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Sábado, 4 de marzo de 2006

VIDEO › MAÑANA, EL VOLUMEN 3 DE CHAPLIN EN DVD

Las joyas de Carlitos

El último volumen del DVD que Página/12 ofrece a sus lectores combina trabajos para la productora Essanay y Mutual, donde Chaplin terminó de forjar el personaje que pasó a la historia.

Entra a escena con su paso de pingüino, se acomoda el sombrero, apoya su peso sobre el bastón de bambú, pela simpáticamente una banana, la come de un bocado, tira la cáscara al suelo y un segundo más tarde... cae de espaldas al resbalar con lo que él mismo había arrojado. Ese es Carlitos –también conocido como Charlot, o simplemente Chaplin–, icono del cine mudo, genio y mito al mismo tiempo. En su tercera y última entrega –con la edición de mañana– de la colección Chaplin, Página/12 invita a disfrutar de tres nuevos cortos, auténticas joyas de la cinematografía.

La escena forma parte de Carlitos en la playa, uno de los cortos incluidos en el DVD, que se completa con Carlitos en el teatro y Carlitos en la calle de la paz. Los dos primeros datan de 1915 y fueron escritos y dirigidos por Chaplin durante el año en el que trabajó en los estudios Essanay. Si bien fue con su ingreso en la productora Mutual cuando comenzó a ampliarse su fama –con doce comedias realizadas entre 1916 y 1917 que lo colocaron entre las estrellas más populares del cine mudo, entre las que se encuentra Carlitos en la calle de la paz (1917)–, el período de Chaplin en la Essanay Film Manufacturing Company es fundamental para comprender su desarrollo como artista. Fue allí donde el hasta entonces simple actor de Mack Sennett (para la productora Keystone) se convirtió en su propio autor y director, en films con tramas más elaboradas, con duración de dos rollos, en los que combinó la slapstick comedy con toques más románticos y melancólicos y un guión meticulosamente estructurado y ensayado. En este período Chaplin creó al vagabundo de sombrero hongo, bastón, pantalones anchos, chaqueta estrecha y zapatones, que hoy es un clásico. Tal vez el atuendo más famoso del cine, creado “casi al azar” –como él confesaría–, juntando distintas prendas “como lo haría un vagabundo real”.

Es ese Carlitos de enormes zapatos y movimientos pingüinescos el que se llevará literalmente a las patadas con un hombre de pronunciado bigote en Carlitos en la playa, cuando el viento costero se burle de ellos generando un gran revuelo con sus sombreros. Con movimientos perfectamente coreografiados, los sombreritos de hongo volarán en las direcciones más ridículas y convertirán a sus respectivos dueños en dos payasos, que no lograrán dominar ni a sus propios cuerpos. Ante la falta de fuerza, Carlitos siempre recurre a la astucia, venciendo tanto al flacucho como al más grandote. Carlitos también es un romántico, un tímido e inseguro galán que intenta conquistar siempre a la dama que es casada –su compañera de siempre, Edna Purviance–, cuyo marido tiene el tamaño de un gigante. No podía faltar tampoco, como en toda comedia de gags, el efecto de “torta en la cara”, heredero de los films de bañistas y policías de Sennett, basados en corridas, gesticulaciones exageradas, palos y peleas con tartas de crema. Así, en Carlitos en la playa los protagonistas que discuten mientras toman un helado terminan incrustando los cucuruchos, como no podía ser de otra manera, sobre el heladero que reclamaba su paga. Y el astuto Carlitos, que parece torpe pero logra zafarse de más de un puño y una patada, terminará en un gran enredo, perseguido por los dos bigotudos, y todo por hacerse el gran galán que ha olvidado un mandamiento: “No desearás la mujer de tu prójimo”.

Basada en A Night in an English Music Hall –el acto más popular de la Compañía de Pantomima de Fred Kerno, que llevó a Chaplin a Estados Unidos en 1910 por su éxito–, Carlitos en el teatro recoge la tradición del teatro de variedades para reírse de ella: ante la mediocridad de los números teatrales, dos integrantes del público serán los encargados de hacer que la audiencia (la de la pantalla y también la que esté en casa) se descostille de risa. Una perlita que permite ver a Chaplin en dos personajes: un dandy de pelo engominado que flirtea con su compañera de asiento y un borracho que casi no puede mantenerse en pie, más cercano al payaso de circo. El primero, sentado en la platea entre la alta burguesía, deberá desplumar el sombrero de una señora almidonada para poder ver el espectáculo. El segundo, ubicado en el balcón al lado del populacho, que lo alienta a tirar frutas al escenario. Ambos arruinarán el show para crear uno nuevo, arrojando pasteles, enredándose con las víboras del encantador de serpientes y ahogando el número del tragafuegos con la manguera de auxilio de los bomberos.

Por último, Carlitos en la calle de la paz muestra a un Charlot que desea ser policía y debe poner orden donde reina la anarquía. Una vez más, vencerá no por la fuerza sino por astucia o por casualidad, mostrándose ahora más sensible que pillo. El film de 1917 revela algunos cambios en los modos de narrar: la música acompaña la acción creando diferentes climas y se escuchan los gritos, golpes y silbidos de los personajes y hasta una risita aguda del mismo Chaplin. Una joyita del cine mudo que puede, al igual que las anteriores, disfrutarse por la aparente inocencia del gag chaplinesco y a su vez leerse ácidamente, como una dura crítica al mundo burgués, ingeniada nada menos que por quien luego fue creador de las inolvidables Tiempos modernos y El gran dictador.

Informe: Alina Mazzaferro.

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