DISCOS › EL CD DE CHARLOTTE GAINSBOURG REúNE CANCIONES INéDITAS Y MATERIAL EN VIVO
El primer trabajo de la cantante después del notable IRM está dividido en dos mitades. El resultado es expresamente desparejo y, no obstante, aunque por razones muy diferentes, ambas partes convencen por igual.
› Por Diego Fischerman
Si su trabajo anterior no hubiera sido IRM, y no hubieran transcurrido dos años desde su publicación, la mirada sobre Stage Whisper podría ser otra. Pero, en este caso, es decir después de una de las producciones más impactantes de los últimos tiempos, el disco recién editado localmente por Warner no puede no ser visto como una posible respuesta a la pregunta del millón: ¿hay vida para Charlotte Gainsbourg más allá de aquel trabajo perfecto junto a Beck como productor? Y las conclusiones son dos, y ninguna definitiva. Porque el nuevo álbum se divide en dos partes y porque cada una de ellas responde de manera diferente.
Ya 5:55, un disco de 2006 junto al dúo Air y Jarvis Cocker, hablaba de una artista esencialmente de estudio: de un álbum, e incluso de cada canción –-y del timbre de la voz y de los instrumentos, las texturas y densidades sonoras– como objeto de diseño. IRM reafirmaba esa impresión y, en ese sentido, ahora no hay sorpresas. La primera mitad de Stage Whisper, ocho canciones inéditas, cuatro de ellas con Beck en la producción, no sólo es lo mejor del disco sino que está entre lo mejor de Gainsbourg. El extraño y oscuro barroquismo de “White Telephone” es, por ejemplo, de una belleza paralizante. Instrumentada con celesta, contrabajo, cello y arpa pero, sobre todo, con un sonido general que responde a un meticuloso trabajo en el estudio, nada de lo que allí sucede podría lograrse en una interpretación en vivo. Tampoco “Terrible Angels”, “All the Rain” o “Paradisco” sobrevivirían en una versión en concierto. Y resulta que la otra mitad del disco es, justamente, un conjunto de canciones en vivo.
Si una de las cuestiones es cuánto de la notable artista “de estudio” queda en las presentaciones de Gainsbourg ante el público, hay otra aún más pertinente: qué podría persistir de aquellas actuaciones, al fin y al cabo sostenidas por la presencia de la cantante en escena, por la propia dinámica del show y por la interrelación con los oyentes, en su eventual registro sonoro. Para decirlo mal y pronto: ¿tiene sentido un disco –o aunque sea medio– en vivo de alguien como Charlotte Gainsbourg? Y, curiosamente, la respuesta es afirmativa, siempre y cuando no se busque allí esa clase de intérprete que ella no es –y nunca será– y no se espere una improbable reproducción de la prístina orfebrería del estudio. Su voz pequeña –esos confesados “susurros de escenario”– estarán siempre más cerca de Nico con los Velvet Underground que de cualquier otra cosa, y ése deberá ser el patrón de medida para disfrutar, por ejemplo, su notable versión de “Just Like a Woman”. De las dos mitades, una no desentonaría en IRM y eso es mucho decir. La otra, sin llegar a esas alturas, muestra a alguien con una personalidad interpretativa ciertamente atípica, pero no por ello menos atractiva.
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