Sábado, 18 de abril de 2009 | Hoy
VIDEO › ASESINO POR NATURALEZA, DE STUART GORDON
El autor de Re-Animator viene mostrándose más propenso a lo que podrían llamarse “cuentos macabro-morales” que al terror más desaforado que le dio popularidad. Esa línea se inauguró con Asesino por naturaleza, editada ahora por LK-Tel.
Por Horacio Bernades
El nombre de Stuart Gordon está ligado a fuego con su ópera prima, Re-Animator (1985), una de las cimas del gore más salvaje y autoparódico. De allí en más, aun con logros no siempre parejos, este nativo de Chicago siempre prefirió manejarse en los márgenes de Hollywood, logrando no pasteurizar su ánimo épatant. Ultimamente, con películas como Edmond (exhibida en el Festival de Mar del Plata y editada en DVD) y su más reciente Stuck (inédita, por el momento), Gordon viene mostrándose más propenso a lo que podrían llamarse “cuentos macabro-morales” que a aquellas variantes del terror más desaforado que le dieron popularidad. Esa línea parece haberse inaugurado con King of the Ants, basada en una novela y estrenada en 2003. Acaba de editarla LK-Tel, traduciéndola libremente como Asesino por naturaleza.
En todo este último ciclo gordoniano, personajes de lo más normales son irreversiblemente arrastrados del otro lado del espejo, donde los aguarda la versión más oscura de sí mismos. Es lo que le sucede al protagonista de Asesino por naturaleza, que, contradiciendo el título local, no lo es por naturaleza, sino que aprende a serlo. Muchacho ingenuo y sin rumbo, sobrevive pintando casas, y no lo hace muy bien.
Ni eso ni, por lo visto, ninguna otra cosa. De esa normalidad algo abombada lo arranca un gordo bastante pesado (excelente George Wendt, casi un doble de John Goodman), que trabaja para un empresario, más pesado aún (como su hermano Alec, Daniel Baldwin parece mejorar con la edad). El empresario le encarga seguir a un tipo, después asesinarlo, y ya se sabe que cuando se transa con el mal hay algo que se pierde.
Variante del mito de Fausto, Asesino por naturaleza se desarrolla magníficamente durante su primera mitad. Una de las grandes especialidades de Gordon es el modo en que sabe derivar las cosas hacia la pesadilla, en crescendos salvajes y teñidos de humor negro, como bien lo demuestran las posteriores Edmond y Stuck. Especialidad confirmada durante esa primera mitad, que termina con una encerrona tan asfixiante como un mal sueño. Pero a la encerrona le sucede el escape, a la pesadilla el sueño realizado, al mal sueño un vulgar cuento de venganza.
Se pierden las extrañas resonancias fantásticas que latían durante toda la primera parte, y todo se vuelve tan mecánico como una peliculita de acción cualquiera. Faltaba decir algo: Stuart Gordon es un realizador desparejo, que a veces parece perder el rumbo. Como aquí.
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