Lunes, 15 de mayo de 2006 | Hoy
TELEVISION › ENTREVISTA A RITA CORTESE SOBRE “MONTECRISTO”, LA PRIMERA NOVELA QUE HABLA SOBRE LA DICTADURA
Rita Cortese, como Sarita en Montecristo, introduce la temática de la dictadura. Por primera vez la referencia a la apropiación de bebés ingresa a la telenovela con los códigos del género de masas, entremezclada con la acción, la intriga y el romance. “Me eligen porque saben que soy una actriz comprometida”, dice ella, que por otra parte siempre ofrece la garantía de su solidez.
Por Julián Gorodischer
Rita Cortese es ahora Sarita: la que busca Justicia contra el represor y ayuda a la heroína apropiada (Viviana Saccone) a restituir su identidad en la novela Montecristo. Es, también, la cara visible de un fenómeno nuevo: por primera vez la referencia a la dictadura ingresa a la telenovela con los códigos del género de masas, entremezclada con la acción, la intriga y el romance. En pantalla, Sarita es puro ímpetu arrollador, sin fisuras ni quiebres personales, presentada como una fuerza vital reparadora más que como una individualidad. “Su sustento –dice– es la acción en busca de Justicia. Yo soy la mujer que toma en sus manos la venganza, pero solamente hasta que vuelve de Marruecos el personaje de Pablo Echarri.”
Con el empeño propio de las causas personales, la guionista Adriana Lorenzón (ver aparte) viene insistiendo a lo largo de su carrera televisiva en infiltrar el tema de la dictadura como contexto o nudo argumental de tiras televisivas. En Costumbres argentinas, su primer intento, lo introdujo como elemento de color para ambientar una historia de los primeros ’80: se vieron Falcon verdes, pedido de documentos, requisas en recitales. “En Costumbres argentinas –dice Lorenzón–, como era una serie ambientada en los ’80, había un personaje (Sandra Mihanovich) que era compañera de un desaparecido. A los jóvenes les pedían los documentos, los corrían los militares... Después hubo una decisión de darle un giro a la historia para tratar de aligerarla por una preferencia de la productora (Ideas del Sur).” Ahora, en Montecristo, adapta el villano de la trama de Alejandro Dumas a la figura de un ex represor temeroso de la reapertura de causas judiciales: por su influencia quedó preso en Marruecos el héroe vengativo de Pablo Echarri. Pronto, dos heroínas agregarán la búsqueda de restitución de su identidad al clásico intercambio amoroso entre parejas. En ese proceso, Rita Cortese es esencial: conduce la acumulación de pruebas contra el represor al que persigue como un vengador anónimo desde hace diez años.
“En principio –cuenta Cortese–, Sarita llevó los papeles (que comprometen al represor en una causa por apropiación de menores); ya mataron a dos de los jueces que investigaban. En la novela, soy como una madre postiza de Santiago (Echarri); soy la primera que toma la venganza en sus manos por amor. Y es que las grandes revoluciones se hicieron siempre por amor: las Madres de Plaza de Mayo son absolutamente revolucionarias a partir del amor.” Si el enigma de identidad de todo melodrama (descubrir que la heroína es hija del millonario y no su mucama/sobrina/secretaria para luego recomponer el vínculo sanguíneo) ahora se adapta a los ecos del pasado trágico, ¿eso significa que hay un nuevo interés por conocer el legado de la dictadura 30 años después, aun desde la ficción?
Para Rita Cortese, “la actitud del Gobierno de blanquear esta situación, de institucionalizar el repudio, además de lo que ocurre con la ESMA, del reconocimiento a las Madres desde un lugar institucional es lo que hace que la sociedad tenga menos miedo de enfrentar esta verdad que se veía en la calle en los años de la dictadura”. La lista –dice– abrió la puerta a Montecristo, primera novela que se atreve a la temática.
–¿Fue parte de otros relatos sobre la dictadura?
–Yo tuve la suerte de participar en una de las primeras películas que trató el tema de los desaparecidos, que fue Un muro de silencio, de Lita Stantic. Allí se posaba la mirada en el desaparecido que aparece, porque esto ocurría: los servicios hacían aparecer a gente secuestrada para delatar a otras personas; los mandaban a buscar más gente. Desde mi personaje, era una periodista que iluminaba a la protagonista con respecto a este desaparecido que aparece para detectar a determinadas personas.
