Miércoles, 31 de diciembre de 2008 | Hoy
DISCOS › SUGAR MOUNTAIN: LIVE AT CANTERBURY HOUSE 1968
De a poco, el héroe canadiense va dando a conocer esas perlas del archivo que amenaza publicar desde hace años. En este registro de dos noches en Ann Arbor, Michigan, se puede encontrar a un Neil Young desconocido, hablador y dicharachero.
Por Roque Casciero
Neil Young amenazó durante años con sacar a la luz los archivos de su carrera, y cuando sus fans ya se resignaban a no conocer jamás la pila de canciones inéditas del canadiense, finalmente empezó a sacar material con cuentagotas. Y aunque ya se anuncia una caja exhaustiva, hasta aquí sólo se trata de conciertos en vivo: uno con la formación original de Crazy Horse, otro acústico de la época de Harvest y el flamante Sugar mountain: Live at Canterbury House 1968, en el que también aparece solo con su guitarra. Lo primero que hay que decir es que, sí, se trata de material de archivo (y con soplido de cinta), pero de una calidad tal que no es sólo para que se babeen los seguidores fieles, sino que incluso puede enamorar a algunos desprevenidos. La fragilidad en la voz aguda de Young, su forma de tocar con autoridad pero con mucho “aire”, la lista de temas que a esta altura ya son clásicos... Muchos detalles que, al juntarse, convierten a este disco en invaluable.
Hace cuarenta años, Young recién abandonaba Buffalo Springfield y daba sus primeros pasos como solista, con su primer y epónimo álbum. Su personaje en escena todavía estaba en construcción, por eso en esta grabación de dos noches en Ann Arbor, Michigan, aparece un tipo diferente del de los otros conciertos de los “Neil Young Archives – Performances Series”: ese hippie de pelo larguísimo (“lo más largo que lo tuve nunca”, dice él) hablaba hasta por los codos, incluso le pedía consejos al público de modo gracioso, contaba anécdotas hilarantes (como cuando lo despidieron de su trabajo en una librería por experimentar con píldoras “dietéticas”), y avanzaba de manera instintiva (“no tengo ninguna clase de plan, por si alguien no se dio cuenta”). Nada lo ilustra mejor que el momento en que empieza a tocar “Winterlong” y la abandona enseguida porque, claro, todavía no había terminado de componerla.
No fue raro que en ese momento Young revisara con su acústica material de Buffalo Springfield (“Mr. Soul”, “Broken arrow”, “Expecting to fly”, “Out of my mind”), ni que mostrara material de su debut (“The old laughing lady”, “The loner”, “Birds”) que supera claramente a las versiones originales. Pero si no se tratara de Young –un cabezadura que se ha movido en imprevisible zigzag durante cuatro décadas–, no podría entenderse la inclusión de “Sugar mountain”, esa magnífica reflexión melancólica sobre el fin de la infancia. ¿Por qué? Porque a pesar de que aquí la presenta como una canción que había compuesto hacía cinco años, nunca la incluyó en un álbum y recién se hizo bien conocida en el compilatorio Decade. Es tiempo de reivindicación para esa bella página tan postergada por su propio autor: ahora hay un notable disco en vivo que lleva su nombre.
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