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La última de Steven Soderbergh es una de las mejores cosas que haya producido en años el cine industrial. Cine de género, pero de cruce de géneros. A una pesadísima agente secreta, ex marine, le encargan rescatar a un periodista chino secuestrado, a quien por alguna razón dos tipos poderosos quieren vivo. De allí en más es el juego de traiciones, dobles juegos y paranoias que caracterizan al espionaje post-Bourne. Pero como el papel de la protagonista lo hace Gia Carano, que es campeona de artes marciales, hay lluvia de trompadas y patadas en puerta. Pero sin abusar. Soderbergh las reduce a tres o cuatro grandes escenas, que filma de cuerpo entero y en tiempo real, dándole al asunto una fisicidad tan infrecuente como excitante.
Sí, La traición mejor que El puerto. A todas las virtudes de su cine (humor lacónico, grandes elipsis visuales y narrativas, soterrada empatía con los personajes), la última de Aki Kaurismäki le suma aflojadas tan inesperadas como la explicitez, la sensiblería y el buenintencionismo progre. En la ciudad norteña de Le Havre, un típico “dinosaurio” kaurismákico –un tipo empecinado en lustrar zapatos, cuando ya nadie se los lustra– da protección a un niño, inmigrante ilegal africano, a quien persigue la policía francesa. Al mismo tiempo, la mujer del tipo (Kati Outinen, el mayor ícono kaurismakiano vivo) enferma gravemente. Hay solidaridad entre los desposeídos, melodrama, inhumanidad del sistema y, claro, momentos de cine puro.
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