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Sábado, 11 de marzo de 2006

DISCOS › EN MAR DEL PLATA, SUSAN SARANDON SE PRONUNCIO SOBRE HILLARY CLINTON Y BUSH

“Meterse en política es vender el alma al diablo”

La actriz de Thelma & Louise dio una clase magistral, de la que participó Página/12: “Mi responsabilidad es seguir pidiendo la perfección”, dice la esposa de Tim Robbins, que también dio una master-class en Mar del Plata.

 Por JULIAN GORODISCHER
Desde Mar del Plata

Todo está dispuesto para que Susan Sarandon reine por un fin de semana en Mar del Plata: la ciudad rinde sus honores a la “estrella no frívola”, ese combo que por estos días deslumbra desde China Zorrilla, que se declaró fan de la actriz, hasta el público de su master-class en el Hotel Hermitage. La oferta nutrida de clases magistrales, al modo de un Actor’s Studio pero menos culto, más desaforado (aplausos continuos, gritos y vivas), quedó ayer inaugurada con Sarandon y su marido, el actor y director Tim Robbins (ver aparte), en extensa charla colectiva de tono íntimo, sorprendidos los dos ante una adulación avasallante. Sarandon iluminó los modos en que se es actor, en que se combina ese mismo oficio con una continua acción política. Ella es “el molde” de la actriz de discurso, que elige sus películas (Mientras estés conmigo, Ciudadano Bob Roberts –dirigida por su marido–, Thelma & Louise) como un modo de reacción tan importante como la historia que se cuenta. Se espera de Sarandon una palabra terminante sobre todo y sobre todos: desde George W. Bush hasta la “injusta” derrota de Secreto en la montaña durante los Oscar. Sobre Bush sí se la escuchará y lo suficiente para que ya no queden dudas (cuestión de principios) pero ante tamaña expectativa prefiere, desde el Festival de Cine de Mar del Plata, proponer un regreso a los básicos.

“Me interesan las historias de amor –dice, casi con sorna viniendo de una actriz de la que se esperan palabras resonantes sobre la política, la condición femenina, la desigualdad en América latina–, y todas las que hice son de ese tipo. Las chicas que me tocó interpretar son de carácter fuerte y, sin embargo, cuando las hago me parecen tan frágiles... Yo elijo para actuar a personas comunes, ordinarias, que hacen cosas y sienten miedo. No me gusta que empiecen un film siendo héroes. El coraje se demuestra, tal vez, siendo íntimo con otra persona, o decidiendo que ya no se vivirá en la mentira.” Esta mujer tiene un notable don para improvisar y para que su discurso se escuche coherente, seguro, casi poético. En ella, la sentencia (que es el género que subyace en cada una de sus posiciones tomadas) no cae como una bajada de línea, no repele por dogmática o vacía. Sigue: “Cuando una es actriz resulta difícil tener un juicio duro sobre las elecciones y debilidades de las personas. Una toma conciencia de que todos somos iguales”. Lo dice la que fue una Louise decidida a cambiar de vida en la fundación de la gran película feminista de los ’90, la que volvió creíbles a sus heroínas místicas y castas como la monja de Mientras estés conmigo y a la propia Louise más desaforada sexualmente y lanzada al abismo... A la actriz versátil, que reniega de la formación académica “para un trabajo tan fácil, que no es cirugía cerebral y puede ser llevado a cabo por un niño”, le quedaron bien papeles de madre incondicional (Un milagro para Lorenzo), religiosa entregada a la causa (en Mientras estés..., por la que recibió un Oscar a la Mejor Actriz) pero tiene algo personal, un ligero favoritismo, por los roles que la conectan con la proposición de un sexo maduro, con la recreación de una sexy a los 50 como las que ella misma admiraba (Jane Fonda, Anna Magnani). Le tocó recientemente una de esas “comehombres” en Alfie (como amante de Jude Law) y antes había sido una sexy con actitud (otra de sus consignas) en La bella y el campeón, que curiosamente sigue siendo una de sus películas favoritas. A esas chicas las vivió como la expresión de un valor aspiracional.

–¿Sexo en la madurez? Alguien tenía que hacerlo. Y por suerte soy yo. Pero creo que la sensualidad de una película tiene que ver con el momento en que dos personas se dan cuenta de que se están viendo el uno al otro de un modo que nadie más hace... Eso produce una conexión muy sensual que se transmite a la pantalla. Me preguntaba ante Fonda o Magnani: ¿Por qué son tan sensuales sin ser clásicamente lindas? Y me di cuenta de que era porque, aun en la vulnerabilidad de sus personajes, estaban eligiendo qué vida querían llevar. Eso es algo atractivo a cualquier edad. Queda claro en Secreto en la montaña: la química no tiene que ver con la condición sexual o de género. Es el alma la que se desnuda.

–¿Cómo es su método de composición?

