Miércoles, 24 de octubre de 2007 | Hoy
DISCOS › NEIL YOUNG Y JOHN FOGERTY
Chrome dreams II y Revival demuestran que los veteranos todavía tienen cosas para decir y cantar.
Por Roque Casciero
Debe ser cuestión de azar, pero no deja de llamar la atención que dos artistas como Neil Young y John Fogerty, que forjaron sus leyendas a partir de los ’60, aparezcan rejuvenecidos en sus últimos trabajos, publicados casi al mismo tiempo. Chrome dreams II y Revival, respectivamente, traen de regreso ese sabor rústico casi olvidado, de inagotables rockeros urbanos que recuerdan, nostálgicos, las delicias de la vida campesina. Se habla aquí de dos tipos tercos, empecinados en hacer las cosas a su manera, que chocaron contra el pragmatismo del mercado discográfico: Young fue demandado por su sello por publicar “material poco representativo”, mientras que a Fogerty lo enjuiciaron por “parecerse demasiado a sí mismo”. Ahora que perdieron algo de pelo pero no el fuego sagrado, ambos apelan a guiños más que evidentes al pasado glorioso, pero se muestran con los pies plantados firmemente en el presente.
Alguna vez Young escribió que era preferible arder antes que desvanecerse, y se mantuvo caprichosamente apegado a ese lema toda su carrera de altibajos pronunciados. Si en los ’70 se le cantaba no publicar un disco llamado Chrome dreams, que por el material con el que contaba probablemente hubiera sido su obra cumbre, pues no lo publicaba y listo. Y si ahora decide sacar una “segunda parte” del disco nunca escuchado, lo hace con la misma convicción de testarudo caballo loco. En su nuevo trabajo recurre a viejas canciones que nunca había publicado, en compañía de viejos compinches: Ralph Molina (batero de Crazy Horse), Rick Rosas (bajo) y Ben Keith (pedal steel). Chrome dreams II arranca en un confort acústico digno de Harvest moon, con “Beautiful bluebird”, y enseguida revolotea por el country (“Boxcar”), terrenos a los que volverá más tarde (“Shining light”, “Ever after”), como si se regodeara en su propio clasicismo. Pero la pieza central del álbum es una oda a la gente común llamada “Ordinary people”, de 18 minutos de duración, en la que repasa situaciones casi como en un talking blues, entre su guitarra con distorsión marca registrada y estallidos de caños en un riff denso y maravilloso. A su lado, “No hidden path”, el otro track largo del disco (14 minutos), es apenas la “canción excusa” de Young para embarcarse en sus excursiones al lado desconocido de la guitarra eléctrica. El álbum cierra con la bella “The way”, un vals que el canadiense canta acompañado por un coro infantil.
Revival es, desde el mismo título, la reconciliación de Fogerty con su pasado en Creedence Clearwater Revival. Y se da en un contexto en el que el sello Fantasy (donde grabara con esa banda) fue comprado por otra compañía que, en lugar de enjuiciar al cantante y guitarrista, corrió presurosa a hacer las paces con él. Por eso, como Young con lo de arder antes que desvanecerse, sigue su propio consejo, que viene en “Creedence song”: “No podés equivocarte si tocás un poco de esa canción de Creedence”, canta. En realidad, Fogerty nunca había abandonado el sonido CCR, entre el pantano y el cemento rockeros, pero en Revival recupera el ojo clínico para describir ideales (“Don’t you wish it was true”), homenajear a su generación (“Summer of love”) y castigar a los responsables de la “larga noche oscura”: si en los ’60 le pegaba a Nixon, ahora ataca a Bush y Cheney en la notable “Long dark night”. Y todo con la marca del rock and roll en el orillo, ésa con la que sueñan sus imitadores de todas las épocas.
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