Sábado, 8 de marzo de 2008 | Hoy
VIDEO › DOCUMENTALES ARGENTINOS Y ESPAñOLES EN PRIMERA PERSONA
La edición de El cielo gira, de Mercedes Alvarez, y M, de Nicolás Prividera, permite reflexionar sobre la multiplicación de una tendencia del documental que tiene particular arraigo local.
Por Horacio Bernades
Si se hablara de géneros cinematográficos como se habla de carnes o granos, podría afirmarse que Argentina es el principal productor mundial de documentales en primera persona, tendencia tan reciente como creciente del cine contemporáneo. No es raro, entonces, que el video local se haya hecho eco, ofreciendo al día de hoy un excelso catálogo de exponentes del género. Ese corpus –en el que se contaban películas como Los rubios, La televisión y yo, Yo no sé qué me han hecho tus ojos, Fotografías y Hacer patria– recibe por estos días dos refuerzos de peso, con la edición de las notables El cielo gira, de la española Mercedes Alvarez (acaba de lanzarla Transeuropa) y M, del argentino Nicolás Prividera (la semana próxima la edita Gativideo). Buen momento para intentar una cartografía provisoria de este campo, uno de los más fructíferos del cine reciente.
Se lo quiera reconocer o no, el fundador del documental en primera persona es el inefable Michael Moore, con su ópera prima de 1989, Roger and Me (la editó AVH en DVD, con el título Roger y yo). El fundador oficial, al menos, ya que antes que él otros cineastas –el francés Claude Lanzmann en Shoah, el británico Nick Broomfield, el brasileño Eduardo Coutinho– habían empezado a incluirse, de cuerpo presente, en sus documentales. Pero en Roger y yo Moore daba un paso más y se convertía en protagonista de un documental, narrando una historia que lo tenía por personaje. Lo que hacía Moore allí era poner el foco sobre un asunto que lo tocaba bien de cerca (el cierre de una planta de la General Motors en su ciudad natal, cuya casi exclusiva fuente de trabajo era esa), tomar la bandera y salir él mismo, como caballero andante, a desfacer el entuerto, siendo la película la narración de esa experiencia personal.
Si se le quita el factor showman y se le borra el costado propagandístico/panfletario, es lo mismo que harán más tarde Albertina Carri en Los rubios (2003, la editó SBP), Sergio Wolf y Lorena Muñoz en Yo no sé qué me han hecho tus ojos (2003, Gativideo), Andrés Di Tella en La televisión y yo (2003, Cine Ojo/SBP) y Fotografías (2007, Cine Ojo/SBP) y David Blaustein en Hacer patria (2007, AVH). Tanto como Mercedes Alvarez y Nicolás Prividera, que narran respectivamente los últimos días de la aldea natal (Alvarez es la última persona nacida en el agonizante pueblito navarro de Aldealseñor) y la investigación personal sobre la madre, militante desaparecida en tiempos de la dictadura. En todos estos documentales, la asunción de la primera persona lleva acarreada la caída de otra prohibición que pesaba sobre el documental, como es la de la incorporación de ciertas técnicas ficcionales. Estas van del reconocimiento básico de que todo documental debe organizarse como relato, hasta la adopción de variadas y sofisticadas técnicas de representación.
En el momento en que se pone delante de cámara, el narrador pasa a ser personaje. Como tal, es inevitable que cumpla un determinado rol, que actúe, sea consciente de ello o no. Moore lo hace ostensiblemente y hasta impone una determinada vestimenta para su personaje, Di Tella no se ahorra ningún comentario y llega a disfrazarse (en Fotografías, durante su viaje a la India, también en busca de los rastros de su madre), Wolf y Prividera coinciden en calzarse el impermeable de detective y Carri se proyecta en una actriz que pasa a ser su alter ego. En El cielo gira y aunque no aparezca físicamente, Mercedes Alvarez sí lo hace abundantemente desde el relato en off, en el que le confía al espectador cada una de sus decisiones narrativas.
En estos documentales, la adopción de mecanismos propios de la ficción lleva a incluir actores (profesionales o no), ensayos exhaustivos, escenas recreadas, diversas técnicas de representación (los playmobil de Los rubios), aparentes digresiones (los documentales de Di Tella hacen de ello casi su motor narrativo), autorreflexiones (las vinculaciones entre cine, realidad y pintura que plantea la magistral El cielo gira). Subjetividad de subjetividades, hasta pueden incluirse sueños, extremo al que llega el herético Di Tella en Fotografías. En una película como Tarnation (Jonathan Caouette, 2003, editada por 791/Gativideo), la utilización de técnicas ficcionales es tan masiva que ya se vuelve imposible caracterizarla como documental o ficción. Tampoco importa: si en algo coinciden todas estas películas es en constituirse en un viaje aventurado, excitante y comprometedor, en el que la verdad palpita hasta en los momentos más mentirosos.
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