“Yo me sentía como Travis Bickle, y sé que a Bobby (De Niro) y Paul (Schrader) les pasaba lo mismo. No nos costó nada identificarnos con él.” La afirmación, de labios de Martin Scorsese, no brilla precisamente por su corrección política. El personaje con el que, según admite, tanto él como el guionista y la estrella de Taxi Driver se habrían sentido identificados no es un bello y virtuoso héroe de Hollywood, sino un ex veterano de Vietnam, moralista, racista, misógino, neurótico y solitario, que, desencantado por un par de rebotes amorosos, desencadena una horrible masacre en un hotelucho neoyorquino. Es precisamente esa falta de corrección, el carácter del personaje y su perturbadora condición de héroe lo que hacen que Taxi Driver siga siendo, treinta años más tarde, una obra maestra de la revulsión cinematográfica. Quien tenga alguna duda, que vaya al videoclub más cercano y se alquile la edición de colección, en dos discos, que el sello LK-Tel puso en circulación el martes pasado, exactamente el mismo día de su lanzamiento en Estados Unidos. Edición que habrá que ir incluyendo, desde ya, en el top ten anual del video local.

Una verdadera catarata de extras, casi todos apretados en el segundo disco, contiene esta edición. Teniendo en cuenta las (malas) costumbres de las compañías locales, no deja de ser toda una noticia que la mayor parte de extras contenga la opción de subtitulado, quedando reservados para quienes entiendan inglés sólo los dos comentarios en audio (a cargo del guionista, Paul Schrader, y el crítico Robert Kolker) y la lectura del guión completo, que es otra de las opciones del menú de audio. Un documental de más de una hora de duración (realizado en 1999, para la primera edición de la película en DVD) y alrededor de una docena de pequeñas producciones recientes constituyen el cuerpo central de bonus. Se incluyen curiosidades tales como entrevistas a taxistas, que cuentan cómo vivieron lo que podría llamarse la Nueva York de Travis Bickle, una comparación fotográfica entre esa ciudad y la NY de hoy en día y hasta declaraciones de Edward Koch, que supo ser intendente de la Gran Manzana. Páginas del guión original y del story board (presentados junto a las escenas que esos cuadritos permitieron previsualizar), así como fragmentos de la partitura compuesta por el inmenso Bernard Herrmann (que murió antes del estreno) integran esta invalorable galería.

Entre quienes prestan testimonio no falta nadie. Además de Scorsese aparecen Paul Schrader, De Niro, Jodie Foster, Harvey Keitel y Cybill Shepherd, el director de fotografía Michael Chapman, el maquillador Dick Smith, los productores... Sólo se extraña a Caterina, mamá del realizador. Como de costumbre, Scorsese se destaca por su erudición y lucidez estética, Schrader elabora una brillante disquisición sobre el mito americano del heroísmo y la fama y Mr. Chapman sorprende, al citar como modelos a Godard y su director de fotografía, Raoul Coutard. Además de Godard, Fassbinder, Hitchcock, Bresson, John Ford, Camus, Sartre, Sam Peckinpah y hasta ciertas “películas de denuncia” del italiano Francesco Rosi (Salvatore Giuliano y Manos sobre la ciudad) son parte del heterogéneo abanico de referencias estéticas enumeradas por Scorsese & Co., a la hora de hablar sobre la construcción de historia y personaje. La cita clave parece ser, sin embargo, una bien distinta: la de Memorias del subsuelo, de Dostoievski, cuyo submundo humillado, resentido y a punto de estallar tal vez haya dado origen, mutatis mutandi, a cierto apocalipsis neoyorquino, destinado a clausurar para siempre los años ’70 en un hotelucho de mala muerte.