–Lo más importante es que un director aporte una visión. Yo no necesito saber a cuál de Los Beatles adoraba mi personaje, pero sí quién es el que tira la bola y quién el que la agarra. Y saber qué es lo que esencialmente una escena tiene para contar. Hay que podar lo que no va a quedar para que el espacio se use de modo constructivo.

–¿Cómo fue ser dirigida por Tim Robbins en El ciudadano Bob Roberts o en Mientras estés conmigo (junto a Sean Penn)?

–Tim es un director brillante; yo le llevé el libro de Mientras... y le costó arrancar pero luego se puso a llorar y no se detuvo. Reescribíamos en casa, de noche, trabajando 16 horas diarias hasta que me cansé y lo mandé a un hotel. Quería la cena lista, y yo estaba embarazada y con un hijo de dos años. Un director tiene que estar pensando todo el tiempo, sus días son larguísimos... Nuestra responsabilidad era seguir pidiendo la perfección. Yo no dirigiría más que a mi familia: mis hijos se están poniendo grandes.

Susan Sarandon aprovecha cada instancia pública para ejercer una militancia apartidaria: se le recuerdan discursos en la noche de los Oscars con abierta crítica social, pronunciamientos contra la guerra de Irak. No se niega a volver sobre el punto: cuando se le pregunta una y otra vez sobre sus preferencias (y se alcanza a saber que Hillary Clinton la decepcionó por apoyar la invasión a Irak, y que de Bush opina que es “un matón”), reelabora sus ideas para que no se fosilicen como discurso predigerido, que no suenen a eslogan barato y rendidor. Su marido, de hecho (y hablando en plural), se había desmarcado de la escuela Michael Moore de sátira gruesa dirigida al poder de turno. Y Sarandon insiste en refinar la diatriba: “Algo empieza a cambiar y se notó en la última entrega de los Oscar –sigue–, te das cuenta de que Holly-

wood ya no juega el gran juego... Crece el cine independiente, que luego se distribuye con apoyo de los estudios. Rodar en digital abre la posibilidad de que aparezcan films pequeños e interesantes. Lo hermoso de un período de depresión es que el arte se ve estimulado. Bush ha sido de gran ayuda para los artistas”. Los aplausos de un auditorio/fan apabullan cada vez que le festejan desde sus salidas más ácidas hasta detalles de crianza de sus hijos o definiciones sobre Nueva York. Lo que gusta de ella –lo sabe– es esa proximidad con el vecino (“no quiero aislarme”, declara), ese reclamo de “viajar a Mar del Plata tomando mate” que, si no estuviera acompañado del talento actoral, de la carnadura trágica de Mientras estés..., de su compromiso como embajadora de las Naciones Unidas, podría sonar levemente demagógico. Pero cuando analiza sus películas, como en un round privilegiado para pocos en el que desmenuza a su monja y a su chica fácil, a la madre abnegada (de Un milagro para Lorenzo) y a su excéntrica sacada de Las brujas de Eastwick, todo cambia: la escena se convierte en un laboratorio de actuación y reflexión que elude el lugar común.

–¿Sobre el papel que le valió el Oscar, la monja de Mientras...?

–Fue mi ingreso a un mundo que tiene que ver con la muerte... Y el tema me interesa, me toca en lo personal. Creo que esa mujer conecta con la temática del perdón. La muerte inminente empuja al personaje de Sean Penn a tomar la responsabilidad y a pedir perdón. Y la religiosa lo lleva al terreno del amor incondicional, se hace preguntas sobre esa entrega absoluta del amor, ¿cómo se puede amar tan abiertamente? Es el amor religioso como forma de incondicionalidad, el retrato de alguien que intenta vivir con el modelo de Cristo.

–¿Sobre su Louise escapando hacia la nada en Thelma & Louise?

–Yo creía que era una película de cowboys pero con mujeres y camiones en vez de hombres y caballos. Nunca pensamos que iría a ser tan controvertida. Supe que para mí es más divertido interpretar papeles por fuera de la legalidad. Y fue excitante trabajar con otra mujer. Cuando hago una película quiero que me ayude a comprender algo sobre una subcultura, un momento histórico, o –citando a La dama y el campeón– ¡el béisbol!

–¿Usted sabe de la miseria que hay en Latinoamérica? –la interrumpe un “buscón” de declaraciones y principios.

–Como embajadora de la ONU, si bien no había viajado a la Argentina, estaba al tanto de las grandes diferencias entre ricos y pobres. Creo que muchos países de Latinoamérica están haciendo cosas motivados por estar hartos de ser patoteados.

–¿Se metería en la política?

–La popularidad de Bush es tan baja y hace un trabajo tan horrible que una se imagina que cualquiera podría hacerlo mejor. Hillary me decepcionó porque apoyó la guerra, se transformó en una política. Yo misma no imagino meterme en política porque me inspira más la gente que trabaja de abajo hacia arriba. En Estados Unidos, entrar en política es vender el alma al diablo...

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“Me interesan las historias de amor”, confesó Sarandon, para desmarcarse del lugar común.
 
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