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Viernes, 16 de octubre de 2015

TELEVISION › GUSTAVO SANTAOLALLA Y QHAPAQ NAÑ, DESANDANDO EL CAMINO

“Mi intención es motivar a que vayan a esos lugares”

El reconocido músico y productor aceptó la propuesta del ministro de Turismo para ponerse al frente del documental en cuatro episodios sobre el tramo argentino del Camino del Inca, que comienza en Mendoza y atraviesa siete provincias.

 Por Oscar Ranzani

Algunas personas suelen pensar exclusivamente en Perú cuando se habla de un viaje para conocer el Camino del Inca. Pero en realidad, el Qhapaq Ñan (en idioma quechua: Camino del Rey o Camino del Inca) recorre parte de seis países de Sudamérica: la Argentina, Chile, Colombia, Bolivia, Ecuador y el mencionado Perú. Y sólo en tierra argentina atraviesa siete provincias: Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy. El Qhapaq Ñan fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 2014, más precisamente en la categoría “Itinerario cultural, seriado y transnacional”. Todos los cientos de kilómetros que comprende la parte del camino en la Argentina los recorrió el prestigioso productor, compositor y músico Gustavo Santaolalla, un poco a la manera de los chasquis, los corredores que entrenó la nación Inca para atravesar el camino y llevar los mensajes de lado a lado. Pero los chasquis eran también transmisores de conocimiento. Y Santaolalla obra en ese sentido como una suerte de “chasqui” en Qhapaq Ñan, desandando el Camino, documental de cuatro episodios que se estrena hoy a las 21 por Canal Encuentro y el martes a las 19.30 se emitirá por la Televisión Pública (ver aparte).

Con la idea de fomentar la difusión y conocimiento del Qhapaq Ñan, el Consejo Federal de Turismo y el Ministerio de Turismo de la Nación financiaron la concreción de este documental. Y Santaolalla no sólo se encargó de hablar con las personas que conoció a largo del extenso recorrido, formado por increíbles paisajes, y de compartir rituales y comidas autóctonas, entre otras actividades, sino también de la música y de la producción. La dirección de los cuatro episodios de esta serie documental fue de Andrés Cuervo. En diálogo telefónico con Página/12, el ganador de dos Oscar por las bandas sonoras de Secreto en la montaña (Ang Lee) y Babel (Alejandro González Iñárritu), recuerda que el ministro de Turismo de la Nación, Enrique Meyer, le comentó: “Tengo algo que me parece que serías perfecto para hacerlo”. Y Santaolalla agrega que “ahí surgió” y que también espera, en algún momento, poder hacer un trabajo similar sobre la Ruta 40. “De hecho, tramos del Qhapaq Ñan son la Ruta 40. Los incas no eran ningunos tontos y, para ir de un lugar a otro, en algunas partes el mejor tramo era ese. Y hoy en día se sigue utilizando, pero ahora es una ruta”.

–Usted muchas veces estuvo vinculado a través de la música con el tema de la identidad. ¿Cree que es una identidad negada sistemáticamente la de los pueblos originarios? ¿Cómo lo notó al hablar con ellos para este documental?

–Obviamente, es un proyecto que engancha con toda una corriente que está detrás de toda mi carrera, que es lo que usted dice. Y aparte, en lo personal, más de cerca, porque es algo que hacía mucho tiempo que tenía ganas de concretar. De hecho, terminamos parte del recorrido cruzando a Bolivia y llegando hasta la Puerta del Sol de Tiahuanaco, donde hay dos imágenes de tapas de dos discos de Arco Iris. Está la tapa de Inti-Raymi y la de Sudamérica. Estuve en tantos lados en el mundo y en este lugar nunca había podido. Entonces, es un proyecto que estaba muy cercano a lo que soy. Desde De Ushuaia a La Quiaca que pensaba cuándo iba tener otra oportunidad de hacer un viaje por nuestro país. Obviamente, el Qhapaq Ñan me dio la excusa perfecta para hacerlo. Y parte de lo que se busca en la serie es precisamente rescatar el tema de los pueblos originarios, no solamente en el sentido de esas identidades que han sido olvidadas y negadas durante tanto tiempo, sino también tratar de entender un poco más cuál es esa particular visión tan diferente a la nuestra que ellos tienen del tiempo y del espacio. Tienen una manera de acercarse a la naturaleza, que también la serie trata de mostrar: el poder que tiene el planeta y cómo los pueblos originarios tienen una forma tan distinta de acercarse a la naturaleza, que a nosotros se nos hace difícil por nuestra cultura urbana.

–¿Por qué la idea fue recorrer el camino de sur a norte?

