Sábado, 30 de agosto de 2008 | Hoy
VIDEO › LA DESAPARICIóN DE DEAUVILLE, CON CHRISTOPHE LAMBERT
Lo que proporciona la película escrita, dirigida y protagonizada por la francesa Sophie Marceau es la clase de goce, tal vez ingenuo y sin duda anacrónico, que alguna vez se identificó como cinefilia, antes de que el término se pusiera demasiado serio.
Por Horacio Bernades
Si se tiene en cuenta que fueron los franceses los primeros en anunciar, hace más de medio siglo, que Alfred Hitchcock era un gran cineasta, no debería extrañar que una paráfrasis hitchcockiana en gran escala, que lleva por título La desaparición de Deauville, tenga ese mismo origen. Lo raro es, en tal caso, que ese operativo de cinefilia a destiempo haya sido encabezado por uno de los nombres más rutilantes del star system francófono, insospechable, hasta ahora, de esta clase de vicios chicos. Estrella precoz, actriz menos que módica, ex villana Bond de rompe y raja (su personaje de El mundo no basta llevaba el envidiable nombre de Elektra King), cuarentona sumamente atractiva al día de hoy, Sophie Marceau no sólo actuó en La desaparición de Deauville sino que además la dirigió, interviniendo en la escritura del guión. Por lo cual no parece aventurado calificar a La desaparición de Deauville –que el sello Gativideo acaba de lanzar en DVD– de verdadero film d’auteur, para decirlo en el idioma que corresponde.
Como el propio Hitchcock enseñó, cine de autor y entretenimiento no son categorías que deban agarrarse a patadas. Y no parece haber en La disparue de Deauville otra intención que no sea la de divertirse y divertir, apelando para ello a la más desmelenada de las ficciones. La cosa es más o menos así: un detective a quien la muerte de su esposa dejó arrastrándose por el piso (Christophe Lambert, resucitado del submundo de la clase B, C y hasta Z) es citado por una mujer misteriosa (la propia Marceau, con una peluca digna de la pin-up Betty Page) en un señorial hotel de localidad balnearia, para investigar la evaporación y presunta muerte del dueño. Allí el detective ingresará en un laberinto de espejos, en el que todo puede ser posible. Sobre todo lo imposible: que el muerto no haya muerto, que la mujer misteriosa no sea el fantasma que parece ser, que una célebre star fallecida a comienzos de los ’70 haya dejado una hija idéntica, que el hijo del dueño del hotel no haya sido concebido por su madre sino por la amante del padre...
Tan llena de vueltas como las molduras del Hotel Riviera, el peligro que enfrenta un artificio como La desaparición de Deauville es –para poner dos ejemplos consecutivos del género “comedia policial subhitchcockiana de los ’60”– no resultar liviana y disfrutable como Charada, sino pesada y retorcida como Arabesque. Implantando motivos de Vértigo (el detective necrófilo, la mujer doble, la conspiración mortuoria, travellings circulares que refrendan eclosiones románticas) en un marco natural propio de Para atrapar al ladrón, Marceau hace equilibrio al borde de ese desfiladero con una impensada combinación de soltura, elegancia, buen humor, placer narrativo y el suficiente rigor como para que todas las piezas del rompecabezas encajen y el espectador no presente una demanda por estafa. Lo que proporciona La desaparición de Deauville es la clase de goce, tal vez ingenuo y sin duda anacrónico, que alguna vez se identificó como cinefilia, antes de que el término se pusiera demasiado serio.
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