TELEVISION › OMAR RINCON ANALIZA EL FENOMENO DE LAS “NARCONOVELAS”
El periodista y ensayista colombiano afirma que ciclos como Escobar, el patrón del mal son “producciones televisivas alucinantes en su verdad neorrealista”, lo que lleva a los espectadores a disfrutarlas “como documentos de ese mundo popular mágico de ‘Narcolombia’”.
› Por Emanuel Respighi
A comienzos de año, oír al pasar que en cualquier calle de la Argentina alguien pronunciara palabras y modismos como “achicopalado”, “berraco”, “camellar”, “chupar cana”, “coronar una vuelta” o “embolatar” resultaba toda una rareza. Era imposible no mirar a quien emitiera alguna de estas expresiones, tan ajenas al lenguaje cotidiano argentino. El estreno el segundo día hábil del año de Escobar, el patrón del mal, por la pantalla de Canal 9 (diariamente a las 22.30), extendió entre sus fanáticos el uso de estas expresiones, propias del narcotráfico y de la región andina de América latina. La popularidad que en el país alcanzó la serie que hace foco en la vida de Pablo Escobar Gaviria, el ex jefe del cartel de Medellín, terminó por instalar en el país no sólo estos pintorescos modismos (más allá de sus significados), sino también la problemática del narcotráfico en los medios y en la sociedad. La “narconovela”, entonces, llegó al país con toda su potencia.
La serie producida por Caracol, que diariamente promedia cerca de 10 puntos en pleno prime time, es un verdadero fenómeno televisivo y social. La ficción en la que Andrés Parra interpreta magníficamente a Escobar Gaviria logró, desde el mismo día de su estreno, atrapar a una audiencia impensada para la franja de las 22 en el 9. Aunque al comienzo se creyó que era consecuencia de la rareza de la tonada y de las palabras utilizadas por sus personajes, el paso del tiempo y el incremento del rating terminaron por poner en claro que su alto encendido trascendía la simpatía inicial. Evidentemente, hay muchas otras razones que explican la atracción de la ficción que instaló deinitivamente la “narconovela” en la TV argentina y en el resto de los países de la región. ¿Su buena audiencia será, acaso, consecuencia de la calidad técnica y artística que tiene esta millonaria supreproducción colombiana? ¿O, en realidad, es la figura del narcotráficante más conocido de este lado del mundo la que hipnotiza al público argentino?
Periodista, ensayista y uno de los analistas más destacados de Colombia, Omar Rincón es una de las voces más autorizadas para examinar el fenómeno de las “narconovelas”, tanto en el significado social que tiene en su país como en la buena recepción que alcanzó fronteras afueras. En efecto, la “narconovela” no es un fenómeno aislado: desde el 2003 al 2013, en Colombia se produjeron en total 17 ficciones alrededor de la temática del narcotráfico (ver aparte). Además, la mayoría de estas producciones de RCN o Caracol tuvieron una gran penetración internacional, en mercados tan distantes geográfica como culturalmente. Incluso, el 9 puso al aire El señor de los cielos (a las 22), otra ficción centrada en la vida del ex jefe del cartel de Juárez, y también supera la media de la emisora. ¿Qué son, entonces, las “narconovelas”? ¿Cómo surgieron como un subgénero de la ficción?
“En Colombia llevamos 40 años conviviendo con el narco, que evidentemente es nuestro gran tema nacional”, confiesa el especialista en la entrevista con Página/12. “El fenómeno televisivo de las ‘narconovelas’ de este siglo se da porque Colombia, de algún modo más simbólico que real, siente que el problema narco ya no es nuestro presente, que es cosa del pasado y que ahora ese fenómeno es más de los mexicanos y del resto de Latinoamérica. Este sentimiento apareció en los ocho años del gobierno de Alvaro Uribe (2002-2010), que poco volvió a hablar del narco y, vía la desmovilización de los paramilitares, se blanquearon muchas fortunas narcos. Entonces, el foco de tragedia de la nación se concentró en el terrorismo de la guerrilla de las FARC. Entonces, como ya es un problema simbólicamente superado, ya es posible contarlo en TV.”
–¿A qué aspectos televisivos y sociales de las “narconovelas” le atribuye su atracción en buena parte del mundo?