–La serie se llama Qhapaq Ñan: desandando el camino. Y “desandando” es justamente porque empezamos donde termina este sendero vial andino: Mendoza. Mucha gente piensa que el Camino del Inca era la parte que unía Machu Picchu con el lago Titicaca y, en realidad, es un camino que va desde el Cuzco para el norte hasta Colombia y por el sur entra en Chile, pero también entra en la Argentina y llega hasta Mendoza, pasando por siete provincias. Y me gustaba la idea de desandar el camino. Me parecía que tenía que ver también con el momento de mi vida, de haber pasado ya los 60 años. Muchas veces hemos hablado con León Gieco el concepto de desandar. Tiene que ver con volver y repasar un poco tu vida, tus cosas, y mirarlas desde otra perspectiva: la que te da el lugar donde estás ahora, el lugar adonde llegaste. Entonces, nos daba algo interesante.

–¿Y cómo fue el comienzo en Mendoza?

–En un sitio arqueológico llamado Ranchillos. Comenzamos de la mano de una comunidad Huarpe, la comunidad Guaytamari, cuya líder es Claudia Herrera. Ella nos hablaba de que a ellos les cortaban la lengua para que el idioma se terminara, para que perdieran totalmente su identidad. Claudia y la comunidad Guaytamari me regalaron una pluma de cóndor, que es el ave sagrada para ellos. Tenía un hilito rojo y me pidieron que toda la gente con la que yo me encontrara y con la que me conectara le fuera agregando un nudito a la pluma. Y así lo fuimos haciendo, porque no sólo estuvimos con huarpes sino también con diaguitas, quilmes, collas y también con criollos de las zonas. Todos iban agregando su hilo y finalmente cruzamos la frontera a Bolivia, y tuve el honor de poder entregarle esa pluma con todo el cabo cubierto de hilo a alguien que yo considero que es un gran referente de la historia de los pueblos originarios: Evo Morales. Fue muy lindo, muy cálido y fue una cosa que se dio, no estaba en el plan. De hecho, es interesante ver también cómo se dio lo de la serie, porque yo tenía claro que quería buscar un lenguaje diferente, no quería hacer un magazine. No porque tenga algo en contra de los magazines, porque hay algunos que están muy bien hechos. Pero no quería hacer la del tipo que se para en la pirámide y dice: “Aquí está la pirámide”. Ni quería hacer una cosa pedagógica en la que das un montón de datos, y el público termina de ver el programa y no se acuerda de nada. Mi intención era poder hacer algo sensorial: que te metas dentro del asunto y que, cuando termine la serie, sientas una necesidad de ir a esos lugares, que te sientas motivado para ir.

–Justamente, antes que entrevistar a personas parece haberse propuesto hablar de igual a igual con ellas, porque no se nota la típica distancia entrevistador-entrevistado. ¿Esto fue algo pensado de antemano o se dio así en las charlas?

–Yo no quería tener un protagonismo sino fundirme con las personas que íbamos conociendo y con los paisajes. Y, obviamente, que yo le sirviera al espectador como ese tipo que anda por ahí cruzándose con gente y expuesto a estos lugares naturales, pero sin tener un protagonismo. Entonces, buscar ese lenguaje nos llevó un tiempo. Sabíamos lo que no queríamos hacer, pero teníamos que encontrarle la vuelta. Y finalmente llegamos a algo que a nosotros nos satisface mucho. Nos gusta mucho el timing que tiene y que te mueve a una cosa más interna, una mirada más adentro que lleva a preguntarte cómo es tu conexión con el planeta, con la Tierra.

–¿Se puede hacer una analogía entre su función con la de los chasquis? Usted también está transmitiendo, de algún modo, un conocimiento.

–Claro, a mí me encanta el personaje del chasqui. Eran los tipos que llevaban los mensajes de un lugar a otro y que eran, de alguna manera, constructores de puentes. Y lo que he tratado de hacer con la serie fue un poco eso. En el primer capítulo se habla de eso: el hijo de Claudia es un tipo que corrió desde la Argentina hasta Panamá porque ellos hacen unos encuentros anuales de chasquis. Y ellos llevan información de un lugar al otro, pero es una información mucho más profunda que simplemente un pedazo de data.

–¿Este recorrido le trajo recuerdos de aquella maravillosa aventura que plasmó con León Gieco en el disco De Ushuaia a La Quiaca?

–Por supuesto. Tiene una recurrencia con De Ushuaia a La Quiaca. Es también una continuidad, de manera distinta, porque acá no se ha puesto tanto el acento en buscar a los músicos o música, sino que más que nada fue una cosa relacionada con la naturaleza y con la gente. Pero tiene muchos nexos con el proyecto de León. Y siempre está presente. De hecho, siempre queremos seguir haciéndolo, tratamos de inventarnos proyectos que tengan que ver con viajar, y seguir conociendo y mostrando nuestro país. Así que es una cosa que reverbera este proyecto.

