Miércoles, 4 de septiembre de 2013 | Hoy
DISCOS › INCANDESCENTE, EL SEGUNDO áLBUM SOLISTA DE RICHARD COLEMAN
A través de once impecables canciones, el guitarrista y cantante se desprende de cualquier etiqueta que pueda suponer su pasado con Fricción y Los 7 Delfines: su segundo disco como solista es un ejercicio de libertad estética y artística que impacta.
Por Eduardo Fabregat
Hay cruces que producen una satisfacción especial: a veces la música cumple curiosos sueños, hace realidad uno de esos jueguitos que los amantes del rock argentino gustan de gastar en trasnoches de charla, humo y copas. Cuando estalla el estribillo de “Corre la voz” y las guitarras de Richard Coleman y Skay Beilinson entran en feliz colisión, bien canta Richard que “un remolino se lleva las pocas cosas que quedan”. Y el título del disco resulta una perfecta representación de las sensaciones que dispara semejante encuentro: Incandescente se llama el álbum, incandescentes son sus canciones, incandescente el espíritu que las anima y el estado en que queda quien lo escucha. Siberia Country Club (2011) ya era cosa seria; el segundo disco solista de Coleman es, sin vueltas, una de las grandes noticias no sólo de este año, sino de la carrera toda del guitarrista y cantante de Villa Urquiza.
Bien mirado, el encuentro del ex Fricción y el ex Redondos tiene toda la lógica. Si uno se detiene en las obras modelo 1986 de ambas bandas (Consumación o consumo y Oktubre), por ejemplo, hay más vínculos que diferencias; por eso resulta tan natural el sonido de esas guitarras juntas, en una canción de proporciones épicas. Podría decirse que allí se encuentra el corazón del álbum... si no fuera porque éste es un disco con varios corazones y diferentes palpitaciones. Coleman venía del remanso que significó la grabación de A Song Is a Song Vol. 1, un capricho personal que le permitió versionar a héroes personales tan disímiles como Brian Eno, Nick Drake, Black Sabbath, PJ Harvey, Elvis Presley y Jethro Tull. Para Incandescente decidió trabajar al viejo estilo, iniciando las canciones con la misma portastudio de cuatro canales que acompañó sus años ochenta y con viejos aliados como Daniel Castro (bajista de Fricción) y el tecladista Bodie Datino.
Quizás el tratamiento analógico haya tenido su influencia, pero lo que destaca aquí no es tanto el diseño de producción, sino esos once títulos que van cayendo, se van desovillando y revelan a un artista en estado de gracia. Porque Coleman puede sonar oscuro a la vieja usanza en la canción que lo cruza con Skay o en la descomunal “Caja de fotos” (donde Alejandro Lerner da una clase magistral de Hammond B3, mientras RC canta que “sólo tengo una caja con fotos y recuerdos / y una carta escondida entre todo el montón”); pero también entregar una canción tan luminosa y vivazmente pop como “Perfecto amor”, y que no haya ni un asomo de esquizofrenia en ello. En ese sentido, Incandescente es una mala noticia para los muy fanáticos de Los 7 Delfines: Coleman viene dando pasos que lo liberan de muchas etiquetas y límites, y en este disco ejerce una libertad artística a la que difícilmente quiera renunciar en pos de su pasado.
Y por otra parte, ¿para qué aferrarse a aquella banda, a pesar de su gran historia, si Richard puede hoy entregar momentos tan altos como “Fuego”, “Lo que nos une” o la vibrante “Como la música lenta”, una de esas canciones de estribillo instantáneamente contagioso? Porque, por añadidura, Coleman no sólo encuentra un gran socio guitarrístico en Gonzalo Córdoba; el tipo, que siempre fue un gran vocalista, está cantando como nunca. Eso se aprecia cuando lanza la frase “La tormenta es como la música lenta...”, en la climática “Cuestión de tiempo”, con Richard dibujando sobre el entramado de Hammond y Mellotron, y en el ataque de “Momento de cambios”, sobre una pared de sonido construida a pura guitarra y “banjo virtual”, pero que nunca suena sobrecargada, permite que el cantante clave la canción al piso y a la vez no pierda ligereza.
Richard Coleman, se sabe, es un joven veterano del rock argento, que viene atravesando casi tres décadas de carrera en las que ya dio sobradas muestras de talento. Ha tenido paciencia en una industria no siempre paciente para de-sarrollar y sostener artistas; aprendió a abrirse paso con las mejores armas, vivió de cerca el doloroso apagón de su amigo y compañero Gustavo Cerati. No negoció sus convicciones estéticas y musicales, lo que le permite llegar a esta instancia como dueño y artífice de su destino. Pero sobre todo es un músico valioso y creativo, de esos que se cuelgan la guitarra, se acercan al micro y, en solo un par de minutos, encienden el alma. Dejando a quien sepa y quiera escuchar en un feliz estado de incandescencia.
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