Domingo, 21 de mayo de 2006 | Hoy
TELEVISION › JUAN JOSE CAMPANELLA ESTRENA “VIENTOS DE AGUA”
El cineasta explica el sentido de la megaproducción argentino-española que, en 13 capítulos, retrata paralelamente la inmigración española de principios de siglo pasado y el éxodo argentino que se produjo a comienzos de éste.
Por Emanuel Respighi
Aunque a simple vista la filmografía de un cineasta puede ser percibida como la suma en el tiempo de películas de diferentes temáticas, géneros y cualidades, hay quienes sostienen que, en verdad, la totalidad de la obra artística de cualquier director no es otra cosa que una larga película inconclusa. Algo así como un único film ofrecido al público en sucesivas entregas. Esa teoría es reivindicada por Juan José Campanella, el cineasta que esta noche, a las 22, estrena en Canal 13 Vientos de agua, una serie de ficción que cuenta en paralelo la inmigración española de principios de siglo pasado y el éxodo argentino que se produjo a comienzos de éste.
“Toda película que uno hace –explica el director– se centra en un tema, del que se desprenden otros que apenas se esbozan y que son disparadores de ideas para películas siguientes. Eso pasó con Vientos... En Luna de Avellaneda estaba la cuestión del hijo que se iba a vivir al extranjero y el cuento del viejo en el hospital acerca de su llegada al país. Esas dos historias fueron las que me despertaron la idea de contar ese enroque histórico en clave de saga familiar.”
Megaproducción que requirió de la ralización conjunta de Pol-ka, 100 Bares Producciones, el Incaa y Telecinco, Vientos de agua es la primera serie televisiva creada por el director de El hijo de la novia. Grabada íntegramente en alta definición, en diferentes locaciones de Buenos Aires, Madrid y Asturias, Vientos... aborda a lo largo de sus trece capítulos (ver aparte) la problemática del destierro, ese doloroso paso que desconoce de fronteras, estratos sociales y condiciones socioeconómicas y culturales. En este caso, Vientos... retrata el fenómeno de la emigración masiva de europeos en la primera parte del siglo XX, así como la llegada de emigrantes a España varias décadas después. Alejada de cualquier concepción documentalista, la serie dramática cuenta el desarraigo que se produce en el seno de una misma familia, atravesando dos generaciones, cuyas experiencias son contadas en paralelo.
Protagonizada por Eduardo Blanco, Héctor y Ernesto Alterio, Pablo Rago, Claudia Fontán y Valeria Bertuccelli, la serie cuenta dos historias que, aunque se produjeron con una diferencia de casi 70 años, son narradas intercaladamente. Por un lado, Vientos... relata la vida de José Olaya (Ernesto Alterio en su juventud y Héctor en su madurez), un minero asturiano que se ve obligado a emigrar a Argentina en 1934 por problemas con la Guardia Civil española. Paralelamente, el ciclo avanza también en el camino inverso que el hijo de José, Ernesto (Blanco), realiza casi siete décadas después, cuando la crisis económica argentina de 2001 lo llevan a buscar mejor destino en la tierra de su padre. Dos caminos signados por el dolor que implica abandonar los afectos y la propia cultura, y la inquietud y los miedos que provoca empezar de cero en otro país.
“Es un tema tan amplio y rico que en dos horas de cine no hubiésemos podido contar nada. Naturalmente surgió narrar las historias en formato de serie televisiva y en coproducción con España”, relata Campanella. Antes de ver la luz en Argentina, el programa –que contó con un presupuesto cercano a los 8 millones de euros– fue emitido en la televisión española, donde no le fue todo lo bien que esperaba la cadena Telecinco. “Fue todo muy raro”, relata a Página/12 el director de El mismo amor, la misma lluvia. “La serie –detalla– tuvo excelentes críticas, se dijo que era un programa que dejaba ‘al resto de la TV española con el culo al aire’. Y en términos de rating no nos fue mal: tenía una audiencia de alrededor de 2,6 millones de espectadores. El problema fue que Telecinco estaba en una lucha encarnizada por el rating con Antena 3 y se desesperaron: programaron dos capítulos juntos, la mudaron de horario, terminó yendo a la 1 de la mañana... Hasta hubo una manifestación de gente en la puerta deTelecinco por primera vez en la historia. Se programó muy mal. De hecho, ahora está en el primer lugar de ventas en DVD de España.”
–¿Por qué cree que Vientos de agua tuvo esa respuesta de parte del público español?
