Sábado, 21 de junio de 2008 | Hoy
VIDEO › PASIóN SUICIDA, DIRIGIDA POR EL CROATA GORAN DUKIC
Basada en un cuento del israelí Etgart Keret, la película acompaña a su protagonista después de la muerte, y lo que encuentra es algo más gris y rutinario que la vida misma. Algo de Kaurismäki, otro poco de Jarmusch, con Tom Waits como yapa.
Por Horacio Bernades
Avisado de la aparatosa cursilería que tomárselo en serio habría entrañado, casi siempre que el cine representó la vida después de la muerte lo hizo más como parodia que como fábula moralizante. Clásicos como El diablo dijo no (Lubitsch, 1943) y Escalera al cielo (Powell & Pressburger, 1946), y no tan clásicos como Un Fausto moderno (Donen, 1967), subrayaron, con decorados dignos de Liberace, el carácter artificioso del asunto. Recién editada en DVD por el sello Gativideo, Pasión suicida imagina, por el contrario, un más allá más gris, rutinario y abandonado que el pobre más acá. Un más allá slacker, para utilizar el término con el que se define a cierta clase de jóvenes desmotivados. Jóvenes que hasta cuando se suicidan lo hacen sin demasiadas ganas. Como el protagonista de esta película.
De título mucho más provocativo que el que su edición local le depara, Wristcutters: A Love Story (trad. lit.: Cortadores de muñecas: Una historia de amor), parece haberse cocinado, muy en sintonía con su temática, en un limbo trasnacional. Basada en un cuento del israelí Etgart Keret y dirigida por el croata Goran Dukic, el elenco, mayoritariamente estadounidense, está encabezado por Patrick Fugit (uno de los miembros de la banda de Casi famosos) y la belleza hawaiana Shannyn Sossamon, además de contar con alguna sorpresa que ya se verá. En la secuencia de créditos, Zia (Fugit, de expresión casi keatoniana) limpia meticulosamente su departamento. Cuando termina, va hasta el lavatorio y se corta las venas. “Después de matarme conseguí trabajo en un lugar llamado Kamikaze Pizza”, informa en off Zia, que no puede olvidar a su novia. Es lógico: por ella está ahí.
Debe haber pocas cosas más desalentadoras que este más allá del suicida. Como dice alguien en algún momento, “es igual que lo de antes, pero más abandonado”. Un planeta de rutas solitarias, casas derruidas, autos destartalados y un sillón viejo que alguien dejó tirado al costado del camino. En el camino, Zia se junta con un rocker ruso bastante bruto, cuya familia entera se ha suicidado, y una chica que viaja a dedo y quiere volver a toda costa al lugar de donde vino (Sossamon). ¿A dónde van, en el chatarrero auto del ruso? A la busca de Desirée, la novia de Zia, que según alguien le comentó siguió sus pasos después de su muerte.
La banda del rocker ruso suena a Tom Waits, tamizado por los Leningrad Cowboys. Según la gacetilla, se trata de la banda gitana-punk (¡) Gogol Bordello. Por las dudas, allí está el propio Waits, interviniendo en el último tercio de película como una especie de duende ronco, que guía a nuestros héroes hasta el campamento de cierto sospechosísimo gurú (el especialista en perversos Will Arnett).
La cita a los Leningrad Cowboys no es casual: Wristcutters es algo así como un Kaurismäki slacker (¿kaurislacker?). Un Jarmusch croata-israelí. Un Wes Anderson en el que todo exceso excéntrico ha sido cuidadosamente sofocado.
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