Dom 21.08.2011
espectaculos

TELEVISION › LUIS BRANDONI BRILLA EN EL HOMBRE DE TU VIDA

“Con un buen guión, hasta diría que es fácil actuar”

El padre Francisco, un cura tardío crítico de la institución católica, es el confidente del personaje de Guillermo Francella en el programa de Juan José Campanella. Y ambos actores logran diálogos pícaros, cargados de ironía pero también de sensibilidad.

› Por Emanuel Respighi

Hay actores que están irremediablemente arraigados al ser nacional, grandes intérpretes que por sus prolíficas trayectorias forman parte de la cultura cotidiana de varias generaciones de argentinos. Son aquellos que por las obras en las que participaron, los papeles que interpretaron, y por cierto physique du rol, están enraizados a la historia cercana del país, asociados en la retina de los espectadores a los sacudones sociales, políticos y económicos que se produjeron por estas pampas en las últimas décadas. Sin dudas, Luis Brandoni es uno de esos actores. Desde sus trabajos cinematográficos en Tute Cabrero, La tregua, La Patagonia rebelde, Juan que reía y Esperando la carroza, hasta Hay unos tipos abajo, Convivencia, Cien veces no debo, El verso, Una sombra ya pronto serás y Made in Argentina, pasando por Buscavidas y Mi cuñado en TV, el actor se transformó en una suerte de patrimonio artístico nacional y popular. A sus 71 años, Brandoni sigue construyendo esa familiaridad con el público en El hombre de tu vida (domingos a las 22, por Telefe), la ficción de Juan José Campanella en la que el actor interpreta a un cura tardío, crítico de la institución católica, y cuyo apego a los hábitos si no es cuestionable está, por lo menos, en franca tensión con el hombre de carne y hueso que cada tanto se descubre bajo su sotana. En suma, un personaje tan entrañable como incorrecto.

Si algo faltaba a esa idea de Brandoni como un actor comprometido con su tiempo y su tierra, basta con escucharle salir de su propia boca que, desde que se recibió en el Conservatorio en 1961, hizo 38 obras de teatro de autores argentinos y sólo 3 de extranjeros. ¿Las tiene contadas? “Sí, claro, porque fue una decisión mía elegir fundamentalmente obras de autores nacionales”, explica a Página/12. “Me propuse no pasar por esta profesión como si fuera un accidente. A mí no me parece que por una cuestión de marketing o de prestigio alguien se envilezca con un trabajo. Uno se envilece cuando hace mal las cosas. Quise ser un actor profesional, nacional, representar los personajes que nos son propios, que nos son comunes. No es tan fácil como muchos creen. Aunque acá todo lo que nos es propio está desacreditado. El prejuicio por lo nacional también forma parte del arte. A mí me han dicho muchas veces que lo que hacía estaba bárbaro, pero que tenía que hacer clásicos. Incluso lo escuché de colegas. Es una mentalidad colonial. Nunca escuché ni leí ni nadie me comentó que leyó que a Dustin Hoffman le criticaran que hiciera siempre a norteamericanos, o a Marcello Mastroianni porque hacía siempre de italiano.”

Cura que ha vivido

El padre Francisco, el papel en el que descuella Brandoni, probablemente sea uno de los personajes de ficción del año, junto a la Verónica San Martín de Leticia Brédice en El elegido y al gitano Perotti de Julio Chávez en El puntero. Confidente siempre bien predispuesto de Hugo (Guillermo Francella), Francisco es lo más parecido a un Isidoro Cañones atrapado en una sotana, que esconde una historia que se vislumbra para nada “santa” (“Confieso que he vivido”, soltó alguna vez), y que la trama escrita por Campanella y Eugenia Guerty seguramente irá descubriendo de a poco. A la impecable composición se le suma la potencia que el personaje de Brandoni asume cada vez que comparte escenas con Hugo, el atribulado padre que por necesidad se ofrece como compañero de citas de mujeres a las que debe encantar para luego desencantarlas. En los momentos en los que se dan esos diálogos entre Hugo y Francisco –pícaros, cargados de ironía pero también de sensibilidad–, El hombre de tu vida sintetiza su enorme capacidad de fusión entre los actores y los libros. Esa relación es la que lo vuelve un programa superior a la media local.