–Escobar, el patrón del mal y todas las “narconovelas” están muy bien hechas en lo actoral, las historias, sus lenguajes y estéticas. Como producto televisivo, son una innovación colombiana que deja atrás el melodrama y se adentra en la tragicomedia: personajes muy malos, pero contados en clave de comedia trágica. Todas son producciones bien hechas en fotografía, actuaciones, ritmo y fuerza brutal del lenguaje guerrero. Contundencia en las escenas. Alucinante la capacidad actoral de los colombianos para representar a los bandidos de cualquier bando. Sabemos hacer narco-para-acción. El hecho de que sean producciones televisivas alucinantes en su verdad neorrealista nos lleva a disfrutarlas como documentos de ese mundo popular mágico de “Narcolombia”.
–Y socialmente, ¿cuál cree que es su encanto?
–Se miran porque es una posibilidad catártica para el televidente de cualquier país de echarle una miradita a ese mundo extraño, pero atractivo del narco: sacamos el voyeurista y lo ponemos a gozar conociendo ese mundo prohibido y excesivo del narco. Se mira para escandalizarse, pero también para reconocerse. Y lo mejor es que es un asunto de los colombianos; entonces, uno como argentino o chileno no se siente identificado sino alucinado y fascinado viendo esos mundos extraños de los narcos. Y es que es una gozada mirar ese mundo de los narcos y es divertido escandalizarse con sus valores del todo vale, sus mujeres-silicona, sus hombres-abusadores, sus estéticas, lenguajes y músicas populares.
–¿Qué representan para el pueblo colombiano las “narconovelas”? ¿Cree que sirven para abrirles los ojos a los televidentes y que tomen conciencia de la problemática o, en general, lo único que hacen es “endiosar” a determinados personajes non sanctos?
–Las “narconovelas” están siempre en primer lugar en sintonía... pero siempre que no sean críticas frente al fenómeno, sino que sean historias indulgentes con los narcos. Cuando hubo telenovelas muy críticas y que no endiosaban sino envilecían a los narcos, el rating fue bajo; ése fue el caso de Los protegidos, Las muñecas de la mafia y El mexicano. Así, el narcotraficante es un héroe popular. Se dice popularmente que “se le cree más a un narco que a un político”. Los narcos generan identificación porque hablan de una realidad conocida, y reconocimiento por cuanto se refiere a una manera “paralegal”, pero legítima, de ascender en Colombia. ¿Por qué se identifican? Porque los colombianos sabemos más de narcos y “paras” que de democracia y derechos humanos. Los reconocemos como parte de nuestras referencias culturales, pues mediáticamente los narcos han sido convertidos en celebrities y ahora en héroes de ficción.
–¿Cuál fue el aporte de llevar la problemática a la ficción en el seno de la sociedad colombiana?
–El debate se ha dado, muy académicamente, sobre el tipo de héroes que se presentan y la memoria que se produce sobre nuestras violencias. Y en este debate se comprueba que la TV colombiana sufre del síndrome de “incoherencia moral”: productores, autores y directores dicen que quieren “criticar y demostrar la maldad de los narcos como los villanos que han acabado con Colombia”, pero aparecen historias y actuaciones que justifican su destino. O sea: no es que quisieron ser malos, la realidad social los obligó y terminan como hombres sin atributos que pudieron llegar a ser importantes en la sociedad... Hay “narcovelas” porque nuestras realidades (Panamá, Venezuela y Colombia) son “narcosociedades”; gustan porque en sociedades de extremas izquierdas y derechas lo narco es una vía “paralegal” para ser exitosos. Las “narconovelas” sirven de espejo porque generan reconocimiento. Poco se ha discutido sobre por qué “el narco es la marca Colombia”, por qué todos llevamos “un narquito en el corazón”, por qué llevamos más de cuarenta años viviendo en estos entornos de lo narco, por qué los colombianos hemos adoptado para la vida diaria el modo de pensar, actuar, soñar y expresar narco. Deberíamos aceptar que mirarnos en el espejo de las “narcotevés” nos da un reflejo deforme del nosotros mismos, pero que nos plantea preguntas sobre cómo venimos siendo como sociedad.
–En la Argentina sucedió que, a partir de la proyección de Escobar, el patrón..., el narcotráfico pasó a ser tema de agenda mediática y pública. ¿En Colombia pasó algo similar? ¿Cree que un debate tan serio puede darse al calor de una ficción?
