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Sábado, 2 de septiembre de 2006

TELEVISION › DAMIAN SZIFRON HABLA DE “HERMANOS Y DETECTIVES”

“No hay que subestimar a la TV, sino tratar de mejorarla”

En su nueva serie, que sale al aire el próximo miércoles, con Rodrigo de la Serna y Rodrigo Noya como protagonistas, el creador de Los simuladores vuelve a mezclar la comedia con el policial, pero “con más emoción, por la idea de juntar a dos hermanos”.

 Por Emanuel Respighi

Damián Szifrón logró lo que escasos guionistas y directores de televisión pudieron: hacer que su nombre sea una atracción por sí sola, tanto para los medios como para los televidentes, aun cuando su tarea se limita al detrás de cámaras. A partir del éxito cosechado en su debut televisivo con las dos temporadas de Los simuladores, el muchacho que apenas supera los treinta genera un interés que incluso trasciende el de los protagonistas de su nuevo programa, Rodrigo de la Serna y Rodrigo Noya. Muy a pesar suyo, por estos días tanto el público como las promociones en pantalla se refieren al inminente estreno de Hermanos y detectives (desde el próximo miércoles al término de Montecristo, por Telefé) no como “el programa de De la Serna y Noya”, sino como el ciclo “del creador de Los simuladores” o, para los más entendidos, “la nueva serie de Szifrón”. Un merecido reconocimiento a quien mejor parece haber combinado popularidad y prestigio en la pantalla chica.

Superada la espera obligada por las estrategias implementadas por los programadores en un contexto de encarnizada pelea por el rating, finalmente Hermanos y detectives sale a escena. Manteniendo el registro policial-humorístico que supo trabajar con delicadeza de orfebre en Los simuladores y también en El fondo del mar y Tiempo de valientes en la pantalla grande, la nueva serie se centra en las aventuras de Franco, un policía de limitada inteligencia que, a raíz de la muerte de su padre, se entera de que tiene un hermano, Lorenzo, de 11 años y coeficiente intelectual superior a la media de su edad. El ciclo hará foco tanto en la relación que se entabla entre los hermanos, como en la resolución de los casos policiales que se abrirán y cerrarán en cada envío.

Aunque el programa lleva el sello ineludible que Szifrón les imprime a sus trabajos, Hermanos... no se trata de una idea original del creador de Los simuladores. “En realidad, el ideólogo del ciclo es Patricio Vega, que colaboró conmigo en la autoría de Los simuladores”, le cuenta el director a Página/12. “En un principio –prosigue–, la idea era que yo fuera el productor y que, en todo caso, dirigiera el primer episodio para sentar las bases de la estética y el color de los personajes. Pero poco a poco, trabajar con los Rodrigos me capturó totalmente y no tuve retorno: me entusiasmé tanto con el programa como cuando hice Los simuladores.”

–¿Eso le sucedió porque no puede delegar o porque la vocación por filmar puede más?

–Sí, acá delegué más que en Los simuladores. Lo que pasa es que yo no soy un productor de TV como pueden ser Suar o Tinelli. No es lo que sé hacer ni lo que me gusta ni lo que disfruto. No me hace feliz tener muchos programas al aire. Lo que me gusta es hacer los programas, imaginar sus mundos, filmarlos, contar historias... Esa es la frecuencia en la que me siento más libre. Yo no subestimo la TV, sino que trato de mejorarla. Hay mucho trabajo por hacer. Es muy poderoso el alcance que tiene. El problema era que me daba vértigo volver a sumergirme en un ritmo de trabajo diario durante tantos meses y suspender el proyecto de cine. Pero una vez que arranqué no pude parar. Pero no por no querer delegar, sino por las ganas de hacer y el placer de hacerlo. Fue mucho menos estresante que Los simuladores.

–¿Por qué?

–Tuvimos más tiempo para trabajar y ya conocían mi forma de dirigir. No hubo rivalidades de ningún tipo con el canal: Telefé fue supergeneroso en cuanto a horas de rodaje y recursos.

–Es que aún conserva el crédito que le abrió Los simuladores, un programa que al canal le dio réditos de audiencia y comerciales, al punto de que va por su quinta repetición al aire...

–En ningún punto el problema de la TV es el presupuesto. De hecho, la industria gasta mucha plata en tener pagos a artistas que, incluso, no están en pantalla con el solo fin de que no se lo lleve la competencia...En todos los canales hay muchos actores, productores, directores pagos que no hacen ningún proyecto. Los recursos económicos y humanos para hacer buenos programas están disponibles, lo que pasa es que hay que encauzar toda esa energía de una manera adecuada. La TV es también un medio de expresión enriquecedor.

–¿A qué se refiere?