En un contexto televisivo en el que los contenidos parecen ir para el lado del golpe de efecto y en el que el rating parece justificar cualquier cosa, El hombre... volvió a poner en el centro de la escena la idea de que es posible hacer una TV de calidad y popular, dos categorías que en el medio pocos parecen querer –y saber– conjugar. La alta audiencia de la comedia unitaria -–supera los 21 puntos en cada envío– demuestra que el público, cuando le dan la opción, celebra y acompaña las buenas historias. En este caso, en cada emisión El hombre... pone en juego –-en clave de humor– la sensibilidad del ser humano, interpelando a los que están del otro lado de la pantalla como espectadores y como ciudadanos, pero sutilmente. Es que, sin ponerlo en primer plano, su trama plantea los dilemas morales y éticos que a cualquier persona se le presentan en su cotidianidad. No necesita, para ello, abordar temas profundos, o grandes dilemas existenciales, sino que lo hace a partir de cuestiones sencillas, de las pequeñas decisiones que cualquier ciudadano toma en la vida diaria.

“El programa –analiza Brandoni– toca temas que se ven en cualquier vereda, en cualquier casa, y están tratados de tal manera que no sólo los hace verosímiles, sino también creíbles. Todos convivimos con ciertas contradicciones en nuestro interior. Y esa lucha entre el ser y el deber ser la aborda desde diferentes géneros, que se intercalan según cada capítulo, e incluso dentro de una misma historia. El capítulo en el que participó Jorgelina Aruzzi tuvo como eje la emotividad; el de Natalia Lobo recaló más en la comedia; el de Norma Pons probablemente haya tocado la fibra dramática. El hombre... te provoca todo tipo de sentimientos.” Pese a su extensa trayectoria, Brandoni nunca había interpretado a un cura. “Ocurre que era muy laico”, bromea el actor.

–¿Cómo fue la composición de Francisco, un personaje que guarda una crítica velada a la Iglesia Católica?

–Estamos tocando algunos bordes con el personaje, y creo que está bien porque la trama lo amerita. Mi personaje muchos veces dice “que trabaja para una empresa”, con la que tiene “algunos puntos de vista” con los que no está de acuerdo. Lo dice con cierta elegancia, pero no deja de esbozar una mirada crítica sobre la institución religiosa.

–A la hora de componerlo, ¿se puso a pensar las consecuencias que su interpretación podía provocar en fieles y en la institución católica? ¿O un actor debe ser impermeable a la lectura de los otros?

–Uno debe cuidarse. No es una pavada. No se puede tomar a la ligera la composición, ni de manera despectiva ni tampoco superada, desde el momento en que dicho personaje puede impactar u ofender a mucha gente. Tengo una cierta relación con monseñor Jorge Casaretto, al que llamé por teléfono para contarle que tenía que encarar a este cura, para pedirle si podía recomendarme a alguien para que me dé alguna ayudita de tipo litúrgico. Y así fue que me reuní con un cura más joven que yo que, lejos de atemorizarse, se entusiasmó mucho con el personaje y me fue de mucha utilidad. Me ayudó a quitarme el peso de hacer un cura, a librarme de la solemnidad. Y eso que ellos están muy atentos, porque tienen que medir el impacto. El personaje, si bien crítico, creo que desacartona la imagen del cura en la sociedad y lo vuelve más cercano, sin faltar el respeto.

El actor, Campanella y después

“Todo el programa es mérito de Campanella”, dice Brandoni, con la humildad de los grandes actores de otra escuela. “Es un hombre que filma y escribe historias populares. Es naturalmente argentino, no importado, y sus historias irremediablemente nos representan. Tengo la sensación de que este programa puede llegar a ser un icono de la segunda década del siglo XXI de la televisión, que va a quedar en el recuerdo de la gente. Y no hay mayor satisfacción para una obra, sea en el cine, el teatro o la tele, que poder permanecer en el tiempo en la mente y el corazón de la gente. Me importa menos hacer 30 puntos de rating que quedar en el recuerdo de aquellos que alguna vez vieron el programa. En estas cinco semanas de programa viví una reacción colectiva positiva extraordinaria sobre el programa, que se expresa en la familiaridad del público con los personajes. Una familiaridad que se generó desde el primer programa, como si en realidad hiciesen meses que se conocieran. Al cabo del primer programa, El hombre... ya era parte de la familia y de las fantasías de los televidentes. Es raro que esto ocurra tan inmediatamente.”

