VIDEO › EVA, OPERA PRIMA DEL REALIZADOR ESPAÑOL KIKE MAILLO
Lo que podría entenderse como fantasía futurista de un cine español que muestra avances tecnológicos desemboca en un melodrama hecho y derecho: en un mundo lleno de androides y robots, al cabo lo que imperan son las pasiones bien humanas.
› Por Horacio Bernades
Lo más parecido a un robot que haya dado el cine español en toda su historia deben ser las muñecas de goma de No es bueno que el hombre esté solo (1973) y Tamaño natural (1976). De allí el carácter excéntrico de Eva, ópera prima del catalán Kike Maíllo, que el actual despegue técnico del cine ibérico habrá posibilitado. Junto al thriller sobrenatural Intrusos (J. C. Fresnadillo, 2011) y la superproducción-catástrofe Lo imposible (J. A. Bayona, 2013), Eva representa una de las avanzadas más notorias –en este caso, con participación francesa– en eso de ofrecer la clase de película española que el mundo no estaba esperando. Presentada en la edición 2011 del Festival de Venecia, en Argentina el sello AVH acaba de lanzarla en DVD.
Diez años después de que abandonara el proyecto en el que estaba embarcado, un laboratorio de robótica, ubicado en la zona más nevada de los Pirineos, trae de vuelta al ingeniero Alex Garel (el alemán Daniel Brühl, que en realidad no es alemán sino catalán) para “dar vida” finalmente a un niño androide. En ese futuro inminente, todo –diseños, autos, costumbres, vestimenta– es igual a ahora. Salvo una cosa: los robots son parte de la vida cotidiana. La de aquéllos relacionados con su investigación y desarrollo, al menos. Alex tiene un gato enteramente de metal (hasta el punto de que cada tanto hay que echarle un chorrito de antioxidante), pero que maúlla, ronronea, tira zarpazos y hasta se afila las uñas en los sillones (chapeau para los diseñadores). También está Max, mayordomo-androide para todo servicio que le envía la compañía (un titiritesco Lluís Homar, el cineasta ciego de Los abrazos rotos).
Hay, en verdad, un tercer robot dando vueltas por allí. Pero su naturaleza es el gran as en la manga que el guión (escrito a ocho manos) se guarda, para dar rienda suelta al melodrama. Porque más allá del futurismo próximo, los gadgets y autómatas de última generación, Eva es un melodrama hecho y derecho, que incluye hasta el motivo del regreso del héroe al pueblo natal, todo un tópico del cine español de los ’70 para acá. Pero sobre todo el del triángulo amoroso que resurge de sus cenizas. Triángulo integrado por Alex, su hermano David (Alberto Amman, el actor argentino, “villano” de Tesis sobre un homicidio) y Lana (la linda Marta Etura, en pleno ascenso en el cine español). Lana fue novia de Alex hasta que éste se fue, “cambiándolo” entonces por David. Por las miradas que le echa, está claro que nunca lo olvidó del todo. Como tampoco Alex. ¿Volverán a producir chispa esas cenizas?
Así como un tercer robot, hay también una cuarta integrante de ese triángulo. Y es un personaje clave, hasta el punto de darle nombre a la película. Eva es rubia, hermosa, superinteligente y avispadísima. Es a ella a quien Alex elige como “modelo”, para insuflarle al niño de metal su “memoria emocional”, clave ética del asunto. El problema es que Eva no sólo es hija de Lana, sino que tiene diez años. El mismo lapso transcurrido desde la partida de Alex. Eva no llama papá a David. Le dice David, como si no lo fuera. Pero falta, como se dijo, una sorpresa mayor, que terminará derribando no sólo las ideas preconcebidas acerca de robots y de hombres, sino la convicción de Alex de que es posible hacer de los robots seres libres. ¿Soñarán los androides con el rigor? Que sueñan es seguro: es con la ensoñación de uno de ellos que termina Eva.
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