–Hay muchos directores que reniegan de la TV pero no sé bien por qué: hay cosas muy malas en TV, de la misma forma que las hay en el cine. Cosas buenas y malas hay en los dos universos. En el cine hay muchas presiones también: la película virgen sale muy cara, el presupuesto es ajustado, se trata de un país con una cinematografía chica... No creo que haya menos presiones. La intersección que se dio entre un medio y otro en los últimos años borró las fronteras. Spielberg, Coppola, Cameron hacen TV... No soy de los que piensan que hay muy buen cine argentino y muy mala televisión.

–Pero usted es un privilegiado: no cualquier director tiene la posibilidad de trabajar un capítulo durante dos semanas en la TV actual...

–Sí, pero no pasa por ahí. No es que con dos semanas cualquiera hace un proyecto. Es el mismo argumento falaz que se tiene de muchas superproducciones de Hollywood, ese que dice que “cualquiera hace una buena película con 100 millones de dólares...” Y es mucho más complicado hacer una película con 100 millones de dólares que con 200 mil. Manejar un presupuesto de magnitud es una responsabilidad inmensa que cae sobre las espaldas de un director. Se han hecho grandes catástrofes con muchísimo tiempo y plata. La gran falencia que yo veo es el guión. Se trata de la zona menos trabajada y más menospreciada de todas. Hay cierta habilidad para dirigir y narrar visualmente algo, pero no así en los guiones, que son el corazón de cualquier obra en el que lo narrativo es importante. En los guiones está la falla, no en el presupuesto ni en los tiempos.

–¿El televidente va a reconocer en Hermanos... cosas de Los simuladores?

–No temáticamente, pero hay un tono, una visión del mundo que se va a hacer patente. Hay ciertas ideas que sí: el tema de la Justicia, que los protagonistas son medio héroes... Hermanos... tiene más emoción que Los simuladores, incluso desde la idea de juntar a dos hermanos. Mientras en Los simuladores estaban los clientes por un lado y los héroes por otro, acá no hay dos bandos: sólo están los hermanos resolviendo un homicidio por capítulo. La historia se concentra en la relación entre los hermanos, no tiene el vuelo fantástico de Los simuladores, que aparecían de la nada, resolvían el problema y se iba. Aquí sabés quiénes son, dónde viven, qué es lo que les pasa. Hay más cotidianidad. Me gustaba la idea de trabajar con un chico como protagonista y, además, alejarme del festival de la imaginación que hice en Los simuladores, para transitar un mismo mundo a lo largo de toda la serie. Aquí los personajes son más reales. En Hermanos... está presente cierto melodrama que no se encontraba en Los simuladores.

–¿O sea que Hermanos... es menos idealista que la esencia de Los simuladores?

–Es un programa que habla de nosotros. Además de resolver los casos, los hermanos tienen que luchar contra las cuestiones burocráticas y la corrupción dentro de la institución policial. No es un mundo fantástico ni ideal. Es un mundo real al que llega una personalidad extraordinaria como es la de un niño prodigio, que tiene una inocencia y una forma de pensar única, y que conserva la visión romántica de lo que es una investigación policial. Lorenzo piensa en términos de justicia, en resolver un crimen, en que la familia del muerto quede en paz y le fascina esa tarea investigativa. En el ciclo se va a contraponer el mundo infantil con el adulto: mientras a Lorenzo le fascina ese mundo, Franco sólo ve la investigación como un cumplimiento de su tarea.

–Vuelve a trabajar sobre temas como la justicia, los héroes y la imposición del bien sobre el mal, como en Los simuladores. ¿Cuánto hay de usted mismo en sus universos ficcionales?

–Mucho, mucho... Creo mucho en la Justicia y en que las cosas puedan cambiar. Espero que en algunos años no me crea un optimista cuando era joven. Genera tanto placer hacer las cosas bien que siento que se contagia. Cuando eso empieza a prender tiene que ir mejorando todo, no hay vuelta. En ese sentido, las historias son metáforas de cómo cada creador percibe que la vida es, podría o debería ser. Lo que pasa es que hay mucho que te juega en contra en esta sociedad competitiva. Peleás contra fantasmas muy poderosos. Igualmente, soy consciente de que este programa no va a cambiar las cosas por sí solo. La TV actual es un ámbito muy poco cálido para crear: todo es éxito o fracaso. Por suerte, Hermanos... se grabó casi enteramente antes de que salga al aire, sin estar condicionado por la publicidad, el rating, la competencia y los horarios. Es una jungla. Igualmente, hacen faltan más ideas y proyectos que vuelvan habitual la idea de que la gente que está en el poder y maneja el presupuesto preste atención a este tipo de expresiones.

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“No soy un productor de TV como pueden ser Suar o Tinelli, no es lo que sé hacer ni lo que me gusta.”
 
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