Sábado, 11 de octubre de 2008 | Hoy
VIDEO › SILVER CITY, DE JOHN SAYLES, CON CHRIS COOPER Y RICHARD DREYFUSS
Premiada por la Political Film Society, la película del director de Hombres armados cruza sátira con film noir y desenreda una maraña de mentiras políticas, chanchullos, dobles discursos, explotación racial y manos sucias en plena campaña electoral.
Por Horacio Bernades
Fishy se le dice en inglés a lo que huele mal, y debe haber pocas cosas más fishies (término que refiere al aroma del pescado) que tirar el anzuelo y sacar un cadáver. Es lo que le sucede a un no muy confiable candidato a gobernador durante la grabación de un comercial de campaña de pretensiones ecologistas, cuando tira la caña sobre las plácidas aguas de un lago. Con esa pesca indeseada comienza Silver City, cruce de sátira política con film noir, que su director John Sayles presentó en su momento en los festivales de Toronto y San Sebastián. Actuada por un elenco rebosante de grandes nombres, el sello AVH acaba de lanzarla en DVD en la Argentina, manteniendo el título original.
Tal vez uno de los últimos sostenedores de una idea del cine como pariente directo de la novela, nada más característico de John Sayles que los amplios frescos corales, con los que apunta a practicar una anatomía del sistema. Sí, la otra idea añeja a la que el realizador de Escrito en el agua y Hombres armados sigue adhiriendo es la del cine como herramienta para conocer la sociedad. Y tal vez hasta cambiarla. No es casual que Silver City haya sido premiada, tres años atrás, con el galardón que todos los años concede la así llamada Political Film Society. Teniendo en cuenta la escena con que la película empieza, no es raro que tirando de la línea se desenrede una maraña de mentiras políticas, emprendimientos-chanchullo, dobles discursos, explotación racial y manos sucias. La paciente construcción de complejas redes narrativas es la especialidad de Sayles, que anteriormente puso en escena un duro enfrentamiento laboral en los Estados Unidos de comienzos del siglo XX (Matewan, 1987), reconstruyó el famoso “escándalo de Chicago” (Eight Men Out, 1988) y radiografió el día a día de una comunidad de clase media-baja de Nueva Jersey (City of Hope, 1991). Además de incursionar, con Lone Star (1995), en lo que podría llamarse “western de izquierda”.
En su condición de topógrafo social, Sayles llega ahora hasta el estado de Colorado, donde Dickie Pilager (Chris Cooper, veterano de las huestes del director) se candidatea para gobernador. El apellido lo dice todo: en inglés, pillager (apenas una ele más) quiere decir “saqueador”. Incapaz de hilar con coherencia una palabra detrás de otra, Dickie es el títere de un notorio político de derecha de la zona (¿algún parecido con un eminente político actual, tal vez?). Defiende abiertamente la pena de muerte y, menos abiertamente, los intereses de un superpoderoso grupo económico (¿alguna alusión al escándalo de Halliburton, quizás?). Convencido de que alguien tiró el cadáver al lago para perjudicar a Pilager, su jefe de campaña, Chuck Raven (Richard Dreyfuss), encarga una investigación al detective privado Danny O’Brien (Danny Huston). Ex periodista comprometido, su antiguo editor (Tim Roth) y una colega y ex novia (María Bello) ponen a O’Brien tras los pasos de un lobbista (Billy Zane) y de un constructor inmobiliario. Estrechamente relacionados con Pilager, los negocios de ambos se sostienen sobre la explotación de inmigrantes ilegales, la apropiación de tierras y la contaminación ambiental.
Las ambiciones de Sayles son, como puede verse, desbordantes. Hasta el punto de que el formato más adecuado para Silver City tal vez hubiera sido, antes que una película de dos horas, el de una serie de documentales. Intentando comprimir enormes cantidades de información en cada diálogo, a Sayles no se le hace fácil dominar la proliferación temática y dramática que él mismo puso en juego. Por otra parte, el carácter de “película de campaña” –Silver City se estrenó durante la anterior elección presidencial estadounidense– la pone en ocasiones al borde de la obviedad mensajística. Es allí donde la aparición de personajes tan poco “representativos” como la oveja negra de la familia Pilager (que Daryl Hannah compone como una suerte de pre-Paris Hilton, fumadísima y disoluta) ayuda a descomprimir un poco la presión temática, poniéndole pausa al peligro de panfleto.
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