Sábado, 10 de abril de 2010 | Hoy
TELEVISION › ENTREVISTA A DALE DYE, EL ASESOR MILITAR DE THE PACIFIC
Después de retirarse, este ex marine se abocó a que las películas de guerra fueran parecidas a lo que retratan. Los veteranos lo felicitaron por los resultados en la miniserie de Steven Spielberg y Tom Hanks, que mañana estrenará HBO.
Por Guy Adams *
Dale Dye ofrece una limitada selección de palabras acerca de la clase de hombres a los que ha ayudado a hacerse grandes en Hollywood. “Usted tiene que entender una cosa sobre los actores”, dice. “Bah, en realidad, no ‘tiene’ que hacerlo, pero puede ser interesante. Así que escuche: a los actores se los educó para que crean que el sol sale y se pone en sus propios culos. Eso es todo lo que usted precisa saber: que son hijos de puta egocéntricos, cada uno de ellos, y cada actor que diga que no lo es, es un mentiroso hecho y derecho.”
Ya que la lista de antiguos clientes de Dye incluye a Tom Hanks, Johnny Depp, Tom Cruise, Daniel Day-Lewis, Charlie Sheen, Woody Harrelson, Steve Martin, Anthony Hopkins y una generación de los más altos protagonistas del showbiz, al lector podría perdonársele que pensara que los comentarios de Dye, hechos en un hotel de lujo de Beverly Hills, podrían hacer que no volviera a comer en esta ciudad. Sin embargo, eso sería pasar por alto la naturaleza muy especial del trabajo que este hombre canoso de 65 años ha hecho durante las últimas tres décadas junto a las estrellas más mimadas de la industria cinematográfica. Dye, a quien sus famosos empleadores conocen como Capitán Dye, ha construido una extraordinaria carrera hollywoodense gracias a su extraña habilidad para matonear, convencer y gritarles a las estrellas, que habitualmente viven entre algodones, de blockbusters de guerra.
Ex marine muy condecorado y veterano de Vietnam, y con un bigote para probarlo, él actuó como “asesor militar” en cerca de cincuenta films épicos, series de televisión y videogames, desde Pelotón hasta Nacido el 4 de julio, con Rescatando al soldado Ryan, Band of Brothers, Medal of Honour y Una guerra de película en medio. Ahora es el centro de atención por su trabajo en The Pacific, la nueva y ambiciosa miniserie de Steven Spielberg acerca de la campaña de Estados Unidos contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial, que HBO estrenará mañana a las 22. Durante años, el papel del Capitán Dye ha sido simple: toma a actores comunes que no distinguen una punta de un rifle de la otra, los educa en técnicas militares y luego los ayuda a entender el extraño rango de emociones por el que pasa un soldado real durante la batalla. Y espera que ellos logren un retrato realista del mundo de la guerra moderna, a menudo mal representado y sumergido en el cliché. “La vida de un actor sólo se trata de ‘¿cuántas líneas tengo en esta escena?’, de ‘¿está bien mi pelo?’ y todas esas tonterías”, dice él. “Eso es la antítesis de cómo piensan los militares. En combate, yo pienso en usted y usted piensa en mí, y ambos pensamos en el todo mayor: una misión. Y esa misión es más importante que nosotros. Así que trato de tender un puente sobre ese hueco y enseñarles el modo de pensar militar a chicos que crecieron pensando absolutamente lo opuesto.”
The Pacific, la continuación de Spielberg a Band of Brothers, es la crónica de cada gran batalla peleada en el teatro del Pacífico. Sus diez episodios costaron 200 millones de dólares, llevaron casi un año de filmación y, debido a eso, resultaron en la serie de televisión más cara de la historia, por lejos. Antes de que comenzara la filmación, el Capitán Dye se llevó a todos los jóvenes actores y extras contratados para aparecer en el programa a un extenuante campamento militar de entrenamiento de diez días en la naturaleza australiana, donde durmieron a la intemperie, vistieron uniformes militares, comieron raciones, marcharon varias millas por día, escenificaron batallas de mentira, y en general vivieron como los soldados de 1940 en los que se basa The Pacific. “Los hice romperse el culo”, dice él. “Los lastimé tanto y los llevé tan lejos de su zona de confort que estaban paralizados y confundidos. Así los quería. Porque en ese punto lo único que los preocupaba era ‘¿seré capaz de mantenerme lejos de ese bastardo de pelo blanco y sobrevivir?’. En ese punto es cuando los tengo listos: se convierten en un pizarrón vacío y puedo trabajar.” Gracias a su “trabajo”, la serie de Spielberg ya ha sido aclamada por críticos norteamericanos y –quizá más importante– por veteranos reales de batallas como la de Iwo Jima, como uno de los retratos más vívidos y certeros de la guerra jamás realizados.
Durante un típico campamento de entrenamiento, el Capitán Dye discursea a los estudiantes acerca de la gama de emociones que experimentó durante su carrera militar de veinte años, que lo hizo ganarse una reputación por proezas extraordinarias y ganarse una estrella de bronce, tres corazones púrpuras y nada menos que otras 42 medallas. “Puedo enseñarle en dos días cómo encarnar efectivamente a un soldado. Puedo enseñarle a manejar un arma, cómo usar su equipamiento y cómo mover su cuerpo. Pero eso es superficial, llano. Lo realmente importante es lo que pasa dentro de su mente, su corazón y sus tripas. De ahí es de donde salen las performances emocionales realmente estupendas.”
El enseña planteando escenarios. “Voy a darle uno”, dice. “Imagine esto: su mejor amigo, a quien conoce desde hace años, usted y él caminan por un campo de batalla. Salta un francotirador y le vuela la cabeza. Su amigo está muerto antes de llegar al piso. Lo que le pregunto a mis alumnos es: ‘¿Qué sienten?’.” La mayoría de los estudiantes contestan que esperarían sentir una mezcla de enojo, tristeza y miedo. “Eso es mierda”, replica el Capitán Dye. “Pura basura. Déjeme decirle lo que usted siente en ese momento en que su mejor amigo muere en batalla. Usted siente un júbilo absoluto. Absoluto, porque no le tocó a usted: eso es lo que siente. No se mienta y diga que no sería así, porque sí lo sería. Es la naturaleza humana. Esa es la realidad de la guerra. La culpa y el pesar llegan después.” El Capitán cita al (inicialmente reticente) antiguo aprendiz Tom Hanks como un beneficiario de esa lección en especial, que le sirvió para su famosa escena de apertura en los campos de Normandía en Rescatando al soldado Ryan. “Trabajo desde adentro hacia fuera”, dice Dye. “Quiero llegar hasta dentro de su pecho y sacarle su corazón latente y mostrárselo. Quiero llegar al interior de su mente. En esa película usted puede ver hasta cuán dentro de su mente me metí.”
Como muchas leyendas del show business, el Capitán Dye llegó a la cima a través de una mezcla de trabajo duro y suerte. Llegó a Los Angeles a mediados de los ’80, después de dejar la armada. “Era un fan de las películas. Había visto cada película de guerra que existía y todas me dejaban enojado. No reflejaban mi experiencia y estaban llenas de clichés y tonterías. Sólo había un montón de dobles de riesgo dando vueltas como personajes de historieta, volando cosas a la mierda, y actores con armas haciendo ‘Pajaritos a bailar’. Era terrible. Así que me vine a LA y dije ‘voy a arreglar esto’.” Continúa Dye: “Sabía que la imagen real de la montaña rusa emocional que es el combate sería mucho más interesante que cualquier cosa que estos hippies fumadores de crack estaban haciendo en Hollywood. Pero durante meses no logré que nadie me escuchara. Mierda, ni siquiera podía conseguir una reunión con los tipos de un estudio”.
Su gran oportunidad llegó cuando leyó un artículo en Variety donde decía que un joven y virtualmente desconocido cineasta había recibido luz verde para hacer una película basada en sus propias experiencias en Vietnam. “Era un tipo llamado Oliver Stone. No puedo decirle de qué modo, pero conseguí su número de teléfono. Lo llamé un domingo a la mañana y le dije: ‘Usted no me conoce y yo no lo conozco. Pero si lo que leí es real, usted me necesita’. Y por como es Oliver, le gustó que lo encarara de esa forma y me contrató.” El Capitán Dye pasó una quincena en la jungla con treinta actores que iban a aparecer en la película. Para el momento en el que los puso a enjuagarse, sólo quedaban diecinueve, incluidos Tom Berenger, Johnny Depp y Willem Dafoe. La película fue Pelotón, ganó cuatro Oscar y estableció la carrera de Stone como director de primera.
El resto es historia. Hoy, la firma consultora de Dye, Warriors Inc (Guerreros Incorporados), está en la agenda de casi cualquier cineasta que quiera hacer una película de guerra en serio. Y su cara es conocida en todo el mundo gracias a cameos como actor en casi setenta películas y programas de televisión. “Siempre he dicho que no se le pueden pedir peras al olmo”, reflexiona. “Pero en mi caso, aparentemente sí se puede. Los directores me ven enseñando y quieren ponerme frente a las cámaras. Soy el tipo más encasillado de Hollywood. Me interpreto a mí mismo. Pero el pago no está mal.” Su momento más feliz, sin embargo, es ver a veteranos reales disfrutar de los frutos de su labor. “Tuvimos una pasada de The Pacific para veteranos de la Segunda Guerra Mundial hace un par de semanas”, comenta. “Vi a uno de estos tipos después y le pregunté qué pensaba. Me miró con lágrimas en los ojos y me dijo: ‘Dale, esa película mostró las cosas como eran’. Para mí, eso es tan bueno como ganar un Oscar.”
* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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