TELEVISION › EDUCANDO A NINA, LA NUEVA FICCIóN DE UNDERGROUND
La tira que se emite de lunes a jueves por Telefe cuenta con un guión ajustado, elemento central para soltar la risa. A pesar de alguna sobrecarga en las actuaciones, la serie toma efectivamente el viejo recurso de las identidades cambiadas. Y funciona.
La comedia no depende únicamente de contar con un guión ajustado y con ritmo, aunque es claro que aquellas ficciones del género que atrapan al público se valen de libros a tono. Una de las claves para que una obra que se propone hacer reír lo logre es que cuente con intérpretes capaces de aportarle a las situaciones pergeñadas por el o los autores su propia impronta. Es en el maridaje de lo que escribe el autor y la interpretación de los actores y actrices lo que termina haciendo reír, o no, a los televidentes. La armonía de esa sociedad parece ser el fuerte de Educando a Nina, la comedia que Telefe emite de lunes a jueves a las 21.30. Ficción de personajes, tal el sello que Underground aplica a sus programas familiares, el programa que se acaba de estrenar es una comedia hecha y derecha, sin otra pretensión que provocar la risa (o al menos una mueca) en aquellos que están del otro lado.
La telecomedia es uno de esos géneros al que no se le suele respetar su pureza. Por lo general, en la Argentina las comedias están cruzadas “necesariamente” con alguna historia de amor. A excepción de los viejos y queridos programa de sketches, hoy casi extintos de la pantalla. La rica experiencia de la industria local en la telenovela contamina “de amor” al resto de los géneros, ya sean dramas o comedias. Educando a Nina no escapa a ese reflejo autóctono, pero tiene la saludable particularidad de que la historia de amor no aplasta al objetivo de hacer reír, de entretener. Un fin que la comedia no tiene ninguna pretensión –mucho menos vergüenza– de ocultar. Educando a Nina entra dentro de ese subgénero de comedia familiar, con todas las características imaginadas, pero con ciertos detalles que la vuelven eficaz a la hora de entretener en tiempos de dificultades económicas y sociales. No es poco, al punto tal que los televidentes parecen haberla elegido en estas primeras semanas, en las que Educando... es el primero o segundo programa más visto del día en la TV argentina.
Escrita por Ernesto Korovsky (Graduados, Son amores, Viudas e hijos del rock and roll), Educando a Nina es una comedia de enredos, motorizada principalmente por el viejo truco de un personaje que tiene que hacerse pasar por otro. En este caso, la que debe lidiar con los pesares de su propia vida –y con los de un otra por la que fue contratada por su parecido físico– es Nina, una corista de un grupo de cumbia, desprejuiciada y frontal. El problema de Nina es que tiene que simular ser Mara, una mujer que se encuentra en las antípodas de su personalidad: adinerada y consentida, su alter ego al que le presta el cuerpo es intolerable. Con Mara detenida en España por un problema de drogas, el padre (Juan Leyrado) decide contratar a Nina para mantener las apariencias propias de la alta sociedad, y que así nadie se entere de la situación por la que atraviesa su hija. En esa locura psicológica que le produce hacer que sus familiares y amigos no se enteren de que durante buena parte de su día se hace pasar por alguien que no es, e interpretar a Mara en un ambiente que le es lejano y hostil, Nina cuenta con la complicidad del público para atravesar todo tipo de situaciones confusas, grotescas y extrañas.
En la trama familiar de Educando a Nina conviven dos mundos muy distintos entre sí, que sólo pueden ser posibles de conectar por esa relación contractual y económica que llevó a Nina a aceptar hacerse pasar por Mara, hasta que la cheta recupere la libertad. Por un lado está el universo genuino de Nina, que no es otro que el del conventillo en el que viven todos los miembros de la banda de cumbia de El Bicho, que además de ser el cantante es su mujeriego novio. En esa gran casona deambulan personajes de todo tipo: desde su amiga y filosa corista (Jorgelina Aruzzi) hasta la suegra de Nina y manager de la banda (Verónica Llinás), tan intolerante como despreciable. La exagerada tonada cordobesa que se despliega en toda la casa, sin embargo, suele amenazar el golpe de efecto que provoca un disruptivo recurso narrativo del que se vale la ficción, quebrando su registro: el duelo de chistes y expresiones picarescas en los que se trenzan los personajes de Aruzzi y Llinás. A veces, menos es más.
En el otro universo, donde la callejera Nina se pone en la piel de la consentida Mara, todo es diferente. Allí, entre las fiestas electrónicas y los glamorosos restaurantes, Nina se esfuerza en aparentar ser alguien que no es. Contratada por el padre de Mara y un asesor cómplice de la editorial (un ajustado Diego Ramos), Nina debe lidiar con la dificultad de ser sapo de otro pozo, pero sin que -además- ni la mejor amiga (Vicky Almeida) ni el novio (Rafael Ferro) reconozcan su falsa identidad. Lo que era un simple trabajo temporal que la iba a hacer ganar mucha plata se complica ante el retraso en la resolución de la situación judicial de Mara en España y la atracción que Nina empieza a sentir por Renzo (Esteban Lamothe), su supuesto cuñado, que acaba de despertar de un coma en el que estuvo dormido durante dos años.
Educando a Nina mantiene la estética moderna que impregna a las ficciones de Underground, en un registro actoral que está un tono elevado al del naturalismo más cercano a las comedias costumbristas. Los variopintos personajes que conforman la ficción, tan atractivos como proclives a que su acumulada sobreactuación se convierta en un elemento disfuncional al hilo narrativo, tienen en Griselda Siciliani a una actriz ante la posibilidad de consagrarse como comediante, en su doble rol de Nina y de Mara. Su practicidad y frescura para hacerse lugar en el género, que había despuntado en papeles secundarios en ficciones como Sin código o Viudas e hijos del rock and roll, encontró en el doble protagonismo que le toca interpretar en Educando a Nina al mayor desafío actoral de su carrera. Un reto para el que la actriz demuestra contar con recursos suficientes para estar a la altura de una comedia que descansa principalmente en la gracia de sus composiciones.
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