Jueves, 6 de octubre de 2011 | Hoy
TELEVISION
Las oscilaciones del género policial suelen reflejar el ánimo de una época. A fines del siglo XIX, las intrigas victorianas ponían a los detectives a trabajar en favor de la policía positivista y el flamante Estado moderno. Claro que si Arthur Conan Doyle hubiera visto lo que vendría medio siglo después –de la mano de tipos como Raymond Chandler y Dashiell Hammett– se habría quedado tan pasmado como quien se topa con el sabueso de los Baskerville. En la novela negra, la idea del bien ya no era tan nítida y los enigmas no siempre se resolvían. Es más: ante el mal, era común que “los buenos” sintieran un cosquilleo simpaticón. Dos por tres los investigadores terminaban solos y golpeados, esperando la mañana en oficinas polvorientas donde sólo los acompañaba una botella de whisky o –en el mejor de los casos– un gato. El suspenso por el desarrollo de la acción pasó a ser más importante que la curiosidad ante el crimen.
La televisión no fue ajena a esas etapas, aunque las atravesó a más velocidad y en cierta medida las trascendió. Los señores respetables que cazaban ladrones y comunistas fueron derivando rápidamente en polis cancheros como los de ChiPs, o bananas en la onda de Miami Vice. Con la popularización de las tecnologías de video, la tele tuvo que aceitar su diálogo con la perspectiva de los televidentes, que ganaron conciencia del poder que tenían la imagen y los estereotipos. A principios de los noventa, un aficionado grabó con su cámara a varios policías de Los Angeles apaleando al negro Rodney Glenn King. Desde entonces no hay serie policial ambientada en el sur estadounidense que no toque el tema de la tensión étnica, un giro que se hizo todavía más recurrente tras los atentados del 11-S.
En esa dinámica, Southland experimenta con otra vuelta de tuerca, y retira del primer plano el problema de quiénes son los asesinos para enfocarse directamente en la acción. Y dentro de la acción, en el ángulo de policías puntuales y nada superdotados, lo que no pocas veces lleva a la serie por la autopista de la incorrección política. De hecho, no es raro encontrar en sus diálogos a detectives que tiran frases como “Ah, el Día del Padre: es el día más confuso en el ghetto”.
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