–Ha habido escándalo, pero más moralista que sobre la temática, más sobre si se deben presentar esos contenidos o no, poco sobre esa realidad que nos marca como país. El diario El Colombiano se quejó de que la TV “está de espaldas a la realidad”, que la gente decente tiene un sentimiento de rechazo contra estas apologías de la cultura mafiosa y que eso es cosa del pasado. Un correo electrónico colectivo que circuló decía “no más ‘narconovelas’, ‘narcoseries’ y ‘narcopelículas’, no más ‘narcotelevidentes’”, porque hay millones de personas ignorantes, carentes de personalidad y desafortunadas que ven en esos personajes de TV modelos a seguir. El presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, de derecha, exigió que les cambiaran el horario de las telenovelas colombianas debido a que estaban haciendo un gran daño a su país “porque exaltan el narcotráfico, el robo y el atraco”, y corrompen los “valores morales”. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de izquierda, acusó a los contenidos de los programas y películas de fomentar la “cultura de la violencia”, que estaría sembrando la muerte en las calles venezolanas, en especial las telenovelas, pues “transmiten antivalores de la muerte, culto a las drogas, a las armas, culto a la violencia. Incitan al odio en la sociedad y lucran con el dolor ajeno”. Estos extremistas morales están de acuerdo en ver el mal en otra parte: en las “narconovelas”... Y es porque éstas afectan a las “personas ignorantes” que ven TV, mientras ellos son “gente decente” que no son afectados. No ven telenovelas y tienen la verdad moral: son iluminados de fe.
–Tiene una visión negativa, entonces, del uso social y político de la ficción televisiva bajo esta temática.
–Por ahora, hay una obra que muestra el otro modo de hacer: uno que no eleve a héroes a los narcos sino los represente como un mal nacional. En El mexicano, escrita por Mauricio Navas Talero, se cuenta al famoso narcotraficante Rodríguez Gacha, pero lo hace desde la conciencia de no hacer apología sino crítica al narco: lo cuenta en su faceta diabólica, camorrista, malévola, retorcida. Un relato con conciencia de que en este señor del narco no había nada justificable. Mientras que Pablo Escobar y Carlos Castaño para todo tenían buenas razones y se manejaban por códigos de lealtad, amistad, religión y familia (por lo menos eso mostraban sus series en televisión), Rodríguez Gacha sólo sabe ser un desalmado criminal que no tiene ni motivos ni ética ni nada: un matoncito nada más. Nada que admirar.
–¿Cómo respondió la audiencia a ese relato narco distinto?
–El rating no fue tan bueno, porque presentar a un narco sin heroísmo y pleno de villanía no genera reconocimiento: aquí se puede constatar la falta de conciencia de la sociedad colombiana, que nos lleva a creer que los narcos son otro producto más de la exclusión de este país, y a justificar su maldad porque es de los pocos caminos que nos quedan para ser exitosos. A los sobrevivientes de Colombia poco les gusta verse en el espejo deforme del narco y la corrupción: y esta serie tiene conciencia de la maldad de los narcos: y eso no gusta, molesta. La “narconovela” es exitosa porque representa la entrada en escena de la nueva cultura popular, esa del billete/consumo; esa que cuenta que el narco es el nuevo privilegio, la nueva forma de “superación” y revanchismo social.
–¿No cree, como algunos, que las “narconovelas” están construyendo un ejercicio de la memoria reciente?
–El asunto de la memoria es más complicado, porque se está construyendo una historia del país desde los narcos y los victimarios, y no aparecen las versiones de las víctimas, de los periodistas, de los empresarios, de los luchadores de derechos humanos. Y vemos que mientras en el proyecto de Memoria Histórica hay una memoria diversa y conflictiva desde las víctimas, en RCN y Caracol se produce una memoria desde los victimarios y la barbarie. ¿Por qué? Porque, de alguna forma, en el imaginario colectivo producido por ocho años por el innombrable (¡da mala suerte mencionarlo!) se instaló que los malos son los guerrilleros, los paracos son pasado y el narco es tema mexicano. Luego, paracos y narcos son los nuevos héroes de ficción. Y además se celebra su estética y modo de habitar el mundo, que es similar al de los nuevos ricos: son una especie de El lobo de Wall Street, sólo que al ser narco ese kitsch se “juzga” como grotesco y como un síntoma del mal gusto popular. Así aparecen historias que celebran los métodos paralegales para ascender socialmente, la compra de los privilegios y placeres, la moral de “billete mata cabeza”, la ética de que toda ley se puede torcer a favor de uno. Se celebra el triunfo express: una cultura de billete, armas, trago, mujeres, sexo... Y todo adobado con la moral católica.
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