Miércoles, 10 de diciembre de 2014 | Hoy
TELEVISION › EL ETERNO RETORNO DE ANTONIS PARASKEVAS, HOY EN ISAT
La ópera prima de la ateniense Elina Psikou, ganadora de tres premios en el Festival de Tesalónica, es una lúcida alegoría sobre Grecia que, como todas las que valen la pena, no clausura su sentido, sino que lo abre al misterio.
Por Horacio Bernades
Tal vez haya quien crea que los sucesivos florecimientos de diversas cinematografías periféricas, durante las últimas décadas, son invento de críticos y programadores, tanto como para llenar vacíos de sentido o mantener viva la llama promocional. Sólo a partir del desconocimiento podría negarse, sin embargo, que el nuevo cine iraní surgido hacia fines de los años ’80, el de Corea del Sur y Argentina desde mediados de los ’90 o el portugués, el alemán, el rumano y el de Estonia y otras ex repúblicas soviéticas en años más recientes exploran o exploraron modos de representación radicales, aventurados y llevados a su consumación. Al filo de la presente década comenzó a aflorar, al calor de la crisis –punto de origen de todas las nuevas olas– el cine griego. Películas como Colmillo (Kinodontas/Dogtooth, Yiorgos Lanthimos, 2009), Attenberg (Athina Rachel Tsangari, 2010), Wasted Youth (Argyris Papadimitropoulos y Jan Vogel, parte, junto a la anterior, de la Selección Internacional del Bafici 2011) y ALPS (Lanthimos, 2011) ganaron notoriedad y premios en festivales del mundo entero.
Hacia fines del año pasado, tres películas de ese origen comenzaron a llamar la atención. Miss Violence, de Alexandros Avranas, se abre con el suicidio de una nena, el día de su undécimo cumpleaños. En Standing Aside, Watching (Na kathesai kai na koitas), de Giorgos Servetas, una heroína llamada Antígona la emprende contra una pandilla. La tercera es El eterno retorno de Antonis Paraskevas (I aionia epistrofi tou Antoni Paraskevas), de Elina Psikou, presentada en los festivales de Toronto y Tesalónica y parte de la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata, un año atrás. Como parte de la programación de este mes de Primer Plano, programa que conduce el escritor y periodista Alan Pauls, hoy la emitirá el canal ISat, repitiendo el miércoles 24, en ambos casos a las 22.30. Completa la programación de diciembre de Primer Plano, los miércoles 17 y 31 en el mismo horario, el film británico Everyone’s Going to Die, que, teniendo como eje el encuentro entre una chica slacker y un cansado asesino a sueldo, también fue parte de la edición 2013 del Festival de Mar del Plata.
“Figura que consiste en hacer patentes en el discurso, por medio de varias metáforas consecutivas, un sentido recto y otro figurado, ambos completos, a fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente.” Así define el término alegoría el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española. Término de raíz griega, la alegoría refiere a un modo de representación al que, por lo visto, la cultura de ese origen sigue siendo fiel. Recuérdese: Colmillo narraba el encierro al que un pater familiae sometía a los miembros de su clan, que no llegaban a enterarse de la existencia de un mundo externo a ellos. Por más que de a ratos adoptaran conductas de animales raros, los protagonistas de Attenberg no dejaban de ser personas reconocibles, en una ciudad no del todo reconocible. Una de las potencias de la alegoría, cuando no es obvia, es la de permitir construir mundos que se organizan con una lógica propia y autónoma. En esto basa todo su mecanismo –y todo su encanto– El eterno retorno de Antonis Paraskevas, ópera prima de la ateniense Elina Psikou.
Una cuatro por cuatro llega a un paraje alejado, un paraíso para pocos. El chofer estaciona junto a un edificio de líneas modernísimas, abre el baúl y de allí baja un hombre con sus equipajes, cajas y vituallas. Este se despide e ingresa al imponente edificio inteligente, que resulta ser un hotel cinco estrellas del que será, por unos días, único hospedado. El hombre (Christos Stergioglou, el barbado padre padrone de Colmillo) y el hotel son sendas cifras. El hombre, de la más absoluta soledad y aislamiento. El hotel, de aquello que fue hasta ayer nomás, y ya no es. El lobby monumental, la enorme cocina, los interminables pasillos, el lujoso restorán, las espaciosas habitaciones: todo ello flamante, funcionalísimo e impecable, pero en desuso. No es difícil ver en ese monumento a Grecia misma, una suerte de ruina moderna, de Partenón kitsch, como revelan ciertas espantosas imitaciones contemporáneas de la Grecia antigua.
Lo que da valor al film escrito y dirigido por Psikou es que no hace falta ver en él una cifra para que el edificio cobre sentido dramático: de por sí lo tiene. Tan empequeñecido como Buster Keaton a bordo del transatlántico de El navegante, este hombre ceñudo e hirsuto repite rituales serios y silenciosos. Espejo de la falta de proporción, come fideos con ketchup (siempre, en todas las comidas), mientras asiste, en grabaciones, a las clases de gastronomía molecular –ese engendro que aspira a hacer de la alimentación humana una rama de la química– que un chef francés imparte por televisión. Pronto se verá que el mundo que encierra esa pantalla es aquél del que Paraskevas viene huyendo. Y no conviene contar más. Mucho menos el final. Cierre de una alegoría que, como todas las que valen la pena, no clausura su sentido, sino que lo abre al misterio.
En la alusión más explícita del film, Antonis Paraskevas anuncia, desde un viejo video de la época en que trabajaba como conductor de noticieros, el ingreso de Grecia a la Zona Euro. Esa misma de la que la Europa más poderosa, con Angela Merkel a la cabeza, amenazaba con expulsarla, en el momento mismo en que Elina Psikou rodaba El eterno retorno de Antonis Paraskevas. “El es lo que otros piensan que es”, afirma la realizadora. “Un día es una estrella, el máximo ídolo, el hombre del año, y al siguiente cae en bancarrota, es irrelevante y está al borde de un ataque de nervios. Un poco lo mismo pasa con Grecia: un día somos la cuna de la democracia y el lugar de nacimiento de la filosofía y al siguiente un pozo de corrupción, de basura y vagancia. Mi país todavía no decidió qué quiere ser. Y, peor aún, está pendiente de la mirada de los otros.”
La mirada: la del hombre caído en desgracia, frente al televisor que le muestra primero la falsa emoción del recuerdo, enseguida la pulverización que genera el olvido. La mirada de Christos Stergioglou, ganador de uno de los tres premios que el film se llevó de la edición 2013 del Festival de Tesalónica, que enfrenta la cámara como una oveja el matadero.
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