Viernes, 28 de diciembre de 2007 | Hoy
TELEVISION › UN AÑO EN QUE LA PANTALLA CHICA OFRECIO MAS DECEPCIONES QUE MOTIVOS DE ORGULLO
Fue, sin dudas, una temporada en la que abundaron los esperpentos, la celebración de la nada encarnada en realities, el vacío periodístico, las manipulaciones de horario y los conflictos. Pero no todo resultó tan negro: en algunos títulos selectos, la TV argentina demostró que, cuando se lo propone, puede dar a luz programas de calidad, por fuera de las coordenadas habituales.
Por Emanuel Respighi
¿Por dónde comenzar el balance televisivo de un año tan pobre como el que se termina? ¿Haciendo un repaso por la enorme cantidad de ciclos, estrategias y cuestiones extratelevisivas que signaron una temporada que de tan poco estimulante se hace imposible olvidarla? ¿O, en cambio, agudizando la mente para detenerse en aquellos programas que no por escasos corroboraron que, cuando se lo propone, la TV argentina conforma propuestas de alto nivel artístico, que incluso trascienden los límites de la pantalla? Se elija uno u otro camino, en términos generales la TV de 2007 dejó sabor a poco, mostrando su peor cara en muchos años, producto de los tejes y manejes que impusieron las vacuas y escandalosas ediciones de Gran Hermano y de Bailando y Patinando por un sueño. Fue el año en que la ficción y los periodísticos sucumbieron a la sombra de los peores gérmenes catódicos surgidos en el último tiempo: el reality show y el seudoperiodismo del escándalo.
El 2007 será recordado por los televidentes como el año en el que la lógica del escándalo invadió la pantalla las 24 horas, con Gran Hermano y ShowMatch como banderas de la TV basura que devoró infinidad de horas televisivas a pura vulgaridad. El programa de Marcelo Tinelli, subido al carro de vedettes dispuestas a todo y chimenteros carroñeros, puso en evidencia el statu quo televisivo: todo por el rating, nada por el público. Así, el ciclo más visto del año no dudó en exprimir primeros planos allí donde la “casualidad” o el “accidente” hacia su presencia fuera en el pecho al aire de Graciela Alfano, en el topless rociado de champagne de Nazarena Vélez o en la infinidad de caídas (con repeticiones inmediatas puestas al aire, claro) de quienes arriesgaron su vida por la popularidad que brinda un plano al lado de Marce.
Pero la mejor muestra de que el reality show es el género más fugaz de todos los que conviven en la pantalla chica, por el hastío que tarde o temprano generan, fue el dispar rendimiento en audiencia que tuvieron las tres ediciones de Gran Hermano. Los millones de votos y el pico de audiencia de más de 50 puntos de la primera edición del año del reality de Telefé terminó con un impresentable (evidentemente se podía tocar más fondo) Gran Hermano VIP en el medio, con una nueva generación de participantes que –por suerte– nadie recuerda, ya no por la fama pasajera que da el ciclo, sino porque simplemente el público le dio la espalda desde el principio. Cíclica incluso dentro de una misma temporada, la TV no tardó en hacerse eco del éxito con propuestas menos impactantes pero más dignas como El circo de los famosos, Aquí podemos hacerlo o Coronados de gloria.
Pero sin duda la peor cara del reality ’07 fue la perversidad con la que sus mentores manejaron el mapa mediático, haciendo visible las líneas de alianzas entre amigos y enemigos que signan una pantalla chica que estuvo más autorreferencial que nunca. Diferentes a elecciones pasadas, los comicios presidenciales que llevaron por primera vez en la historia argentina a una mujer a la Casa Rosada lejos estuvieron de constituirse en eje de la agenda periodística, eclipsada por los pormenores de Gran Hermano o Bailando..., Cantando... y/o Patinando por un sueño. Incluso cubiertos bajo el eufemismo de “fenómenos sociales”, los noticieros concedieron destacados lugares a los reality shows. No hay duda de que, en este aspecto, la TV local dio evidentes pasos para atrás en materia de calidad y contenidos, ante la (in)acción del Comfer, limitada a las “multas” discursivas.
El atípico año para la TV local tuvo su correspondencia en la casi nula presencia de las ficciones, que dejaron de ser vectores de programación para pasar a estar a merced de los realities. Los malos rendimientos de Hechizada y El capo, dos propuestas fuertes de Telefé, relegaron al género a un puñado de propuestas que pudieron sortear la locura del rating y tuvieron cierta aceptación del público, fundamentalmente en el 13 con Mujeres de nadie (que logró recuperar la primera tarde), Mujeres asesinas y Son de Fierro. Fue tanto el hastío del público con la TV realityzada que hasta Lalola –una comedia bien realizada y moderna, pero con un endeble guión– se convirtió en algo más que una opción para los televidentes, al punto de que le sirvió a América para pasar al 9 en el rating. La adaptación de Los cuentos de Fontanarrosa y el ciclo de ficción histórica Cara a cara, ambos en el 7, no sólo le devolvieron al canal estatal la ficción sino también la posibilidad de contar con importantes figuras.
