Jueves, 6 de octubre de 2011 | Hoy
TELEVISION › LANZAMIENTO EN SAN PABLO DE LA TERCERA TEMPORADA DE SOUTHLAND
Regina King y Ben McKenzie, dos de los protagonistas de la tira que se emite por Space, coinciden: “Nuestros capítulos están basados en casos reales y se ruedan ahí donde ocurrieron”. El tono de la serie, que flirtea con lo documental, conquistó adeptos y detractores.
Desde San Pablo
Una de las aristas más estimulantes de Southland, la serie de ficción policial que va los jueves a las 21 por Space, es su supuesto realismo. El programa sigue las peripecias de varios policías en su patrullaje diario por Los Angeles, desde una óptica que le hace guiños al código documental, pero que tiene más que ver con lo que los propios oficiales perciben acerca de su espacio de trabajo. Lejos de Estados Unidos, a medida que el día avanza por las avenidas paulistas –adonde ha llegado la prensa para presenciar el lanzamiento de la tercera temporada y un adelanto de lo que será la cuarta– resulta difícil no pensar en todas las historias que estarán esperando ser contadas en esta “tierra del sur” que queda más allá de California. La llegada de Regina King y Ben McKenzie –que interpretan a Lydia y Ben, dos de los protagonistas de la tira– interrumpe estas cavilaciones como un balazo a medianoche.
“Southland nos desafía a todos –arranca McKenzie–: el elenco es tan bueno que es difícil mantenerse a la altura.” No exagera. Las estrategias para dar potencia al relato –una combinación de The Shield con Policías en acción– sin duda ganan gracias a las interpretaciones, que conservan buen nivel a lo largo de los capítulos. Según cuenta King, en las tres temporadas ya emitidas la participación de policías reales que eventualmente actúan como extras ayudó a afianzar un estilo. “Tenemos oficiales a nuestro alrededor constantemente, por lo que ante cualquier duda simplemente vamos y les consultamos a ellos”, comenta.
King admite que su personaje –Lydia, la detective que es pura garra frente al crimen, pero arrastra una sombra de soledad en lo que a amores se refiere– se gestó uniendo “retazos” de varios policías que conoció. Quienes encarnan a los otros cinco protagonistas –dos patrulleros y tres investigadores– armaron su tapiz. Michael Cudlitz, por ejemplo, se pone en la piel de John Cooper, un veterano que debe enfrentar simultáneamente el fin de su matrimonio, el dolor de espalda, la vergüenza que le da ser gay y los encontronazos con los gangsters. Por su parte, Ben McKenzie hace las veces de un muchacho –Ben Sherman– que está aprendiendo un oficio difícil de incorporar desde su origen de chico bien. “El abanico de oficiales que interpretamos –explica McKenzie– responde un poco a la diversidad que hay en los departamentos de policía de la ciudad. Es más: nuestros capítulos están basados en casos reales y se ruedan ahí donde ocurrieron, cosa que otras series no hacen porque en un sentido, creo, se han vuelto ‘pasivas’ y prefieren quedarse en los estudios. A pesar de significar para nosotros un esfuerzo extra, supongo que eso transmite autenticidad.”
–Igual llama la atención que los criminales que arrestan son siempre negros o latinos...
King: –Mirá, yo soy nacida y criada en Los Angeles. Recuerdo que crecí sintiendo que la policía no protegía ni a los negros ni a los latinos. Estaban “ellos” y estábamos “nosotros”. Sin embargo las cosas han cambiado. Hoy no es tan así. Lo que pasa es que cuando iniciamos esta serie las narraciones más interesantes eran las que tenían que ver con las minorías. Eran casos más “coloridos”, por utilizar una expresión que no me convence...
McKenzie: –Este es un show “desde la calle”, es decir, desde la visión que tiene un poli que va comiendo un pancho en la patrulla y de repente escucha que lo llaman por la radio, y no tiene la menor idea de qué es lo que se puede encontrar. Y estamos hablando de Los Angeles, donde la composición étnica es así. Si estuviésemos grabando el show Policías de Iowa, nos verías arrestar pibes blancos que toman anfetaminas –lo cual, la verdad, sería bastante aburrido–. Aparte, el tema “pandillas” siempre rinde en la tele; y las pandillas, en general, están integradas por negros, latinos o asiáticos. Además, lo llamativo es que hacemos esta serie basándonos en los conflictos de la que hoy es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos.
Vaya detalle. Según cifras gubernamentales, de 2009 a 2010 la tasa de delitos violentos en California bajó un 6,9 por ciento, alcanzando los niveles más bajos desde 1968. ¿Dónde radica, pues, el plus de violencia física o simbólica que hace verosímiles los guiones? Una posible hipótesis está relacionada con la mélange de culturas que inevitablemente entran en fricción cuando cuatro millones de personas conviven en un sitio. Southland construye una Los Angeles por la que corren sujetos híbridos. No sólo porque los protagonistas se desplazan por distintos idiomas, dialectos y escalas de valores, sino porque hay una dedicación extra a la hora de recrear las costumbres y los hogares de cada colectividad. En lo profundo, el modo de contar habla de la forma en que se rotula a los diversos grupos sociales.
Protagonistas falibles, persecuciones cuidadas y un bajo grado de glamour le dan al programa ese tono que conquistó adeptos, pero también detractores. Tanto, que en 2010 la cadena NBC decidió cancelar la segunda temporada, y más de uno cree que no fue por falta de audiencia sino por la crudeza de algunas imágenes. Sea como sea, Southland pasó al cable –TNT– y se las arregló para insistir con sus rasgos característicos. En esa sinceridad con que asume su mirada reside uno de los atractivos de la serie, que supo dar pelea por su lugar en un mercado saturado de propuestas. “Para nosotros lo fundamental es seguir haciendo lo que nos gusta sin pudores”, cierra McKenzie.
* Southland se emite los jueves a las 21 por Space. Repite los viernes a las 7 y a las 13, los sábados a las 5 y a las 9 y los domingos a las 8.
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