–¿Cuáles cree que son los motivos para que esa identificación del público se haya dado tan rápidamente?

–Creo que Campanella es una persona que tiene una enorme capacidad de observación. Todos los programas quisieran tener una respuesta tan inmediata. El hombre..., evidentemente, conjuga una serie de características que lo hacen único. En la TV no existen las fórmulas del éxito. Ni siquiera conjugando los mejores exponentes del medio en cada una de las partes que hacen un programa de TV el éxito está asegurado. Lo que creo es que en una ficción el libreto es fundamental. Una buena obra, en cualquier formato, tiene como cimiento el libro. Es sobre el guión donde uno se puede apoyar. Para un actor, contar con un buen guión significa no tener que forzar la máquina para sostener una situación. En El hombre... vale conocer el guión y decirlo bien para atrapar al televidente. Con un buen guión como el que tenemos en El hombre..., hasta diría que es fácil actuar. Usando el sentido común y empeñando los sentimientos de uno hacia la escena, la historia se desenvuelve tal cual fue pensada.

–¿Esa es la principal diferencia de Campanella respecto de otros directores?

–Campanella es un director que nítidamente quiere a los actores. No tiene conflicto de cartel con los actores. Por eso, además del guión, los actores salimos bien. Campanella pone la historia y el relato al servicio de los actores. Los hace lucir, los quiere. Tengo recuerdos de películas suyas con escenas gloriosas para el lucimiento actoral. Lo que está haciendo capítulo por capítulo Guillermo Francella es un trabajo colosal, de gran interpretación y transformación. Eso ocurre porque hay un director que lo quiere ver y lo quiere mostrar. Eso es un gran incentivo para un actor. Lo que tiene de no dicho el libreto es algo que también lo hace cercano al público.

–Para un actor de larga trayectoria como la suya, que probablemente ya tiene consolidada una manera de trabajar, ¿es fácil dejarse dirigir?

–Es sencillo en la medida que uno tenga una formación sólida y que sienta que el director da señales de querer potenciar la historia y los actores. Yo tuve una formación en el Conservatorio que hace que no envidie a nadie. Creo haber aprendido para qué uno es un actor y qué es un actor. Nosotros somos intérpretes. Sé, desde muy jovencito, que no soy más importante que lo que hago. El autor es lo importante. Ernesto Nochera, un profesor que tuve, nos decía que el actor tiene que ser un maestro de la libertad. Tiene un margen, que es el texto del autor, y otro margen, que es la dirección. Entre esos límites, el actor tiene que trabajar con absoluta libertad. A mí no me cuesta ningún trabajo seguir las indicaciones de los directores, porque confío que quiere sacar lo mejor de mí en función de la obra. Pensar que uno tiene que actuar de forma distinta a la que indica un director por creer que determinada manera le sale mejor es un grave error. Siempre estuve atento a no enviciarme ni repetirme.

–Para evitar eso, la formación debe cumplir un papel fundamental.

–Estudié en el Conservatorio del ’58 al ’61, una época extraordinaria e irrepetible. Allí me enseñaron que, mientras cursaba de lunes a sábados, podía enganchar algún bolo en TV o cine, pero teníamos prohibido hacer teatro hasta el cuarto y último año. ¿Por qué? Porque como en el teatro la respuesta del público es inmediata y uno está tierno, la posibilidad de quedarse en aquello que resulta y repetirlo infinitamente es muy alta. Hay actores que no pudieron salir de lo seguro. En el Conservatorio nos enseñaron que el actor tiene que saber hacer todo. Como es el instrumento de sí mismo, tiene que tratar de sacarle la mayor cantidad de posibilidades al instrumento. Lo divertido del actor es poder transitar las vidas más disímiles. La del actor es una profesión muy irregular. Nadie es campeón del mundo y se queda sin laburo hasta el más pintado. Eso hay que tenerlo claro.

Subnotas

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux