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Miércoles, 21 de septiembre de 2005

TELEVISION › “CRIMINAL”, UNA FICCION MONTADA SOBRE LA SEGURIDAD

Peligroso antihéroe urbano

Criminal pretende ser un retrato de vicios y excesos colectivos pero se convierte en una ficción ideológica bajo la doctrina proseguridad, con simpatía por la justicia por mano propia.

 Por Julián Gorodischer

Alejandro Ruiz, interpretado por Diego Peretti, es después de todo el oyente perfecto de Radio Diez: maneja un remise, está todo el día en la calle, lleva la tan mentada banderita patria que la emisora repartió el 25 de Mayo pasado, forma parte de un clan bien constituido y –claro– ha sido fichado por dos malvivientes que recorren los barrios con total impunidad, sin que se vea un solo control policial, asustando a los que huyen al caer el sol de una ciudad como en estado de sitio.
Alejandro Ruiz, alias el remisero, es de ese modo el protagonista de la primera ficción puramente ideológica de la pantalla chica modelo 2005: un unitario llamado Criminal que nació, tal vez, para cargar las tintas sobre el discurso del porteño promedio y –según expresaba Peretti antes del estreno– hasta para meterle algo de ironía a la página policial. Lo que se ve es otra cosa: un discurso compacto, sin fisuras, alineado en la doctrina proseguridad, un sorprendente alegato a favor de la justicia por mano propia que pretendió emular el hartazgo de Un día de furia (Joel Schumacher), pero –sin otro punto de vista que el del vengador anónimo, sin humor ni doble sentido, sin parodia– es finalmente la ficción que encarna el discurso ideológico de Canal 9, para completar la arenga radial que prefieren los taxistas porteños.
Como ficción pretendidamente testimonial, Criminal fija su punto de vista en su personaje central, remisero promedio, amigote y buen hijo, parte de un familión que vive ensamblado bajo el mismo techo, allí en el barrio que de pronto se ha visto amenazado por negritos. Los buenos (la familia Ruiz, la fiscal, hasta el mismo remise) son todos blanquísimos, en ese contraste tan fácil que el unitario establece entre la asepsia y la mancha. El delincuente que hace la salidera y pega el tiro, después, al que creía único testigo del hecho (el padre de Alejandro, Ulises Dumont) es morocho y malísimo, bailantero perdido, canchero para componer un cuadro de polaridades que es el único motor narrativo de una trama armada según clichés. El blanquito de Criminal quería asumir los rasgos del héroe negativo (según decía recientemente Peretti en una entrevista con Página/12) pero la narración fijada en su único punto de vista deja al personaje más pegado que paródico, más un promotor de la justicia por mano propia que un crítico de sus métodos.
El justiciero reúne todas las claves del discurso empático: concreta fácilmente su objetivo (pega el tiro al negrito en la bailanta, escucha el consejo paterno de que “hay que fusilarlos a todos en Plaza de Mayo”), se entrega a la causa como un último recurso frente al retroceso institucional y planea otras intervenciones de superhéroe urbano como ajusticiar a un violador de menores (según se vio en el anticipo del segundo envío).
Por su parte, la fiscal, a cargo de Inés Estévez, el contrapunto del remisero, sigue los pasos de la ley, marcada por un repertorio inacabable de rasgos negativos (es mala madre, divorciada, descuida a su hijo por exceso de trabajo, trata mal a todo el mundo y no llega a tiempo para evitar el crimen).
Así las cosas, Criminal, un supuesto reflejo del porteño típico, con sus vicios y excesos, un pretendido testimonio de lo que no se debería hacer (ajusticiar) es en verdad –con su estilo tipo monólogo, su único punto de vista empático, su catálogo de banderitas, familiares caídos, delincuentes al acecho y blancos sufridos– el más descarado panfleto proseguridad visto hasta ahora, tan enfático que ni Blumberg hubiera imaginado jamás, ideado bajo la imaginería de El Azote que sobrevendrá, más discriminador (oponiendo colores de piel y asignando la bailanta al hábitat natural del desviado) que aquella vieja tapa de la revista La Primera (cuando era propiedad de Daniel Hadad) sobre “La invasión silenciosa” de bolitas y paraguayos. Criminal recupera la fuente que nutrió a Los Simuladores (también con Peretti) pero le cambia el signo: si allí la justicia parapolicial se forjaba de acuerdo a los pasos de la experiencia artística(inspiración, creatividad y puesta en escena más simbólica que perjudicial), la del flamante unitario contradice todo lo anterior, ideando una revancha más visceral que artificial, sin desdoblamiento irónico, apenas como la descarga que se conoce como emoción violenta, tan hedionda como una vomitada, finalmente una defensa sin filtro del ojo por ojo, diente por diente.

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Peretti, el remisero. Estévez, la fiscal.
 
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