“Puede ser un duelo o una alianza”, definía la cellista Sol Gabetta en una entrevista con Página/12, refiriéndose a la relación entre solista y director de orquesta. Obviamente, ella elige las alianzas y así lo demuestra en el CD que acaba de editarse, donde junto a la Filarmónica de Munich y al director Lorin Maazel, construye una lectura ejemplar del Concierto Nº 1 de Dmitri Shostakovich. “En algunos conciertos puede pasar que me toque trabajar con un director con el que no hay una química demasiado buena, pero en las giras, donde se va a tocar en muchísimos conciertos, o en las grabaciones, me importa en particular que esté esa química.”

Nacida en Córdoba en 1981, estrella internacional desde pequeña, multipremiada en Europa, ha grabado versiones de referencia de composiciones como el Concierto para cello y orquesta de Edward Elgar, cuando parecía que nada podía agregarse después de Jacqueline Du Pré. Uno de sus secretos, además del notable control sobre su instrumento, de un sonido redondo y aterciopelado, es su curiosidad como intérprete, su afán por no caer en lugares comunes y una extraordinaria capacidad para trabajar en equipo, tanto en el repertorio orquestal como de cámara. “No se trata de que el director o el pianista acepten sin chistar la concepción que yo pueda tener de una obra, sino de que surjan las ganas de escucharnos mutuamente. Y cuando eso sucede, es maravilloso”, decía. “En todo caso, parte del misterio y de la magia de aquello que hace que la música nos apasione es justamente esa posibilidad de encuentro y enriquecimiento.”

Su último disco, que también fue editado en la Argentina, anticipando sus actuaciones del próximo martes 2 y del lunes 8 en el Teatro Colón para el ciclo del Mozarteum, tiene como núcleo esa obra maestra de la oscuridad y la melancolía que Shostakovich compuso en 1959, después de haber enviudado y luego de haber fracasado al hilo en un breve matrimonio. Pero hay un complemento que está lejos de ser un mero apéndice: la bellísima e intensa Sonata escrita por Sergei Rachmaninov en 1901. Aquí su compañera es la pianista Olga Kern y el romanticismo otoñal de la obra encuentra un verdadero paroxismo –aunque un paroxismo sin excesos de ninguna clase– en una interpretación privilegiada.