepcional, de Silvio y Pablo en Obras. Era 1984 (abril) y los máximos exponentes de la Nueva Trova Cubana llegaban al país munidos de una historia riquísima, que había estado vedada –aquí– por obvias razones dictatoriales. Traían canciones que, apenas meses antes, circulaban clandestinas “por debajo de la mesa”, cuevas dispersas y escondidas o mediante correspondencias que figuraban ser otra cosa y, de repente, todos en Obras. De una, explícitos, y a la vez. Rodríguez y Milanés más sus émulos argentinos: León Gieco, Víctor Heredia, Piero, César Isella, Antonio Tarragó Ros, el Cuarteto Zupay... todos, entonces, unidos por el espanto del pasado reciente. Fue aquella la mayor manifestación sonora del retorno a la democracia. De la primavera que procedía de un invierno largo.
En una época en que, por las dudas, amerita volver a tenerlo entre manos, la multinacional Sony BMG se jugó con una lujosa reedición que incluye “por primera vez” el concierto completo en formato doble, con sonido remasterizado, fotos inéditas del backstage y tres canciones que habían quedado fuera de la edición original: una de Silvio en homenaje al salvadoreño Agustín “Farabundo” Martí (“El tiempo está a favor de los pequeños”), otra de Pablo que le pone rostro de mujer a la revolución (“Creo en ti”) y “Para el pueblo lo que es del pueblo”, el repetidísimo alegato popular del por entonces ídolo de masas (Piero) ejecutado a dueto con Rodríguez, guitarra pelada y coro psicobolche –o no– a tono. “Ya se fueron los milicos y no tienen que volver / porque esta Argentina vuestra solo en paz podrá crecer”, era un fresco del decir sin más, cuya relectura –hoy– merecería una brusca vuelta de tuerca: con los militares donde tienen que estar, los que no tendrían que volver (la retaguardia civil) parecen estar más que nunca.
El resto, con sonido mejorado, es en sustancia una copia fiel de aquella noche en Obras. Diecisiete canciones que intercalan momentos íntimos, de una belleza a prueba de balas (“Por quien merece amor”, “Te doy una canción”, “Historia de la silla”, “Yo pisaré las calles nuevamente”, “Años”, “Yo no te pido”), los dos cruces entre Pablo y Silvio (“Oleo de mujer con sombrero”, “Yolanda”) y la pata argentina que entremezcla a Heredia con el rasgueo inconfundible de Rodríguez y la palabra “desaparecidos” aún fresca (“Todavía cantamos”), el coro abismal de los Zupay (“Ojalá”), a Milanés y Gieco en la tierna “Carito”, el lapsus chamamecero de Tarragó (“La vida y la libertad”), la enorme “Pobre del cantor” (Isella) y un epílogo colectivo que enlaza ambas épocas haciendo trizas la del medio: esa canción que reza salgo a caminar, por la cintura cósmica del sur...
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