Viernes, 22 de junio de 2007 | Hoy
VIDEO › LA TRILOGIA DE RAUL PERRONE
Fueron editados en DVD tres films de culto: Labios de churrasco, Graciadió y 5 pal’peso.
Por Horacio Bernades
“Ituzaingó, Buenos Aires, 1994”, anuncia un cartel impreso sobre la primera imagen de Labios de churrasco, y es como si desde siempre ese cartel hubiera estado esperando la edición en DVD, un siglo más tarde, de esa película y las que completan la llamada “Trilogía de Ituzaingó”. Editarlas hoy es como hacer un redescubrimiento arqueológico. Cuando Labios... se filmó no sólo no existía el fenómeno que revolucionó el cine argentino de la última década (el famoso Nuevo Cine Argentino), sino que esa misma revolución se vería anticipada en ella, tanto como en sus contemporáneas Rapado y Picado fino. En una preciosa cajita negra, que en letras y garabatos reproduce parte de un guión tachado, sobreescrito y recontracorregido, el sello 791 Cine acaba de editar, con el título de La Trilogía, la que componen Labios de churrasco, Graciadió y 5 pal’ peso (así, con el apóstrofe corrido de lugar). Trilogía que convertiría a su director, Raúl Perrone, en patriarca y referente de buena parte del cine argentino posterior.
Distribuida por Gativideo y disponible en todos los videoclubes, la cajita, tan exquisita como todas las de 791 Cine, incluye un lindo booklet, pero no rebosa de extras. El boo-klet trae fotos de Perrone & Co. at work e incluye artículos de Fernando Martín Peña, Hernán Guerschuny, Javier Porta Fouz y Diego Lerer. Entre los pocos extras, declaraciones del propio Perrone y testimonios de gente que trabajó con él, que aprecia su trabajo desde temprano (el crítico Alejandro Ricagno) y hasta de un “famoso”, como Gastón Pauls. Después, claro, lo que más importa: las películas. Películas que, como se sabe, Perrone (nacido el 5-2-52) filmó en video, por su cuenta y riesgo, con amigos y actores mechados, rodando sólo los sábados y en el radio de unas pocas callecitas a la redonda.
“Lo único que te pido, Diosito querido, virgencita de Luján, San Cayetano, Ceferino Namuncurá...”, reza Fabián Vena en el plano de apertura de Labios de churrasco, y allí la serie entera parece condensarse prematuramente. En primer lugar, por la deliberación estética que suponen la elección del blanco y negro y el primer plano del actor recortándose, a un costado del cuadro, sobre una calle de barrio, que la profundidad de campo hace extender al infinito. Adoptando el color en Graciadió (1997) y manteniéndose fiel a su uso en 5 pal’peso (1998), la cuidada elección de cada encuadre seguirá resultando visible a lo largo de la trilogía, con predominio de planos fijos y frontales en interiores y travellings de seguimiento en exteriores. Sobre todo, durante los largos y frecuentes vagabundeos que los personajes emprenden cuando están rayados o melancólicos, con la cámara tomándolos de frente. La presencia de la calle asoma también allí, en ese plano inicial de Labios de churrasco, y a lo largo de las tres irá armando una Ituzaingó de bares y pizzerías, de kioscos y videoclubes barriales, de árboles y cielos. Sobre todo cielos. Con lindas nubecitas, como las del mexicano Gabriel Figueroa.
Y después, las casitas con sus frentes de reja, jardines descuidados e interiores sencillos. Geografía barrial que sirve de marco a lo que podría caracterizarse como costumbrismo seco (en oposición al costumbrismo oficial argentino, que es húmedo y sensiblero). Pero que eventualmente, en giros del habla como aquél de Vena, en la apelación demasiado calculada al gag humorístico o en alguna escena infrecuente (el reencuentro entre lágrimas entre padre e hijo, en 5 pal’peso) se arrima peligrosamente a una versión aggiornada de Minguito Tinguitella. Más acusada la recurrencia al sketch en Graciadió, abusando de la cita pop y el guiño entre amigos en las dos primeras (conversaciones tarantinescas sobre los Simpson, James Bond y el chicle Bazooka; cameos de rockers como Iván Noble, Adrián Otero, Adrián Dargelos o el Ruso Verea), en el cierre de la trilogía el sistema aparece súbita, sorpresivamente depurado de modismos, lastres y tics.
Tanto el bello y sentido leit motiv al piano (gentileza del músico Martín Méndez) como la presencia de Tristessa, chica depre que compone magníficamente Valentina Bassi, anuncian, en 5 pal’peso, que Perrone no está ya para bromas (no para bromas tontas, al menos), que Ituzaingó ha devenido un mundo más completo, menos adolescentón. Mundo del que la muerte ya no será expulsada, anticipo tal vez del cierre de un ciclo y comienzo de otro. O de otros, habría que decir. Porque Perrone, ese que parece siempre el mismo, suele ser siempre otro, de película en película y de ciclo en ciclo.
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