–España, Italia, Francia, Alemania son países que no están acostumbrados a la variedad. Alemania, de hecho, hizo lo imposible para no tenerla con Hitler. España también: en 1492 rajó a todos los judíos y las leyes antiinmigratorias son muy fuertes. Además, en España, por ejemplo, toda la industria cultural que consumen es doblada, no en versión original. Lo mismo en Italia, donde hasta Kurosawa se ve en italiano... Toda la cuestión de la emigración es algo pasado y enterrado. Para los españoles, el español que se fue a otras tierras murió. Dejó de ser parte de la experiencia de ellos y pasó a forma parte de la nuestra. Para nosotros, el encuentro y la mixtura de españoles, italianos y judíos son parte del pasado y el presente. Para ellos, es algo alienígena. Es un tema que se habla en los diarios, pero que no echó raíces en su cultura. Acá, tenemos más contacto y aceptación con la inmigración.
–Es que Argentina se formó y se nutrió de un variado cruce cultural.
–Las raíces argentinas son europeas. Allá, en cambio, inmigración intraeuropea prácticamente no hay. Tampoco hay el intercambio cultural intraeuropeo que se supone. De cine italiano en España se conoce poco y nada: no saben quién es Nino Manfredi y apenas quién es Vittorio Gassman.
–¿Esa estrechez cultural tiene que ver con el funcionamiento social europeo?
–La sorpresa más grande cuando uno llega a Europa es ver cómo estando todo tan cerca, poseen tan poco intercambio cultural. Son islas. Incluso ahora en época de Comunidad Europea. La Comunidad es comercial, no cultural. Por eso creo que la historia de Vientos de agua está más cercana a los argentinos que a los españoles. La emigración del presente no existe en ellos, no es un fenómeno para ellos. Por todo ello, no era una serie para ser masiva en España.
–La serie aborda todo lo que un ser humano deja cuando debe abandonar la tierra natal para irse a vivir a otro lugar. Una experiencia que desde hace años está a flor de piel entre los argentinos.
–Lo interesante de la serie es que logró que a todos los personajes se los viera como personas, sin importar de dónde es cada uno. Al fin y al cabo, todos venimos de la misma costilla. Uno está permanentemente hablando con gente que tiene ganas de irse al extranjero, o que no le queda alternativa, o que se va sólo con la idea de que después se sume la familia... Cuando yo era chico no se hablaba de eso. Ahora es un tema que se instaló entre nosotros, porque todo el mundo conoce a alguien que se fue a vivir afuera. Somos potenciales ciudadanos de cualquier lugar del planeta. Yo me fui a Estados Unidos y viví dieciocho años en el exterior.
–Pero una cosa es el irse al exterior por propia voluntad y otra muy distinta es cuando se siente que el país lo expulsa...
–Claro. Yo no me fui de acá, me fui a allá a estudiar. El inmigrante de principios de siglo XX estaba haciendo una jugada de mucho riesgo, un salto al vacío más fuerte que el actual, porque no sabían a dónde se iban. La diferencia era que en aquella época tenían otra relación con los afectos, porque era una época en la que casi no existía el matrimonio por romance. Era un corte total. En cambio, hoy en día, en el exterior vivís colgado a tus orígenes. Yo, en EE.UU., me levanto y lo primero que hago es meterme en Internet a ver los diarios argentinos. El avance de la tecnología, a la vez que hace más fácil el destierro, también produce que uno nunca llegue a ser un inmigrante, porque emocionalmente sigue colgado al país de origen. Aunque sean viajes diferentes, al mismo tiempo tienenel mismo desgarro: antiguamente el desgarro era en el momento de partir, ahora el desgarro es constante, diario.
–La sociedad argentina, en ese punto, es casi un ejemplo paradigmático a la hora de pensar el desarraigo.
–La composición social argentina es muy particular: es un experimento social en el que se tiene una clase pobre con educación y expectativa de clase media. Fuimos criados con una expectativa de progreso que no se asimila con la realidad de las últimas dos décadas. Eso también está empezando a pasar en EE.UU., no a un nivel tan repentino, pero la seguridad de la empresa no existe ya: eso de que uno entraba a trabajar en la General Electric y se mantenía hasta jubilarse no corre más. Si encima no hay indemnización... El tipo que venía acá llegaba con nada, hambriento, y cualquier cosa era mejor. Hoy, el que va a Europa lo hace porque no puede llegar a tener la vida confortable de clase media con la que fuimos criados, no porque se está cagando de hambre o por persecuciones políticas. La actual es otra migración.
–Una emigración fundamentada en satisfacer esa expectativa de progreso cada vez más lejana con la que se crió buena parte de la sociedad...
–Eso está un poco reflejado en la serie. De hecho, nuestra idea primaria era que en el presente el que se fuera a España fuera el nieto de 20 años y no el hijo de cuarenta y pico. Pero la verdad es que a esta altura que se vaya a vivir afuera un tipo de 20 años no tiene nada de conflictivo. Al contrario: casi que se sacó la Lotería. Que un argentino con familia consolidada se tenga que ir a trabajar al extranjero equivale a una derrota, no a una aventura. Porque la realidad es que lo jodido no es que se nos están yendo los jóvenes, lo jodido es que se nos están yendo los grandes. A los jóvenes les daría libertad y les soltaría la soga.
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