Miércoles, 25 de abril de 2007 | Hoy
DISCOS › DINO SALUZZI EN DOS DISCOS QUE MUESTRAN PERFILES DIFERENTES
Es una estrella del jazz europeo, pero ni hace jazz ni es europeo. Salteño, nativo de Campo Santo, tanto con su grupo habitual como con la cellista Anja Lechner, traza un mapa cuyo único límite es la creatividad musical.
Por Diego Fischerman
En el siglo XX, las fronteras entre géneros volaron en pedazos. La aparición de medios masivos de comunicación y la democratización del consumo de la cultura alta hicieron que los materiales y los procedimientos del arte y los hábitos de los públicos circularan, se entremezclaran y se modificaran como nunca antes. Compositores de la tradición clásica tomaron elementos –y a veces mucho más que eso– de tradiciones populares y artistas populares trabajaron conscientemente con maneras aprendidas de los clásicos. Las divisiones entre música clásica y música popular, entendidas como artística y de entretenimiento y asociadas con grados distintos de elaboración, se convirtieron en inexistentes. Los músicos clásicos, con John Cage, llegaron al silencio mismo y los populares, con los últimos discos de los Beatles, con mucho del jazz, con King Crimson o con Astor Piazzolla, conquistaron niveles inéditos de abstracción y sofisticación del lenguaje. Pero los borramientos se filtraron, incluso, dentro de los géneros de las músicas de tradición popular. Y Dino Saluzzi es, tal vez, el mejor ejemplo.
Ex folklorista –aunque él diría que jamás dejó de serlo–, ex músico de tango, como integrante de la orquesta de Gobbi e incluso como compositor –también en este caso aseguraría que sigue siéndolo–, estrella del jazz europeo –sin ser europeo, obviamente, ni hacer jazz–, la música de Saluzzi es ejemplar de un género que la tiene como especie única. Con gestos que vienen del folklore y del tango, más una libertad en la concepción instrumental que lo emparienta con el jazz, el lenguaje de este salteño nativo de Campo Santo no sólo no suena a ninguna de estas músicas por separado sino que, afortunadamente, está muy lejos de parecer una mezcla entre ellas. Porque, a diferencia de muchos experimentos premeditados –y forzados–, en este caso lo que prima es la naturalidad y la fluidez. La coincidencia en las disquerías de sus dos últimas producciones, con formatos absolutamente diferentes entre sí, no hace más que poner en evidencia estas cuestiones. En Juan Condori, Saluzzi toca en quinteto, junto a otros tres Saluzzi, Félix “Cuchara” en clarinete y saxos tenor y soprano, José María en guitarra y guitarra eléctrica y Matías en contrabajo y guitarra baja, a quienes se suma el baterista y percusionista U. T. Gandhi. En Ojos negros, el bandoneonista se presenta en dúo, junto a la cellista alemana Anja Lechner. Ella, que integra el Cuarteto Rosamunde –que tocó con Saluzzi–, opina que “no hay diferencia entre tocar su música y tocar música de Haydn. Es simplemente una cuestión de lenguaje. En un caso lo que suena fue escrito en el siglo XVIII, fue pensado con el lenguaje de esa época, y en el otro se trata de musica actual. En ambas músicas hay que conocer muy bien el lenguaje, si no uno se queda afuera. La música de Saluzzi, por otra parte, no es nueva para mí. Yo lo admiro desde hace muchísimo tiempo y este dúo nació ya hace cinco años, cuando tocamos juntos en Buenos Aires”.
El bandoneonista, por su parte, dice que “así como cada uno tiene su color de ojos o de piel, también cada uno tiene su música. No pasa porque se utilicen ritmos o escalas del folklore, sino por la mirada que se tenga sobre ellos. Y Anja se interiorizó de nuestras maneras de mirar tanto como yo me interesé en las de ella”. Ambos CD fueron publicados por ECM, el sello donde graba Keith Jarrett desde hace más de treinta años y donde Saluzzi registra sus discos desde aquel Kultrun para bandoneón solo que sorprendió al mundo del jazz hace dos décadas. Ambos son tan distintos entre sí como sólo pueden serlo dos discos de Saluzzi. Y, por supuesto, ninguno de los dos se parece a nada que no sea un disco de Saluzzi. En el primero, el sello lo da un grupo afiatado y potente, donde la guitarra y el contrabajo resultan fundamentales. En el segundo, priman el intimismo y los climas evocativos. Un cruce, en todo caso, entre otros cruces de géneros.
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