Miércoles, 2 de mayo de 2012 | Hoy
DISCOS › BLUNDERBUSS, EL FLAMANTE CD SOLISTA DE JACK WHITE
El músico estadounidense se desmarca del influjo de los White Stripes. Pero la sola presencia del guitarrista y su voz inconfundible, la base de blues y la calidad de composiciones, arreglos, tratamiento y producción remiten a lo mejor del ex niño prodigio.
Por Luis Paz
La secuencia se verá repetida en cada seguidor del músico estadounidense: uno se hace de Blunderbuss, el flamante disco solista de Jack White, quita el celofán, lo abre, toma el disco, lo pone en la compactera, da “play”... y se desconcierta mucho. Los feroces guitarrazos y las fuertes baterías que los White Stripes patentizaron, que estaban lo mismo en The Racounters y Dead Weather, sus otros proyectos y que se podían esperar para este CD, no están. En su lugar, un tibio piano Rhodes invita a una canción que no explota, “Missing Pieces”. Enseguida, “Sixteen Saltines” lleva todo a una zona más familiar y efusiva, pero el ancla se suelta rápido: lo único que hila a Blunderbuss con el dúo con el que Jack y Meg White alborotaron la década pasada es la presencia del guitarrista y su insigne voz, la base de blues y la calidad de composiciones, arreglos, tratamiento y producción. Y lo más distante es la temperatura de este álbum ensombrecido y enfriado.
Con Blunderbuss, su primer disco de firma solitaria, Jack White enfrenta a una serie de preguntas demasiado modernas para un autor pro clasicismo, preguntas que ante Los Beatles, la Electric Light Orchestra y David Bowie, por un lado, o Los Ramones, Kiss y AC/DC, por el otro, no tuvieron lugar. ¿El músico debe cambiar sistemáticamente o hacer lo que mejor sabe y ya? Ni lo uno ni lo otro para el ex niño prodigio del blues blanco: White se deja interpelar por la música de raíz –el hecho de que en la contratapa aparezca posando frente al local del Nashville Electric Service es más que elocuente– a la vez que intenta recorridos distintos a los conocidos, con voces delicadas y corales, teclas panópticas y composiciones más livianas, menos cálidas, pero igualmente destacadas: las tres siguientes, “Freedom at 21”, “Love Interruption” y “Blunderbuss”, son formas relajadas de una música tradicional de belleza suave y tímidamente gélida, algo invernal.
Los arpegios de teclado de “Hypocritical Kiss” y los acentos de “Weep Themselves to Sleep”, con esos segmentos semisinfónicos que anteceden al retorcido solo de aguda saturación, aparecen como rareza para las líneas de White, que enseguida levanta con la versión de “I’m Shakin” (de Rudolph Toombs), para pasar a la stonesiana “Trash Tongue Talker” y a la juguetona pero poco importante “Hip (Eponymous) Poor Boy”. Sobre el cierre, “I Guess I Should Go to Sleep” y “On and On and On” son prácticamente obras vocales con delicados arreglos tradicionales, todo con una sutil tónica reflexiva.
Pero la agitada “Take Me with You when You Go” da un final más sabroso al disco menos obvio de la carrera de White, una composición hilada en la que Jack casi muere dándose una ducha, renace en manos de una mujer, se aburre en un pueblo comiendo galletitas de agua saladas, pasea por el cansancio, la repetición, el hastío, la fina venganza y el arte de la piedad hasta asegurar que no le dejará al amor generarle una disrrupción, interrumpirlo ni corromperlo. El no hace ninguna de esas tres cosas con el rock ni con el blues, pero deja su amplia huella con otro disco que alimenta el fuego de un artista fundamental de la música de todas las eras, hecha en ésta.
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