Viernes, 5 de diciembre de 2014 | Hoy
TELEVISION › HACE VEINTE AÑOS ARRANCABA LA PRODUCTORA POL-KA
Al frente de su productora, Adrián Suar le imprimió realidad a la ficción argentina, con un preciosismo visual y el uso de un lenguaje más coloquial como marcas. Y aunque recurrió excesivamente a ciertas estructuras narrativas, ganó más de lo que perdió.
Por Emanuel Respighi
Corría el año 1994 y en plena década menemista las ficciones televisivas seguían cocinándose puertas adentro. En la era de la ostentación permanente, la pantalla chica local se encerraba en grandes estudios, con deficiencias visibles en la iluminación y escenografías pintadas de madera y cartón. Las ficciones de entonces descansaban, principalmente, en los libros y en las actuaciones. En esa pantalla chica opaca, plagada de géneros “puros” y bien diferenciados, como la telenovela, la comedia y el drama, un por entonces joven y limitado actor rompió el molde y le propuso a Hugo Di Guglielmo, gerente de programación de El Trece, hacer un policial. No cualquier policial, sino uno con grandes efectos especiales (para la época) y con mucho trabajo en exteriores. Ante la respuesta de que económicamente el canal no podía costearlo, el galancito afirmó que lo iba a hacer con sus propios medios. El resto, veinte años después, es historia conocida: Poliladron fue un éxito y Adrián Suar, a través de Pol-ka, renovó la ficción de la TV argentina.
A dos décadas de aquella idea, que inauguró el fructífero sendero de las productoras independientes en la TV local, nadie puede discutir el rol fundacional de Pol-ka para la pantalla chica. Y no sólo porque su “caso exitoso” fue el espejo para el surgimiento de otras compañías que producían contenidos para los canales de TV, pero por fuera de ellos. La “independencia”, por entonces, fue una bocanada de nuevos lenguajes e historias para un medio que pensaba sus ficciones con mentalidad antigua, casi otoñal. Además, claro, las señales les trasladaron a las empresas independientes el riesgo económico que representa producir ficción en la Argentina. Es decir, mientras quienes creían tener buenas ideas tuvieron la posibilidad de conseguir pantalla, los canales minimizaron sus costos al pagar por cada lata que programaban. Negocio redondo para todos.
La revolución de Pol-ka, sin embargo, tuvo más que ver con los aspectos artísticos que le imprimió a la manera en que las historias se contaban en las ficciones, que a inaugurar la producción independiente. A las tramas que se desarrollaban en escenografías que eran “cartón pintado”, en donde las puertas que se abrían pocas veces se cerraban y en las que a través de las ventanas no se veía otra cosa que la oscuridad de una tela, Pol-ka le imprimió realidad. La pantalla chica, entonces, se llenó de aire, de calle, de vida.
El preciosismo visual, estético, de la nueva productora tuvo su espejo en la narración de las historias. Las ficciones puras que manejaba la pantalla chica local, con modelos clásicos bien diferenciados, encontraron en los productos de Pol-Ka una nueva manera de contar historias, en la que el entrecruzamiento de géneros se convirtió en el sello. Desde la iniciática Poliladron hasta la flamante Noche y día, pasando por 099 Central, 22, el loco, Sin código y Los únicos, entre otros, el híbrido se convirtió en una marca de la productora. Farsantes, esa suerte de telenovela dramático-policial que se animó a poner como protagonista a una historia de amor entre dos hombres, fue tal vez el último eslabón (con la flamante Noche y día) de esa línea de conjugaciones genéricas que Pol-ka impuso.
No fue la única huella. Tampoco la principal. El uso de un lenguaje más coloquial (el “vos” fue la marca), escenas en las que podía no pasar “nada” alrededor de una mateada y la incorporación de personajes y lugares reconocibles en la cotidianidad de la clase media argentina parieron el “costumbrismo”. Un género que la factoría de Pol-ka desarrolló y con el que la sociedad argentina (o al menos la que veía “tele”) sintió una inmediata identificación. La naturalidad y la frescura fueron un sello que cautivó al público argentino en ficciones como Gasoleros, Campeones, El sodero de mi vida, Sos mi vida y Son amores. Claro que, como suele ocurrir, llegó un momento en que aquello que era renovador se transformó en más de lo mismo, en fórmulas a las que la productora echó mano una y otra vez. Hay una estructura narrativa polkeana reconocible en sus tiras. Incluso, a veces, con casi los mismos protagonistas. Dividió entre grandes éxitos de audiencias y rotundos fracasos. Ganó más de lo que perdió.
Tal vez donde más se hace evidente el desarrollo técnico y narrativo de Pol-ka a lo largo de estos años es en los unitarios. La posibilidad de correrse de los estereotipos a los que suelen acudir sus tiras diarias familiares le permitieron a la productora plasmar historias entretenidas a la vez que profundas, con personajes complejos y tramas plagadas de matices, que mantuvieron coherencia artística. Verdad/consecuencia, Vulnerables, Mujeres asesinas, Locas de amor, El hombre que volvió de la muerte, Para vestir santos y El puntero fueron ficciones que elevaron la calidad actoral, autoral y técnica de la pantalla chica. Sin llegar a ser transgresora en la temática (Telefe Contenidos llevó la batuta en ese terreno), Pol-ka a su manera pudo plasmar problemáticas más o menos incómodas para los televidentes. En el haber le queda no haber podido correrse de la visión porteñocéntrica, casi “palermitana”, con la que encara esos proyectos. En sus unitarios, reconocidas actrices y actores (desde Alfredo Alcón hasta Julio Chávez, pasando por Marilú Marini, Rodrigo De la Serna, China Zorrilla e Inés Estévez) pudieron componer personajes con texturas, bajo el paraguas de un equipo técnico (encabezado por Diego Andrasnik en la producción y Daniel Barone en la dirección) que les facilitó la tarea. Fue semillero y espacio televisivo para consagrados.
A lo largo de sus veinte años y de 55 ficciones producidas, Pol-ka se convirtió en la principal productora de ficción del país, reconocida internacionalmente a través de las coproducciones que realizó para grandes cadenas (Epitafios para HBO, Amas de casa desesperadas para Sony). Parte de su crecimiento descansa, también, en su sociedad con el Grupo Clarín, que no sólo posee parte de su paquete accionario sino que además le dio a Suar la posibilidad de dirigir la programación de El Trece. Contar con una pantalla en la cual poder colocar sus productos, transformarse en la productora exclusiva en ficción de uno de los dos canales líderes, hicieron de Pol-ka una privilegiada que con el tiempo dejó de ser “independiente”. Eso no quita el reconocimiento a una productora que elevó la calidad de la ficción argentina, inauguró la etapa de las producciones independientes y marcó una época de la pantalla chica local. Sus veinte años de vida son mucho más que una historia de ficción protagonizada por un joven que pasó de ser un galancito por el que nadie daba dos mangos a transformarse en uno de los grandes nombres de la historia de la TV argentina.
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