Sábado, 4 de octubre de 2008 | Hoy
VIDEO › SPIDER Y CUERPOS INVADIDOS, DE DAVID CRONENBERG
Dos inéditos del director canadiense llegan a los videoclubes en forma casi simultánea. Mutaciones físicas y psicológicas, obsesiones progresivas y miedos que regresan se suceden en un mundo en donde la razón y la locura no se oponen.
Por Horacio Bernades
Por uno de esos azares de la distribución, no una sino dos películas inéditas de David Cronenberg llegan a videoclubes en forma casi simultánea. El sello Emerald acaba de editar Spider, que participó de la competencia oficial de Cannes en 2002, pero jamás se estrenó aquí. Antes de fin de mes, AVH hará lo propio con Videodrome, clásico de 1982 que tampoco llegó nunca a las salas, aunque sí había conocido una tardía edición en VHS. Y que se lanzará con el mismo título que tuvo en su momento en VHS, y que bien podría servir de acápite general para la obra entera del autor: Cuerpos invadidos.
Allí, James Woods es Max Renn, ejecutivo de televisión especializado en pornoviolencia, que en busca de un salto hacia algo más extremo da con un canal clandestino, que emite lo que daría toda la impresión de ser snuff. De existencia incierta, las snuff movies son películas en las que, según las suposiciones, se cometen torturas y crímenes reales. Obsesionado con el asunto –de lo cual da fe la relación sexual que mantiene con una locutora de radio interpretada por una Debbie Harry morocha, lo suficientemente masoca como para quemarse ella misma los pechos con cigarrillos encendidos–, Renn viaja hasta Pittsburgh, desde donde llegan las ondas del canal. Allí termina enredado con extrañas sectas clandestinas, que aúnan el culto de lo catódico con el de lo que denominan “Nueva Carne”, que representaría una definitiva (y literal) fusión de lo humano con la imagen electrónica. O eso es tal vez lo que Renn alucina, ya que a partir de determinado momento se le hace imposible distinguir (y a nosotros, con él) lo real de lo delirado.
En la obra de Cronenberg lo monstruoso, que en una primera etapa aflora de la forma más cárnea y rosácea, a partir de determinado momento tiende a internalizarse, trocando lo físico-orgánico por lo mental-psicológico. Spider representa la más clara muestra de esta mutación, palabra clave cuando de Cronenberg se trata. Basada en una novela del británico Douglas McGrath y protagonizada por un elenco íntegramente de ese origen, con Ralph Fiennes en el protagónico, Spider está narrada desde el punto de vista de un paciente esquizofrénico, a quien acaban de dar de alta en un centro de salud mental. Alojado en una sórdida pensión, no muy apegado a la higiene personal y con un viejo sobretodo que jamás se saca de encima, el tipo, a quien su madre de chico llamaba Spider, es, como el Max Renn de Cuerpos invadidos, un obsesivo, que no puede dejar de recordar su infancia, marcada por un acontecimiento terrible. La única diferencia entre ambos –más allá de la vaginada casetera que se le abre a Renn en pleno vientre, así como el modo en que su mano termina convertida en pistola de carne– es que mientras el ejecutivo de televisión se vuelve loco como producto de su enfermiza obsesión, la locura es para Spider el único modo de huir de aquello que lo tortura.
Torturas de látigo y máscaras de cuero, como en Cuerpos invadidos; torturas de la mente, como en Spider: poner una película al lado de otra es constatar el modo en que en la obra del autor de Scanners y M. Butterfly las mutaciones de la apariencia esconden continuidades profundas. En Cronenberg, lo aparente no disimula lo real. Al contrario: lo expresa. Máscara y rostro como dos caras de la moneda. Razón y locura no se oponen. Una se difumina en otra, y tal vez no haya prueba más palpable que la que ofrecen Cuerpos invadidos y Spider. Física y mental, pura interioridad exteriorizada, tan paranoica como ellas, Festín desnudo tal vez sea el más perfecto puente entre una y otra. No por nada está ubicada justo a medio camino, separada de ambas por una década exacta.
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