–¿Le resultó cansador el rodaje?

–Fueron casi dos meses distribuidos en dos años. Demandaba esfuerzo, pero cansador no, porque son cosas que te reconfortan de tal manera que la energía te sale no sabés de dónde. Y eso que hemos andado en lugares de altura. Me llevo muy bien con la altura. No tuve ninguna incidencia, pero hubo gente que se iba cayendo porque anduvimos por muchos lugares a más de 4 mil metros de altura.

–Y de todo lo recorrido, ¿cuál fue el lugar que más le impresionó y por qué?

–Fueron varios. Sería difícil y necio decir “este u otro lugar”. Hay sitios arqueológicos como el Shinkal, que es un lugar que ha estado intervenido, pero es maravilloso. Invito a toda la gente a que vaya a visitarlo. Pero también está el Pucará de Aconquija, que es un lugar totalmente salvaje y es una construcción impresionante, donde no hay ni una piedra que haya movido una persona. Esos son lugares arqueológicos. Pero también podría mencionar el Cañón del Ocre, un lugar también espectacular. O ver, estar y navegar en el lago Titicaca fue una experiencia alucinante. Y los carnavales. Toda mi vida soñé con estar en los carnavales del norte y nunca había podido hacerlo. Pude estar en el desentierro, en el entierro y en el disfrute del carnaval en distintas circunstancias, porque estuve en fiestas populares con centenares de gente, pero también en celebraciones de carnaval muy pequeñas de una familia.

–¿Cree que en la actualidad no hay una reivindicación suficiente del legado histórico estas civilizaciones?

–Es algo que se va ganando de a poco, con el tiempo. Siento que en los últimos diez, quince años, de a poco se ha ido sabiendo y conociendo mucho más, y poniendo mucho más en la mesa la problemática de lo que son los pueblos originarios, de lo que significa lo hermoso que traen, hasta toda la herencia que tienen de haber sido olvidados y de muchas cosas que necesitan. Con los huarpes, por ejemplo, estuvimos en un lugar que eran terrenos que el gobierno les cedió. Hemos estado en esos lugares, pero también en otros donde todavía están buscando o teniendo problemas entre ellos. Por ejemplo, estuvimos en la comunidad de los quilmes y hay un lío en este momento entre dos sectores de la tribu, y una persona que no es perteneciente a la tribu pero que ha estado muy involucrada en el negocio de los quilmes. Y es una disputa seria y muy brava. Entonces, es una cuestión que necesita quizá más atención de la que le estamos poniendo. De todas maneras, siento que se ha avanzado una barbaridad en relación a la época en que yo era chico. Desde mis años en Arco Iris hasta ahora, estamos en otro lugar.

–¿La música del documental corresponde exclusivamente a su último álbum solista, Camino, o también compuso especialmente para el ciclo?

–También compuse especialmente y utilicé fragmentos de música que había hecho para un proyecto sobre el Tíbet. Encontré que reverberaba, que eran cosas que tenían que ver. Era un proyecto en el que parte de esa música ocurría también a más de 4 mil metros de altura. Utilicé fragmentos de eso, de Camino y también hice piezas para la serie.

–Usted, que ha trabajado en la relación entre la música y la cultura originaria, ¿tuvo un nuevo aprendizaje a partir de esta experiencia? ¿Le surgieron ideas para hacer, por ejemplo, un disco con canciones que le hayan inspirado estos lugares?

–Una de las cosas que me surgieron tiene que ver con una idea que tengo plasmada pero que todavía no empecé: tiene que ver con los sonidos ambientes de los lugares. En la filmación, además de los diálogos, se graba el sonido ambiente. Y sobre todo en estos lugares donde estábamos, en los que había, por ejemplo, un concierto de coyuyos. En el Shinkal tuvimos ese concierto de coyuyos impresionante. También uno de grillos en Mendoza, o sonidos de agua corriendo. Entonces, tengo un banco increíble de sonido ambiente, que es también como una parte folklórica pero más profunda, diría. Realmente son los sonidos mismos de la Tierra y tengo una idea de hacer un proyecto con eso. Pero una de las joyitas que me encontré en el camino fue en un lugar que se llama Santa Rosa de Tastil: allí encontré las piedras sonoras de Tastil. Tienen una sonoridad increíble, no solamente al golpearlas sino también al rozarlas. Al pasarles la mano y acariciarlas, las piedras suenan. Hay piedras con todas las tonalidades. Y con eso ya hice algo para la serie en uno de los capítulos.

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