Miércoles, 3 de marzo de 2010 | Hoy
DISCOS › HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA, LO NUEVO DE JOAN MANUEL SERRAT
Después de treinta y ocho años, el cantautor catalán volvió a inspirarse en la poesía de Miguel Hernández. El resultado es un “Serrat auténtico”, aunque condicionado por los cambios de contexto que se han experimentado en España en las últimas décadas.
Por Fernando D´addario
Posibles razones que pueden haber animado a Joan Manuel Serrat, 38 años después, a reincidir en su amor explícito por Miguel Hernández: en 2010 se conmemora el centenario del poeta de Orihuela y, según parece, la atracción hacia los números redondos no es patrimonio exclusivo de los argentinos; después de diversos atajos (la grabación de un álbum sinfónico, el pedido de ayuda a su alter ego, el palíndromo “Tarres”, la sociedad de socorros mutuos que instituyó junto a Joaquín Sabina en Dos pájaros de un tiro), Nano se encontró nuevamente ante el síndrome de la hoja en blanco y decidió llenarla con probados versos ajenos; la reivindicación de un poeta perseguido y condenado por el franquismo renueva sus credenciales en estos tiempos en que muchos españoles comienzan –por fin– a preguntarse por los crímenes del pasado.
La inclinación natural a la corrección política invita a que se apueste fervientemente por esta última alternativa. Hijo de la luz y de la sombra sería, entonces, el reencuentro de Serrat con su propia memoria política y afectiva. Un abrazo al hijo pródigo que puede hacerse extensivo a buena parte de la generación del cantautor catalán, a esa intelligentzia que en los últimos años lucía un poco atontada por el “milagro” económico español. La crisis parece haberla devuelto a su eje.
Dicho esto, debe añadirse que difícilmente alguien vaya a recuperar en este disco las emociones despertadas por “aquel” Miguel Hernández. No sólo porque no están, claro, “Para la libertad” ni “Nanas de la cebolla”, sino porque el eje está definitivamente corrido, más allá del voluntarismo y de las buenas intenciones. Hijo de la luz... incluye bellísimas poesías de Hernández adaptadas con naturalidad al formato canción, y aun así, la resonancia es diferente. Joan Albert Amargós es un musicalizador idóneo y Ricard Miralles –guste o no– impone la marca Serrat en cada nota que toca. Hay, sin embargo, un tono crepuscular que atañe tanto al intérprete como al receptor de estas músicas y estos versos. El resultado de una erosión temporal que despojó a estas canciones, que en los ’70 aún no habían sido compuestas, de su urgencia potencial. Una urgencia que habían conservado –negociando entre la melancolía por la añeja derrota republicana y la bronca contra el franquismo– desde los años ’30.
Serrat interpreta con notable profesionalismo “Uno de aquellos”, el poema que Hernández dedicó a los brigadistas; canta que “el hambre es el primero de los conocimientos” (“El hambre”); le inocula una ligera dosis de son caribeño al estremecedor “Si me matan, bueno”, y no le tiembla la voz cuando declama “Es preciso matar para seguir viviendo”, el famoso verso de la “Canción del esposo soldado”. Hay un poco de copla, típicas baladas serratianas, algún coqueteo lejano con el tango, levísimos aires andaluces. Todo para vestir una poesía densa, cargada –retrospectivamente– de muertes y sueños rotos. Quizá la clave esté en uno de los mejores temas, “El mundo de los demás”, donde reza, junto a Hernández, y otros miles: “El mundo de los demás / no es el nuestro: no es el mismo”.
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