Claro que el negro panorama de la ficción no termina en lo que el público pudo ver. El conflicto que desde fines de noviembre enfrenta a la Asociación Argentina de Actores (AAA) con la Cámara Argentina de Productoras Independientes de Televisión (Capit) y la Asociación de Telerradiodifusoras Argentinas (ATA) puso a la luz pública la tensión que signa la relación de los actores con los productores por la distribución del ingreso de la TV. Con acusaciones cruzadas, solicitadas de una y otra parte, trabajo a convenio de actores, cierre de productoras y el levantamiento de todas las ficciones nacionales de la pantalla local, el público fue rehén de una disputa que ya lleva más de un mes y que pese al anuncio de un acuerdo todavía se encuentra estancada en alguna oficina del Ministerio de Trabajo.
Pero, fiel reflejo de la historia argentina –hay quienes sostienen que, para saber cómo es la gente de un país apenas se llega a ese lugar lo primero que hay que hacer es encender el televisor y sintonizar algún canal local–, también fue el año en el que la TV hizo surgir de sus propias cenizas propuestas que demuestran que otra pantalla es posible. Sin duda, en el hecho más destacado del año, no sólo por el riesgo que arrastraba la propuesta para Telefé en términos de rating sino también por haber instalado definitivamente en los hogares el siniestro funcionamiento de la dictadura militar y los centros clandestinos de detención, Televisión x la Identidad fue una de esas gratas sorpresas. El programa, que pareció ser un paso más al iniciado el año pasado con Montecristo, combinó calidad, rating y compromiso social con una llamativa eficacia.
El merecido homenaje a las Abuelas de Plaza de Mayo, sin embargo, no fue la única iniciativa de rasgo social de la TV comercial de 2007. El seguimiento a adolescentes del interior del país en la realización de cuentos presentados para el concurso anual del Ministerio de Educación, plasmado en Cuentos Cardinales por la productora de Juan José Campanella, fue otra buena señal, ya que un ciclo básicamente documental logró atrapar a la audiencia con historias tan argentinas como ausentes de los medios masivos. El especial de ficción de la Fundación Huésped, Reparaciones, volvió a subrayar una vez más que existe público para las ficciones de temáticas, cuya relación con la realidad se extiende más allá del costumbrismo de una familia de clase de media, con personajes más o menos pintorescos, más o menos delirantes. De lo bueno en ficción hubo poco, pero lo que sobrevivió –vale decirlo– fue superlativo.
Entre otra de esas grietas que se abrieron este año en la pantalla chica, no se puede soslayar el regreso de la TV cultural y/o educativa a la TV privada. Con mayor o menor grado de efectividad, a los fines pedagógicos, Telefé se dio el gusto de incluir en su programación dos propuestas impensadas como lo fueron El gen argentino y Ver para leer. El programa en el que se eligió al argentino que más nos representa (o el más grande, nunca quedó demasiado claro), fue un interesante primer paso –casi experimental– para que en el prime time se pueda discutir sobre la historia del país y sus personalidades más destacadas. Y el simpático ciclo de Juan Sasturain mostró credenciales acerca de que es posible la convivencia de libros y televisión, sin mesa, helechos y silencios de por medio. No es poco.
La TV pública mostró –con más intenciones que iniciativas concretas– la recuperación del lugar que debe ocupar en la sociedad, con propuestas que combinaron el servicio, la identidad y el entretenimiento. A Los cuentos de Fontanarrosa y la incorporación de las transmisiones de la NBA y la Champions League a su grilla, se le sumó su programa estrella: Peter Capusotto y sus videos. De colección para el melómano, imperdible para quienes desean ejercitar la carcajada, los delirios de la dupla Diego Capusotto-Pedro Saborido calaron hondo en los televidentes. Y, por supuesto, en la programación del canal, que desde la semana entrante transmitirá el ciclo diariamente.
Con el estreno de Zapping como espacio de contrarrespuesta burda de Telefé a Televisión Registrada, 2007 dejó, también, la convicción de que el programa producido por Diego Gvirtz es uno de los ciclos más logrados del último tiempo. Sin alcanzar aún status de clásico, probablemente por los continuos cambios de horario y pantalla que tuvo desde su creación, TVR es el mejor programa periodístico de la TV argentina. Una pantalla que en el año que se va mostró amenazantes señales de vulgaridad y espíritu mercantilista, pero que también dio muestras de que la TV vernácula puede trascender sus ambiciosos fines comerciales. Hay un público que lo desea. Sólo es cuestión de girar el sentido de la cámara.
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