Jueves, 17 de mayo de 2007 | Hoy
DISCOS › “THE BOY WITH NO NAME”
El quinto disco de los escoceses Travis certifica virtudes difíciles de hallar.
Por Eduardo Fabregat
Allá lejos y hace tiempo, parecieron sintetizar a la perfección ese espíritu melancólico que suele caracterizar a las bandas surgidas de las islas británicas: “Por qué siempre me llueve encima?”, se preguntaba Travis, y era una exageración, pero una de esas exageraciones que terminan conectando con el sentimiento de millones de personas. Las unidades vendidas por The man who (1999) también se contarían por millones, así como The invisible band (2001) certificaría la pertenencia del cuarteto escocés afincado en Londres a la canción pop en el mejor sentido, el sentido que le dieron The Beatles. En la industria –que se rige más por los números que por el mérito artístico– la estrella de Travis se apagó con 12 memories, su oscuro disco de 2003, íntimamente ligado con el descontento general por los dislates de Tony Blair en Irak. Además, los medios ya tenían un nuevo nombre para adorar, el de Coldplay, que no casualmente seguía las líneas de las mejores canciones de Travis.
Pero el guitarrista y cantante Fran Healy, el guitarrista Andy Dunlop, el baterista Neil Primrose y el bajista Doug Payne están más allá de las directivas y definiciones del mercado. “Closer”, el single que preludió la salida del flamante The boy with no name, es una canción de amor, pero su primera línea, “Ya tuve suficiente de este desfile”, podría ser aplicada a su propio historial en el mundillo de la música. Habituado al jueguito de meter y sacar fichas descartables en el mapa de la música inglesa, en su quinto disco Travis parece haber superado las tensiones a las que suele quedar sometida una banda en la cresta de la ola. Y este nuevo paquete de canciones, que podría engañar a un oído poco enterado como “una copia de Coldplay, a su vez una copia de Radiohead”, no hace más que rescatar su propia esencia, algo tan difícil de conseguir como una canción pop británica con identidad y sonido propio.
Travis tiene un pulso particular, una manera de encarar las canciones, entrelazar las melodías y armonizar el todo que lo aleja del típico librito. Es por eso que los dos tracks que abren el disco, “3 times and you lose” y la galopante “Selfish Jean” producen un plus de entusiasmo, una sensación de que se está ante algo muy british, pero no por eso predecible. Si viejos sucesos como “Side” o “Sing” entraban de inmediato, aquí canciones como “Battleships”, “One night”, “Out in space” o la melancólica “Colder” (“Y el cielo está cayendo, y hay un ángel en el suelo, se está poniendo frío”) exigirán algo más al oyente que la inmediata satisfacción de un estribillo memorizable. Y para ello, en todo caso, están pasajes como “Eyes wide open”, “Under the moonlight”, “Big chair” o “My eyes”, canciones típicamente-Travis, bien guiadas por ese sonido guitarrero (que en “Sailing away”, el track oculto al final de “New Amsterdam”, lleva a recordar de inmediato a un tal George Harrison) que hizo que hasta los eternos malaonda de Oasis les dieran la mano y los invitaran a su gira. Suficiente como para saltar por sobre los lugares comunes de “Travis ya pasó” y, citando una de sus propias canciones, solazarse con el “welcome in, welcome in: you’re welcome”. Un disco de Travis siempre será bienvenido.
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