–¿Y en programas de TV?
–En Costumbres argentinas se tocó el tema como telón de fondo de una manera bastante suave; lo de Montecristo ya es otra cosa. Y me parece muy importante que la TV toque el tema. La labor de Teatro por la Identidad ha sido importantísima, dicho por las Abuelas. Y esta tira va a ayudar a generar conciencia, a prender una pequeña lucecita. Eso ya es importante.
Sarita, por estos días, se reencuentra con Santiago (Echarri), a quien crió como madre sustituta. Su hijo estuvo preso en Marruecos, luego de que el represor tejiera una trampa para tenerlo lejos: en caso contrario podría haber complicado la trama del ocultamiento. ¿Acaso Santiago es una relectura de la figura del desaparecido adaptado a 2006: chupado con paradero desconocido, actualizando el tema 30 años después? “No creo que se actualice esa figura en el personaje de Echarri –dice Cortese–: la alusión directa está en el personaje de Viviana Saccone, que sí es hija de desaparecidos. A Santiago lo mataron por estar involucrado en una causa, pero no es un desaparecido. Sin embargo, Victoria (Saccone) y Santiago son dos huérfanos unidos por una misma causa de origen: la dictadura, en el ’76 o en 1996, es la que les provocó la orfandad.”
Después de grabar 16 capítulos, la capilla de Villa Adelina (la base de operaciones de Sarita en la novela) es su lugar; el balance de Cortese indica que se sintió tocada por la escena del reencuentro con Echarri. “Era una escena temida –recuerda–, y como ya me la saqué de encima estoy más tranquila. Después de diez años, Sarita sospechaba que estaba vivo; tenía la certeza en su corazón. Y el encuentro con él fue muy emotivo y, realmente, a pesar de que en esta tira se trabaja con calidad y tiempos atípicos, igualmente tiene el vértigo de la TV, por lo cual no hay un momento de preparación. Llegás al piso y grabás, entonces son escenas muy riesgosas: una persona se encuentra con alguien que supuestamente está muerto, y puede salir de cualquier manera.” Pero eso no sucede: ella es de rápida conexión con el texto, entregada al planteo de la escena; Cortese activa de pronto la capacidad de emocionarse. “Una buena escena –dice– tiene lógica actoral, particularidades, sustento..., aquí no hay escenas puestas para justificar algo, no hay absurdo. Cuando tiene sustento es más fácil.”
–El comienzo de las grabaciones –sigue Rita Cortese– se juntó con los 30 años del golpe: yo hice la lectura del fílmico de la vigilia de la Plaza de Mayo, un texto larguísimo en el que se explicaba cómo se llegó al golpe. Me eligen porque saben que soy una actriz y una persona comprometida con el tema: he atravesado la historia, sé cómo ha sido. Como bien dijo Rodolfo Walsh en su Carta a la Junta (que leí en la vigilia): la dictadura del ’76 se instaura para lograr una miseria generalizada que estamos viendo hoy. Me emocionó ese momento, un párrafo en el que él explica lo que nos pasa: hoy estamos viviendo la miseria sistematizada.
–¿Por qué Montecristo propone un cura más interesado en revelar que en encubrir?
–En la Iglesia hubo de todo: éste es un cura que sabe cuál es la situación y va en busca de Justicia. Pero, además, el asesinato que investigan tiene que ver con la dictadura (el juez investigaba a apropiadores), pero no es el caso de un desaparecido; ocurre en democracia. No se propone un cuestionamiento al rol de la Iglesia porque el centro de la novela no es la dictadura. Lo principal es la historia de amor.
–Leticia (María Onetto) y Elena (Virginia Lago) proponen arquetipos más realistas de esposa cegada/quebrada...
–El personaje de Leticia es de una gran fragilidad emocional, y por eso termina enloqueciendo a partir de lo que escucha en su familia: elige el delirio como salida. El personaje de Elena, que está a cargo de Virginia Lago, empieza como una esposa sometida, pero en un futuro, seguramente, se va a quebrar.
–Ahora que el melodrama descubrió a la dictadura, ¿qué sigue?
–Yo no representaría ninguna ficción que esté de acuerdo con la dictadura. Puede tener un personaje como el de Lisandro, que interpreta Roberto Carnaghi, que ha trabajado en la dictadura, pero con un punto de vista general que no se abona desde la historia. Mi límite lo plantea el punto de vista.
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